Noche de luna llena
El sábado había sido un día algo ajetreado para Ximena, buena parte de la mañana y tarde lo había dedicado junto con Soledad, su hermana, para preparar tamales de hierba santa y anís. Tenían un pedido grande por entregar para las seis de la tarde. Después de esa laboriosa tarea ambas decidieron tomar un descanso.
Soledad prefirió tomar una siesta. Ximena se sentó en su mecedora, entrecerró los ojos y le llegó un aroma de manzanillita, como le llamaba a los tejocotes. Recordó que había dejado una canasta con las frutas para hacer una ensarta con ellas, lo pondría de decoración en su nacimiento. Se levantó y fue por la canasta. Reservó algunas frutas. Tomó asiento nuevamente y comenzó la labor. Hizo alrededor de tres ensartas y las colocó alrededor del nacimiento.
Con las manzanillitas que quedaron se dispuso a hacer un ponche, el clima le hizo apetecer la bebida. Además tenía manzanas, guayabas, canela, jengibre y clavo, justo los ingredientes necesarios. El aroma del ponche era uno de los elementos que recordaban a Ximena la época decembrina. Llamó a Soledad para que tomaran juntas el ponche. Después de conversar un rato y degustar la infusión se despidieron para irse a dormir.
Ximena se percató que había luz en el patio, pensó que Soledad o ella, por error, había dejado prendida alguna lámpara. Salió y observó que la luz provenía de la luna lunera. Se quedó contemplándola un gran rato, era la última luna llena del año y estaba sumamente hermosa.
Se fue a su cuarto y decidió descansar. No pudo conciliar pronto el sueño. Le pareció extraño. Por un momento pensó que podría ser el efecto de la noche de luna llena. En eso estaba cuando escuchó el aleteo de un pato, un rato después hizo su aparición el kikiriki del gallo madrugador que solía cantar antes de medianoche. Luego puso atención al coro de los grillos que, puntualmente, arrullaban su sueño todas las noches. Se quedó pensando si ella fuera pato, probablemente, no estaría aleteando a altas horas de la noche como queriendo volar; si fuera gallo quizá no cantaría tan afinada y no sería tan madrugadora. Y en el caso de ser grillo ahí si le pondría todo el ánimo y energía para entonar sus melodías acompañando los sueños de las personas y agradeciendo a la naturaleza la vida. Poco a poco los ojos de Ximena se fueron cerrando al compás de las melodías entonadas por los grillos.
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