Pan de pulque
En esta entrega les quiero compartir parte de mi sentir, vinculado con mi labor como docente. Estar al frente de grupos en tres semestres en una contingencia sanitaria, de una manera distinta, no presencial, haciendo uso de plataformas en línea, ha significado una serie de retos para cada estudiante y para mí como acompañante en su formación profesional. Sin duda alguna, he tenido diversos aprendizajes y lo agradezco en el corazón.
Acostumbrada a realizar dinámicas presenciales en las clases, escuchar a estudiantes e interactuar con los grupos, añoro poder llevar a cabo estas actividades. Recuerdo que el año pasado, cuando me correspondió dar la bienvenida a los grupos de nuevo ingreso en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH), donde laboro, lo hice a través de la computadora, dando mi mensaje sin poder ver a nadie, tuve una sensación de nostalgia. Me acomodé frente a la computadora, miré fijamente a la cámara y realicé mi encomienda; luego de dar mi mensaje me quedé pensando cómo serían las clases, no imaginé del todo lo que vendría después.
En este periodo de clases una de las añoranzas que más tengo es poder conocer a cada estudiante, no todas las personas prenden su cámara y micrófonos, por diversos motivos. De esa forma, la interacción con los grupos es distinta, si bien como docente mantengo la cámara encendida, me genera la intención de poder conocer a quienes están del otro lado de las pantallas de las computadoras o celulares.
Desde agosto de 2020 a la fecha solo he tenido la oportunidad de conocer alrededor de siete estudiantes de los grupos de nuevo ingreso en la licenciatura en Comunicación Intercultural en que he dado clases, cada encuentro ha sido distinto, todos hasta este 2021 con el protocolo sanitario. El primero a quien conocí es Ángel, porque fue el contacto para entregar un libro que había ganado una amiga de él al responder una pregunta en el programa radiofónico Los Colores de la Voz de la UNICH, fue una coincidencia. Otra ocasión saludé a cinco estudiantes más que estaban en una práctica de fotografía en la universidad, los vi de lejos, a uno ya lo conocía de semestres anteriores y solo pude identificar a otro de los cuatro restantes, aún con el cubrebocas, era de los que a veces prendían su cámara. Recuerdo que esa vez una de las estudiantes me reconoció por mi voz. Posteriormente conocí a Víctor, quien asistió a una exposición fotográfica colectiva de la que formo parte. Y finalmente, conocí a Citlalli, en un evento en la universidad.
Les confieso que muchas veces ha pasado por mi mente que podría coincidir con estudiantes en algún espacio sin saber que son ellas y ellos, porque no nos conocemos físicamente y portamos el cubrebocas. Eso me sucedió con Citlalli, llegamos al mismo tiempo al evento, me llamó la atención su vestimenta, muy colorida y bella. No era un traje regional de Chiapas, la blusa me pareció con bordados semejantes a algunas prendas de la región Selva. Pasé a su lado sin saber que era ella, yo llevaba prisa y seguí mi camino. Momentos después, se sentó delante de mí, y fue hasta cuando saludé a Rosita, otra estudiante a quien ya conozco, quien se colocó al lado de ella, cuando Citlalli me saludó. De nueva cuenta me reconocían por la voz. Me dio mucho gusto conocerla, intercambiamos algunas palabras antes que iniciara el evento. Recordé que es originaria de Nochixtlán, Oaxaca, de ahí que la vestimenta no me resultara común.
Al término del evento, me despedí de Citlalli, quien tuvo el detalle de obsequiarme pan de pulque, ese pan que me generó curiosidad por su nombre y elaboración, que conocí como parte del contenido de su informe de proyecto integrador, justo hace más de un año cuando le di clases en primer semestre. Agradezco a Citlalli por el gesto de compartir ese producto de su terruño y a cada estudiante con quien he coincidido de manera presencial y en línea, gracias por permitirme ser parte de esta nueva etapa de educación a la distancia y gracias también por recordar el timbre de mi voz.
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