Tuxtla: una ciudad silvestre
Mientras urbanistas y científicos sociales discuten acerca de la pertinencia de llamar ciudad a los espacios urbanos desbordados por una concentración cada vez mayor de personas, muchas de ellas se ven avasalladas por los problemas derivados de las necesidades que la gente a menudo plantea a la autoridad. La demasiada gente, como diría Monsiváis, a propósito de la Ciudad de México, trae consigo tanto beneficios, como situaciones indeseables. La concentración favorece la disposición de ciertos “servicios” que en las zonas rurales resultan una quimera. Sin embargo, también constituyen lugares del anonimato, la pobreza, la delincuencia y la contaminación.
“Las ciudades destruyen las costumbres”, reza el viejo versículo de una de las tantas canciones que el insigne cantautor mexicano, José Alfredo Jiménez, supo transmitir a generaciones poseídas por el desamor, la nostalgia y la terrible melancolía provocada por la pérdida. Pero resulta difícil aceptar que en verdad las ciudades sean las sepultureras de nuestro pasado, siendo posible mirar cuan persistente resultan nuestras maneras de hablar y comportarnos, de manera tal que no se aniquilan prácticas sino que se recrean y se adaptan a las condiciones sociales y del territorio.
¿Quién conoce los confines de la Ciudad de México, por ejemplo? Es difícil saberlo en un entorno metropolitano de aproximadamente 20 millones de personas cuyas fronteras resultan invisibles. Al final, cada chilango percibe la ciudad a partir de sus entornos más íntimos y sus trayectos.
Todas las ciudades ofrecen ventajas y desventajas del agregado de las personas. Colectivamente es posible afrontar los retos que significan la construcción de la ciudad bajo los parámetros que supone una urbanización cuyas regulaciones resultan impracticables, contradictorias y a menudo ignoradas por la mayoría de los actores involucrados. El modelo urbanizador de los países pobres supone un gran esfuerzo colectivo que, si no fuera por eso, la vida misma sería prácticamente imposible de existir sin ese agregado humano tratando de domar el terreno, las inclemencias del tiempo y las injusticias.
Aunque existe un problema de escala cuando comparamos las realidades tan diversas de la urbanización en México, con mayor o menor grado todas padecen las mismas carencias: el acceso a la vivienda es una de las principales, pero a esta se suman las dificultades por lo servicios, el empleo, la seguridad, la contaminación; entre muchos otros.
Hoy en día muchos alcaldes, sobre todo en ciudades de rango mediano, preocupados por la movilidad de las personas y el carácter caótico e inviable del transporte público, se esmeran en diseñar y poner en prácticas alternativas que permitan un flujo más eficiente en el entorno urbano. Además, existe una mayor conciencia de la población en términos de un uso más racional del automóvil. Es cierto que todavía es una minoría, pero no es desdeñable el hecho de que cada vez más personas se plantean como derecho una circulación por la ciudad por otros medios al transporte tradicional. Lamentablemente, las ciudades no están diseñadas bajo los criterios de favorecer un tipo de transporte distinto a su majestad el automóvil. Por ello hay que celebrar que algunas autoridades locales se atrevan a ensayar alternativas, como las ciclovías que ya operan en varias de nuestras ciudades. En la Ciudad de México, por ejemplo, ya se operan en varios tramos de la capital, aunque desgraciadamente la falta de precaución y cultura vial ha tenido funestas consecuencias para los valientes ciclistas que se atreven a desafiar y disputarle el espacio público a los automovilistas.
Otra de las grandes dificultades para que el flujo de las personas pueda realizarse de otro modo que no sea el automóvil deviene de las condiciones propias del terreno. En Xalapa, Veracruz, el alcalde que acaba de terminar su gestión, Hipólito Rodríguez, fue impulsor de alternativas a la movilidad de las personas por medios no convencionales. Para ello, impulsó el uso de la bicicleta en horarios y días específicos, de tal modo que se fuese generando una práctica cada vez más frecuente de este tipo de transporte. Al mismo tiempo, puso en funcionamiento una ciclovía por una de las avenidas más amplias de la ciudad, pero también de las más transitadas. Con algunas medidas de seguridad, es verdad que la ciclovía es muy poco usada por la ciudadanía.
Hace unos días me enteré que en Tuxtla Gutiérrez, el alcalde saliente y el entrante, que para el caso vienen siendo o está representado por el mismo personaje, puesto que se trata de don Carlos Morales, quien repite en el cargo; emprendió una labor similar de favorecer un modelo de transporte basado en un carril exclusivo para las bicicletas en la principal arteria de la ciudad que separa el norte del sur. También, supe que se había desatado una polémica (sobre todo en facebook, aunque los “combianceros” igualmente están muy enojados por la medida) por la decisión tomada y que favorece otras maneras de circulación por la ciudad. Quiero pensar que, aun cuando el alcalde sea un impulsar de semejantes ideas, estas decisiones se toman al interior del cabildo, de manera tal que puede estar sustentada la medida con base en el consenso de quienes resultan representantes de la ciudadanía. Pero, más allá de esto, es posible que la propuesta debió haber tenido un mayor tiempo de maduración e incluso de diálogo y discusión más amplia para sensibilizar al conjunto de la población.
En estos días de asueto, aproveché la ocasión para conocer y sobre todo ubicar el lugar en que se ha implantado esta política de movilidad por parte del ayuntamiento tuxtleco. Dada las condiciones del territorio que es plano en una alta proporción, considero que la medida tomada es no solamente viable sino recomendable. Es incluso pertinente para combatir el sedentarismo y, al mismo tiempo, impactar positivamente la salud de la población. La posibilidad de estar con mi familia en las fiestas de fin de año me brindó condiciones inmejorables para satisfacer mi curiosidad y explorar cómo es que se experimentan estas “nuevas modalidades de transporte”.
Con ese fin, hice un recorrido por toda la avenida central desde el monumento a “la carreta”, en la intersección hacia el libramiento norte, hasta la “Diana la cazadora”. Con una distancia aproximada de 15 kilómetros, el trayecto que contempla la ciclovía abarca desde la 13 oriente hasta la calle Pensil, un aproximado de alrededor de 15 cuadras que no es desdeñable para empezar. Mientras iba observando la ciclovía encontré que algunos de los topes de hule que protegen e indican sus límites estaban dañados y mi mayor sorpresa fue el hecho de ser una ruta de ciclistas fantasma. Quizás el horario de mi recorrido no fue el adecuado para ver a los ciclistas sortear los retos de librar coches y “combianceros”, auténticos héroes desafiando literalmente la muerte bajo condiciones tan adversas, donde la violencia verbal resulta el preludio ominoso de quienes consideran el espacio público objeto de su calidad medrosa.
Mientras trato de localizar el carril para las bicis, vi con estupor en toda la avenida central reina el caos y el sálvense quien pueda. Los automovilistas son escasamente amables con sus congéneres de a pie, no hay el más mínimo respeto por los señalamientos. Las personas, transeúntes que sobretodo se juntan como muéganos en el centro, sufren las embestidas de los automovilistas, pero también contribuyen a la anarquía que reina por las calles tuxtlecas. Parecen ignorar que las rayas amarillas son el camino que la autoridad determina como adecuado para un cruce -digamos- seguro; de tal modo que la gente termina por cruzar por donde se le ocurre o por donde se lo permiten los automovilistas. Así, la vida en la ciudad resulta un enorme desafío frente a condiciones tan silvestre de conducirse. Que la ciudad funcione de este modo no es muy civilizado que digamos, es quizás la prueba más contundente de nuestro desorden o valemadrismo muy mexicano.
El valemadrismo de las autoridades y de los automovilistas hacia el entorno y estos últimos con una agresividad hacia el peatón, como si todo el día vivieran, comieran, cagaran, etc;, dentro de su mugroso vehículo. Hay muchas soluciones que a nivel global han sido exitosos, y en donde el ayuntamiento tuxtleco puede replicar, pero para ello, se requiere de un verdadero alcalde con «huevos» para hacer un lado a la carrada y dar prioridad al peatón y demás vehículos alternativos y ecológicos. Puesto lo que está haciendo son «parches» de disfraz de una ciudad moderna, la cual Tuxtla Gutiérrez no lo es!