Cuando la gente canta, o cantaba

 Foto: Ignacio Mazariegos Gómez

Una de las cosas que me sorprendió cuando llegué a Chiapas hace más de tres décadas fue que, en lugares públicos y en fiestas particulares, la gente cantara sin ser parte de un grupo musical. Donde nací había visto cantar de esa forma espontánea y la había vivido entre familia y amigos, aunque mis dotes vocales nunca me permitieran seguir con esmero cualquier tipo de canto. Pero que dicha circunstancia ocurriera, en contadas ocasiones y hace muchos años, no quiere decir que sea en la actualidad un hecho habitual. Incluso más, con certeza puede ser mal visto en algunos contextos, aunque existen regiones de la península ibérica que durante las fiestas populares o festejos familiares sea bastante común, como se aprecia en el País Vasco y Navarra, por citar dos ejemplos.

Ese repliegue o alejamiento de ciertas prácticas de nuestra expresión humana, de eso que llamamos cultura, ya la había descrito con su fluida narrativa mi paisano Josep Pla en su obra El cuaderno gris, esa especie de diario o dietario que inicia en 1918 para describir su vida en el Ampurdà, la región montañosa y costera de Catalunya fronteriza con Francia, y algunas de sus impresiones de estudiante en la capital catalana, Barcelona.

En una de sus estancias como exótico estudiante de derecho en la Universidad de Barcelona, Pla describe las diferencias entre su tierra natal y una ciudad como Barcelona a través de la necesidad y gusto por cantar en público:

2 de septiembre – […]. En Palafrugell –y en general en toda la comarca- hay un número determinado de personas que tienen, después de comer o cenar, una irresistible tendencia a <<cantarse una>>. La obsesión del gran convite acabado en canciones es permanente en el país. Es una obsesión tan fuerte que se cantaría aunque la comida o la cena fuesen corrientes. Si uno se abstiene es de mala gana –para no ser tomado por loco, simplemente.

Una vez, uno de estos hombres se encontraba en Barcelona. […], después de haber cenado, dijo en voz alta al camarero, mientras se frotaba las manos de satisfacción, de una manera evidentemente inconsciente: -Ahora cantaremos una…

La gente del comedor detuvo un momento la cuchara entre plato y boca. Le miraron con azoramiento. Al cabo de un rato, cuando lo hubieron mirado y remirado, hicieron un gesto queriendo decir: debe de estar loco… -y reemprendieron la masticación suspendida-. El pobre palafrugellense se dio cuenta del aspecto de la gente y le salieron todos los colores a la cara. Después abandonó el comedor, encogido confusamente (p. 169).[1]

No cabe duda que esta situación es un ejemplo de cómo ciertas transformaciones de las sociedades han de leerse en clave de enclaustramiento de tangibles actividades humanas, actividades que eran comunes en el ámbito público. Un encerramiento puritano que recuerda la influencia de una modernidad marcada por pautas más propias del pietismo que del catolicismo popular histórico.

Las ciencias sociales, y en concreto la antropología, han destacado desde hace décadas que la música y, por tanto, el cantar son manifestaciones universales de su objeto de estudio: la cultura. Una reflexión que el gran antropólogo francés, Claude Lévi-Strauss llevó más allá de la descripción para considerar esas expresiones un lenguaje que construye las metáforas culturales que las sociedades tienen para entenderse y reproducirse. No se profundizará en el complejo pensamiento de Lévi-Strauss y que se puede seguir en su serie de libros que llevan como título Mitológicas, pero la extensión del puritanismo se hace presente en actividades tan humanas como el cantar en público.

En México la etnomusicología tiene un largo recorrido histórico, aunque quedan muchos caminos por transitar para el estudio de los vínculos de los seres humanos con la música y el canto, algo que, por ejemplo, está realizando la antropóloga Gabriela Vargas Cetina desde su natal Yucatán, aunque pasó una buena temporada en Chiapas como investigadora junto a su compañero de vida, Igor Ayora. Hay expresiones y acciones de los seres humanos que son consideradas prescindibles para ser conocidas y estudiadas, seguramente porque ese mencionado puritanismo también afecta y se ha instalado en gran parte de las instituciones académicas.

[1] Pla, Josep (1999), El cuaderno gris, Madrid, Unidad Editorial. Traducción de Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros.

 

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