Pagar el predial
Con el temor al virus y con doble cubre bocas, decido ir a un módulo del ayuntamiento instalado en Plaza Galerías a pagar el predial. Es un pendiente que he venido aplazando, pero se acaba el periodo de descuento, y supongo que la pandemia seguirá acechando.
Llego al módulo antes de las dos de la tarde. Somos una docena de contribuyentes cumplidos que hacemos fila en este día fresco y al tiempo soleado del invierno tuxtleco.
A las dos con seis minutos, el encargado de recaudar los impuestos anuncia que a las dos y media cerrará el changarro.
“Cóbrenos a los que estamos ya formados, por lo menos a los dos últimos”, aboga una señora, y el último soy yo, que cierra esta cola en donde quedan nueve contribuyentes expectantes, que miran el caminar del reloj. Encabeza la fila un señor de setenta y más, desconocedor de la prisa, que pregunta sobre el porcentaje de descuento que le corresponde, el horario de trabajo de los empleados, los adeudos de años anteriores, montos… Habla y habla y veo que el reloj acorta la vida en esta oficina.
Por fin el señor preguntón se va, y dos más emprenden la retirada por no sé que dificultades con los datos del predial, y otro más, tan olvidadizo como yo a consecuencia de la senilidad, que no se acuerda del NIP de su tarjeta bancaria.
Avanzo y avanza el reloj. Quedan once minutos, pero ya solo hay tres contribuyentes delante de mí.
Pienso en la maldad del municipio, en no instalar cajeros durante todo el día, para recibir más recursos. Quizá no haga falta, porque en los últimos años, la alcaldía ha rebasado sus expectativas en estos impuestos al captar cerca de 200 millones de pesos anuales.
Aunque nuestras casas se han revaluado, no lo han hecho tanto como los pagos de predial. Hace diez años pagué 703 pesos, y ahora, 1093, con descuento incluido de contribuyente cumplido. Según mis cálculos, se ha registrado un incremento del 55 por ciento, una media de 5.5 por ciento anual, que es más de lo que han aumentado nuestros enflaquecidos salarios. Y a mi casa no le he agregado ni un ladrillo más.
Es cierto que pude haber pagado en línea, como lo he hecho en otros años, pero de todos modos hay que ir a las oficinas a recoger el recibo del predial y es el mismo tiempo perdido.
Dos minutos antes de la hora fatídica, el empleado, que ha estado previniéndonos que solo cobrará hasta las dos y media de la tarde, recibe mi formato de predial, y me dice sentencioso:
–Se salvó por un minuto.
Siento como si me echara bendiciones, como si me hubiera sacado del infierno, como si resultara premiado con el avión presidencial, y no tuviera que dejar el rescoldo de mi aguinaldo en este trámite repetitivo, que intento cumplir antes de que termine el primer mes del año.
Pago y salgo sonriente mientras veo a dos cincuentones como yo, a quienes les dicen que se ha acabado el tiempo, que era a las dos y media, y que el sistema, el maldito sistema, no recibe ningún pago más allá de la hora estipulada.
Me compadezco un poco de su suerte, la verdad es que solo un poco, porque con el recibo de predial en mi mano, salgo orgulloso, con una estrella brillante en la frente, bendecido por ese funcionario municipal, capaz de decidir nuestra agenda en la ruta inevitable del pago de impuestos.
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