El ranchito
Amparo y Pedro regresaron a casa, ella había pasado a traerlo a la primaria como solía hacerlo después de salir de su trabajo. Se dio cuenta que iba callado, algo raro en el pequeño Pedro, le preguntó qué tal había estado su día, dijo que bien. Sin embargo, Amparo sabía que algo sucedía y le preocupaba a su hijo.
Al llegar a casa y comenzar a preparar la mesa para comer ella le comentó cómo le había ido en su trabajo y que se sentía muy contenta. Amparo, Pedro y Manuel, habían llegado a la ciudad pocos meses atrás, anteriormente vivían en una ranchería ubicada a tres horas de su actual lugar de residencia. Ahora Manuel trabajaba en un taller mecánico y como repartidor de productos farmacéuticos, cuando le era posible llegaba a comer con su familia. Amparo era recepcionista en una clínica médica, le gustaba su trabajo, además el horario le permitía estar tiempo con su hijo Pedro por las tardes.
Ese día Manuel avisó que no llegaría a comer. Mientras degustaban los alimentos Amparo dejó que Pedro externara su inquietud. En una de sus materias le habían dejado como tarea hacer una descripción de un lugar distinto a la ciudad dedonde vivía, sus compañeras y compañeros de grupo hablarían de otras ciudades que conocían e incluso de otros estados, pero él no tenía más conocimiento que la ranchería donde vivían antes y eso le daba tristeza.
Amparo escuchó con atención, le dijo a Pedro que no tenía por qué angustiarse ni entristecerse, él podría describir el lugar donde antes vivían y compartir sobre su familia. Le explicó que era importante reconocer su lugar de origen y no sentir vergüenza de su terruño, su color de piel, ni de su familia. Ellos eran gente sencilla, honesta y trabajadora.
Ella estaba casi segura que no todos en su grupo tenían la oportunidad de haber apreciado un amanecer rodeado de montañas, con el canto alegre de distintas aves cada mañana. Tampoco habrían tenido el gusto de escuchar caer la lluvia sobre las hojas de los árboles y ver cómo estos reverdecían con cada gota. Ni mucho menos tenían la experiencia de escuchar el silbido del viento susurrando, acompañado del coro de los grillos, el croar de las ranas y la iluminación de los cucayos en las noches de verano. Y entre los valiosos tesoros que tenían en su familia era haber aprendido a trabajar la tierra, comer los frutos del maíz, las tortillas que preparaban sus abuelitas, el atole que cocinaba la tía Lupe, los elotes que asaba el tío Martín y comer los frijoles cosechados por el abuelito Carlos.
La mirada de Pedro había cambiado, su rostro estaba lleno de asombro y ahora sonreía, le pidió a su mamá que le ayudara a hacer la tarea. Tenía ganas de empezar a escribir y contar cómo era el ranchito donde antes vivían. Amparo aceptó ayudarle, le revisaría su texto cuando él terminara de escribirlo y se lo enseñarían a su papá. Mientras tanto invitó a Pedro a terminar de comer, antes que la sopa de verduras se enfriara.
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