Frases para matar el balón
He renunciado a ver el futbol por varias razones. En primer lugar, las narraciones se han convertido en una suerte de concurso para determinar quién procura los más altos decibeles frente a televidentes enigmáticos, creyendo que disfrutan el juego que a menudo nos provoca más bien un bostezo. En la narrativa de quienes describen lo que sucede en el juego escasamente se invocan las proezas físicas o el arrojo de los futbolistas, sino que se ha convertido en un bombardeo a mansalva de mensajes de los anunciantes. Lo interesante parece estar más bien en las gradas y en las entrevistas a los participantes del juego que en la contienda en sí misma.
En segundo lugar, no tengo posibilidades de ver el futbol por la simple razón de que carezco de televisión; no por otra razón, sino porque en mi largo andar de casa en casa de alquiler, todos los aparatos que he adquirido me los han robado. Desde hace algunos años me he negado a comprar un televisor para desafiar la maldición de volver a perderlo y hasta ahora me ha funcionado, los “amigos de lo ajeno” han dejado de visitarme tan asiduamente como en otros momentos. Afortunadamente, nunca he sufrido violencia física alguna, cosa que en estos tiempos se agradece, aunque el hecho en sí mismo es una agresión que vulnera nuestro espacio privado y bienes que con algunos esfuerzos hemos adquirido.
Las boberías de los comentaristas no es precisamente el aliciente perfecto como para postrarse frente al televisor, funge como el tercer obstáculo que me impide ver el futbol por el gran invento de la comunicación del siglo XX. Afortunadamente, tengo amistades generosas que me permiten ver ocasionalmente algún partido, pero si me dan oportunidad suelo poner en silencio los aparatos, pues he encontrado mayor placer viendo el juego como si fuese una película muda.
En realidad, el internet vino a subsanar mis infortunios y ofrece la oportunidad de ver algunos partidos, aunque no he encontrado la fórmula para mirar los encuentros de los equipos nacionales, pero no exagero si digo que ni me hace falta. Hace mucho tiempo el futbol mexicano dejó de tener importancia porque con frecuencia se trata más bien de un espectáculo absurdo, aderezado con violencia en las gradas de un respetable que se comporta cual si fuera la confluencia de tribus que buscan territorializar la insignia que los convoca a través de las agresiones a los oponentes. Pero la afición nunca ha sido así, ni este resulta el comportamiento que la caracteriza, aunque hoy cobra especial notoriedad por la visibilidad que otorgan los medios y los deseos irrefrenables de “éxito” por algunos segundos, aunque sea por las peores prácticas.
Pero el internet ha abierto las posibilidades de ver buen futbol, sobre todo en el plano internacional. Hace no mucho tiempo, pude ver un resumen del futbol alemán a través del canal de televisión de la DW. Me llamaron mucho la atención los comentarios de varios de los protagonistas. El entrenador del Colonia, por ejemplo, después de haber sido derrotado por otro de los equipos alemanes que ahora no recuerdo su nombre dijo lo siguiente: “creo que hoy nos han dado una buena paliza”. La brutal sinceridad del entrenador me permite asegurar que inaugura la inmunización de toda crítica. En efecto, no se puede más que tener compasión por quien expresa con tan cruda oportunidad el hecho de haber jugado pésimamente mal.
No me había serenado aun por las declaraciones del técnico del Colonia, cuando un jugador del Borussia Dortmund me sorprende a tal grado que me deja sin palabras mientras resume categóricamente el juego. “Así es el futbol, dijo, a veces anotas primero, a veces no”. Esto me hace pensar que el futbol es, también, la competencia de frases hechas, un catálogo de “teorizaciones” o filosofías ordinarias con las que pretendemos otorgar simplicidad a los sucesos. Aquí y allá siempre brotan aforismos o apotegmas de algo que quizás nadie vio, pero que mantiene a salvo la gallardía de los protagonistas. Esa compacta definición del juego proscribe la ingrata necesidad de verlo.
Con la pandemia, el respetable se convierte en testigo mudo de lo que sucede en el terreno de juego. A veces el futbol es más interesante lo que sucede en las gradas que el encuentro en sí mismo. Quizás debamos decir con propiedad que se trata de dos facetas del juego. Mientras los jugadores corren con ahínco o displicencia disputándose el balón, los aficionados en el estadio realizan su propia lectura, su apropiación por momentos divertida, en otras angustiosa e incluso hasta violenta, del juego que los convoca cada fin de semana. En ocasiones para combatir el tedio, el respetable se vuelve contra sí mismo o condena con improperios la falta de arrojo de los gladiadores por los cuales invierte tiempo y dinero.
Pese a que los medios, particularmente la televisión, constituyen una de las amenazas más serias a la destrucción del espectáculo, el público y sus protagonistas más directos convierten en frases lapidarias la rutina de perder el tiempo a veces no tan sanamente.
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