Selección de fútbol mexicana e innovaciones deportivas
Derrotas como las sufridas ante Estados Unidos y Canadá han abierto, de nuevo, el debate sobre la selección de fútbol mexicana y todo aquello que la entorna y la compone: directivos, entrenadores y jugadores. Historia reiterada y que ha conducido a denominar al seleccionado, a veces, con la peyorativa calificación de “decepción mexicana”. Una historia que conozco desde hace más de treinta años.
Antes de comentar algunos aspectos relacionados con el combinado nacional, hay que recordar que las selecciones de fútbol son un símbolo más para aglutinar, en los Estados nacionales modernos, a pobladores cuyos inexistentes vínculos personales solo logran constituirse a través de símbolos compartidos, como lo es, igualmente, la historia unificada para todos los ciudadanos e impartida en las escuelas.
Si dichos Estados nacionales son uno de los elementos surgidos y estructuradores de la modernidad, no hay que olvidar que el deporte, tal como se entiende en la actualidad, nace como ejemplo de la disciplina impuesta a juegos y rituales, además de ejemplo de la competitividad exigida en la economía moderna. De esta manera, el deporte profesional se convierte en un elemento que muestra valores propios de una época, al mismo tiempo que sus cambios e innovaciones se convierten en puntas de lanza, en muchas ocasiones, de transformaciones sociales o reflejo de ellas.
Si lo anterior tiene algún resquicio de verdad es inevitable pensar que lo sucedido con el seleccionado mexicano, en comparación con otros casos como el estadounidense y el canadiense, da pautas para muchas lecturas, imposibles de enumerar en este breve artículo. Sin embargo, si el vínculo entre deporte profesional y negocio mundial es inevitable, dada la relación con la mencionada modernidad económica, resulta comprensible que el fútbol mexicano se encuentre dentro de esa misma lógica. De hecho, hace años que se ha privilegiado la ganancia utilitaria por encima de la formación y capacitación de los futbolistas. Inmediatez de la ganancia sobre la visión de futuro de ese mismo espectáculo deportivo.
En esa dirección, México es uno de los países del continente americano que paga mejor a sus jugadores y, por ello, se nutre de tantos futbolistas foráneos que buscan mejorar su condición económica en México. Tener extranjeros en la competición nacional no es un problema, como se suele afirmar, porque si así fuera la liga inglesa sería la peor del mundo, y no lo es sino todo lo contrario. El dilema se centra en la, repito, formación de los jugadores. Demasiada contemplación y comodidad desde una perspectiva del rendimiento capitalista, aquel que pugna por el esfuerzo y la innovación constantes, ejemplificado en la disciplina corporal y mental.
Y ya que se habla de innovación, es fácil observar que todas las transformaciones vividas por el fútbol en los últimos años, en cuanto a sus estrategias y preparación de jugadores, quedan lejos del fútbol mexicano. El jugador canchero, como dirían en Argentina, y el talento no son suficientes cuando los cambios en la preparación física y en las tácticas en el campo se modifican constantemente. Estados Unidos y Canadá han entendido esa realidad y hoy ofrecen un fútbol más actual, con posibilidades de competir y con una dinámica de la que está lejos el balompié mexicano. Es decir, la camiseta no gana partidos, sino que se lo pregunten a las selecciones de Italia y Portugal todavía no clasificadas al próximo Mundial y con posibilidades de quedar fuera. En la actualidad, son otras condiciones de preparación profesional las exigidas a los jugadores, dentro de esa lógica del rendimiento, similar al económico, ya expresada. Condiciones necesarias para la competición que no parecen mostrarse, ni por asomo, en el balompié mexicano del presente.
A falta de Benjamín Galindo, Ramón Ramírez, Hugo Sánchez, Claudio Suárez o Rafael Márquez, por citar algún nombre, es la colectividad formada y entrenada con fundamentos actualizados la que permite construir equipos. El ejemplo de Canadá no debe observarse como una casualidad, sino como un espejo dónde mirarse para observar el trabajo renovado y con visión de futuro.
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