Un momentito y un momento
Casa de citas/ 560
Un momentito y un momento
Héctor Cortés Mandujano
Cuando escribo, lo mejor siempre
proviene de un sitio inexplicable
Lichtenberg
Georg C. Lichtenberg (1742-1799) se ganó la vida dando clases y escribiendo almanaques, es decir, un poco de todo. A la par fue apuntando sus pensamientos y eso le ha dado la vida eterna que tiene. Leo Algunos aforismos (FCE,1989) y te comparto unos cuantitos, lector, lectora.
En uno de ellos habla de un contemporáneo suyo, Swedenborg, también alemán, quien decía hablar con los ángeles. Dice en su fragmento final (p. 8): “El filósofo conocedor del hombre no conoce la burla; tan sólo se alza de hombros cuando el sabio Swedenborg escribe que el Día del Juicio Final realmente ocurrió el 9 de enero de 1757, es decir, que ya pasó”.
Divido en temas, este prodigioso librito toca temas disímbolos. Dice otro (p. 15): “En la Tierra no hay superficie más interesante que el rostro humano”.
Tenía una idea muy certera de los hombres, como puede notarse en estos dos aforismos (p. 18): “Si otra generación tuviera que reconstruir al hombre a partir de sus escritos más sensibles, pensaría que se trataba de un corazón con testículos, un corazón con escroto”, y el otro: “Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco”.
Señala una contradicción (p. 24): “Por más que en ellas se predique, las iglesias siguen necesitando pararrayos”.
Este es mi favorito (p. 66): Amarse a sí mismo al menos tiene una ventaja: no hay muchos rivales”.
Y éste parece escrito para los mexicanos que piensan que decir “al ratito” es decir hasta el fin de los tiempos (P. 68): “Es bien sabido que un momentito es mayor que un momento”.
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Leo Las neuronas espejo. Aprendizaje, imitación y empatía (Salvat, 2019), de Silvina Catuara Solarz. En 1991, un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Parma hizo un descubrimiento fortuito (serendipia es el término para describir esto), mientras tomaban un descanso. Notaron que los primates con los que trabajaban tenían un comportamiento similar cuando comían que cuando veían comer. Aparecieron en escena lo que después se llamarían las “neuronas espejo” (p. 18), “que se activan tanto cuando llevamos a cabo una acción como cuando la observamos en los demás”.
Esto sugiere, dice la autora (p. 49), “que el cerebro humano entiende las acciones de los demás por simulación motora de acciones conocidas. Por lo tanto, la comprensión de actos ajenos es probablemente más rica cuanto más variada y múltiple sea la experiencia del individuo”; por ejemplo (p. 67), “la capacidad de sincronizarnos con otras personas cuando estas sienten asco se forma a través del mecanismo espejo de manera inmediata y automática” y también (p. 71): “oír la alegría de nuestro vecino nos incita automáticamente a sonreír, lo que refuerza a su vez la alegría del vecino”.
En resumen (p. 72): “Las personas somos camaleones emocionales y estamos dotadas de diferentes mecanismos para asimilar y entender los estados anímicos de los demás”; la imitación, además, puede ser automática o intencional, es decir, por imitación consciente o inconsciente, como bien saben los profesionales del marketing.
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No hay nada más engañoso que lo obvio
Sherlock Holmes,
en “El misterio del valle de Boscombe”
Cuando jovencito leí por carretadas novelas de Agatha Christie y de Arthur Conan Doyle: Poirot y Sherlock Holmes se volvieron mis héroes automáticos. Ahora leo Tres aventuras de Sherlock Holmes (Conaculta, 2009), de Conan Doyle, en una linda edición de pasta dura y múltiples gracias.
A su autor le molestó tanto la popularidad de su personaje que incluso lo mató. Tuvo que revivirlo por exigencias de los lectores y los editores. Dice en la presentación Ignacio Padilla (p. 9): “ ‘¡Me carga hasta su nombre!’, llegó a comentar alguna vez”.
Estas tres historias (Un escándalo en Bohemia, El signo de los cuatro y El misterio del valle de Boscombe) son los inicios del personaje; aquí sabemos que es aficionado a la cocaína, experto en boxeo, buen cocinero, ejecutante del violín, lector exquisito (lee a Petrarca) y, por supuesto, muy inteligente. Me sentí feliz de leerlo de nuevo.
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Disfruté el volumen dos de la Poesía completa (Editorial Letras Cubanas, 2001), de José Martí, que compré hace años en La Habana (del primero debo haber hablado en una Casa… anterior).
Dice en un fragmento de “Sin amores” (p. 56): “En cuántos crepúsculos hermosos/ De gérmenes de amor llené sus labios/ Más rojos que el coral, y más sabrosos/ Que las paces después de los agravios! […] ¡Oh, cómo la quería!/ Le dije adiós: morí aquel día!”.
Dice en “Magdalena” (p. 57): “Aurora y Magdalena se querían/ Como quiere a las lágrimas la pena”.
En “[Pues a vivir venimos…]” habla de dónde los poetas y los escritores nutren su oficio (p. 128): “El bardo, como un pájaro, recoge/ Pajas para su nido -de las voces/ Que pueblan el silencio, de la triste/ Vida común”.
Otro consejo: dejar pasar la emoción y luego escribir (p. 202): “Escribe:/ Escribe eso que cuentas./ -Aún tengo las entrañas rotas:/ No puedo todavía”.
Unos versos extraños (p. 239): “Dicen sabios en dolor/ Y personajes profundos/ Que el mayor mal de los mundos/ Es vivir en Nueva York”; y otros (p. 298): “Los celos, despiertan sierpes;/ Los amores, mariposas;/ Y los deseos, cerdos; -y la patria/ Águilas poderosas”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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