¿La decadencia del futbol-espectáculo en México?
En su edición del pasado jueves 27 de enero, Chiapas Paralelo publicó un interesante texto de Efraín Quiñónez León, titulado “Frases para matar el balón”. En ese texto, nuestro colega expresa su pesar por la decadencia del futbol en México y la responsabilidad que en ello tienen las transmisiones de los partidos por televisión. Incluso, señala lo que he llamado la “esquizofrenia” que caracteriza a la afición, debido a la separación entre aficiones y dueños del espectáculo. Para las primeras, las aficiones, los equipos de futbol siguen siendo símbolos de pertenencia a una comunidad de identificación que se expresa en los estadios, en los bares, en lugares públicos en los que se reúnen los aficionados para ver los partidos y animar a su equipo. Por otra parte están los dueños del espectáculo, a los que sólo anima el hambre de dinero, la codicia, sin tener en cuenta los intereses de la afición, más que para aprovecharlos en su beneficio. Concuerdo con mi colega Efraín Quiñónez en que existe una decadencia del futbol en cuanto espectáculo confiable y por supuesto, una total decadencia en las narrativas de conocidos canales, y la invasión implacable de anuncios. Todo ello es cierto. Pero esa esquizofrenia a la que me refiero, también está presente en la fuerza simbólica de los equipos que arrastran a multitudes a los estadios. Confieso que yo mismo he dejado en mucho de ver el futbol nacional. Ya no confío en los partidos y además, me aburren los narradores. Mi afición por el Barcelona me ha llevado a fijarme más en los partidos europeos y es curioso como en ello tengo cierta coincidencia con lo que pasa en Cuba, explicado por Miguel Lisbona en su reciente libro El futbol en Cuba (2021). Aunada a esa decepción por el futbol nacional, se me ha despertado el interés en el béisbol debido a que observo su ascendente importancia en un entorno muy futbolero como lo es el de Guadalajara y en general, el del Occidente de México. Es más, estuve muy atento a los 7 juegos finales por el campeonato de la Liga del Pacífico, espléndida, que protagonizaron los Charros de Jalisco y los Tomateros de Culiacán. Son los anteriores dos formidable equipos de béisbol que durante los 7 encuentros nos tuvieron al filo de la butaca, con estadios llenos de aficionados. Es más, el estadio de los Charros de Jalisco fue multado al dejar entrar a la multitud que abarrotó con 60,000 aficionados el cupo total del campo, violando las disposiciones oficiales debido a la pandemia. Se jugó pelota de calidad, de grandes ligas. Los Charros ganaron la serie en un duelo final que a su favor se resolvió 8 carreras a 1. Eso los capacitó a asistir a la Serie del Caribe, la reunión más importante del béisbol mundial. Una de las tantas diferencias entre el orbe futbolero y el orbe beisbolero es que hace mucho tiempo que se conoció el escándalo de una serie de jugadores de los Medias Blancas de Chicago que se vendieron en una serie mundial. Incluso, a ese equipo se le conoció en los momentos del escándalo como los Medias Negras. Todo ocurrió en 1919. Ocho jugadores de Chicago fueron expulsados de por vida al comprobárseles que perdieron intencionalmente la serie ante los Rojos de Cincinnati. En cambio, la FIFA se ha significado por los constantes escándalos de corrupción no sólo en el desvío de fondos millonarios sino por abusos sexuales, abusos de poder, triquiñuelas, que quedan en el olvido, sin más. No menciono los constantes interrogantes que surgen sobre partidos arreglados. Las cantidades de dinero que se manejan son brutales. Todo ello deteriora al futbol como espectáculo pero hasta ahora no toca la importancia de los equipos como símbolos de identificación. Viene a mi memoria el añejo libro del antropólogo Jules Henry, La Cultura contra el Hombre, (1963. La edición en castellano es de Siglo XXI, Editores, México, 1967) que ante esta esquizofrenia mencionada que caracteriza al orbe deportivo en general y al futbol en particular, tiene mucho que decir. Los aficionados al futbol siguen abarrotando los estadios convertidos en el terreno que propicia el contexto para que se manifiesten las comunidades de identificación. El comportamiento de estas multitudes es distinto al público que asiste a los estadios de béisbol, por lo menos en México, pero eso es asunto de otra reflexión. En general, los asistentes al futbol configuran públicos proclives a la violencia. En contraste en el béisbol, por lo menos en los estadios mexicanos, el público tiene otra actitud e incluso no es raro que los partidarios de un equipo aplaudan al contrario cuando hacen una jugada excelente, una de esas jugadas que se disfrutan, venga de donde venga.
Así que si el futbol entra en decadencia no es por el deporte en sí, sino por aquellos que lo controlan como espectáculo y a las compañías televisoras que se venden al mejor postor. Estoy seguro que este será un tema que atraerá en los próximos años la atención de los académicos estudiosos del orbe deportivo.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 30 de enero de 2022.
P.D. Por cierto, la más añeja e importante Revista de Antropología del País, Nueva Antropología, que dirige Silvia Gómez-Tagle, ha publicado recientemente en su número 94 una serie de textos analíticos del mundo del deporte. En ese número tuve el honor de publicar un texto: “Jaguares de Chiapas: un momento en el análisis antropológico del futbol”, pp. 136-143 de la referida Revista. Todos los textos de la mencionada publicación son importantes en cuanto continúan el análisis del orbe deportivo en México y destacan lo que está pasando con el futbol. Lo recomiendo. Está en línea.
Otra nota: no soy “villa melón” del béisbol. Es un deporte que jugué de niño y de adolescente tanto en Tuxtla Gutiérrez como en Villahermosa, Tabasco, ciudad a la que solía acompañar a mi abuelo Don Antonio Puig y Pascual, que iba de visita a su hijo, el Dr. Juan Puig Palacios, mi tío. Jugábamos al béisbol con mis primos y los amigos, tanto en la calle como en un campo deportivo. En Tuxtla Gutiérrez, fui amigo muy cercano de Félix Zulueta, un extraordinario pelotero cubano que vivió en la capital chiapaneca al igual que sus paisanos Yeras y Pedroso, que animaron en grande al juego de pelota en Chiapas.
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