La regla de las 3 erres
Roberta había dispuesto que, en casa, esa semana harían depuración de lo que no utilizaban, para donarlo si estaba en buen estado o desecharlo si no era útil. Lo primero que pensó fue en el cuarto de su hijo Roberto. Él solía guardar muchas cosas que luego no ocupaba.
Cuando estaban desayunando le comunicó la noticia a Roberto, él la quedó viendo. Roberta conocía esa mirada, significaba algo como, no me entiendes mamá, todo es útil en su momento.
La tarea comenzó y Roberta tenía práctica en eso, en un par de días juntó tres cajas con cosas para depurar y dos bolsas con ropa y calzado para donar. La tarde del miércoles decidió dar su revisión para ver cómo iba Roberto en su actividad, lo encontró en su cuarto con varias hojas de papel debidamente apiladas, unas libretas en proceso de deshojar y unos frascos de vidrio que ella había colocado en lo que iría para la basura.
Roberto observó el rostro de su mamá, intuyó que le diría algo y acertó.
—¿Y en qué se supone que avanzaste? Yo ya seleccioné las cosas que sirven, las que no, pero veo que ya fuiste a recoger cosas que van para la basura.
—Sabía que me dirías algo, pero esta ocasión no seguiré acumulando cosas, lo prometo. Te explicaré mi idea.
Roberto recordó lo que había aprendido en algunas clases de la secundaria en su materia de Ciencias, y eso era lo que estaba tratando de aplicar. Le explicó a su mamá que la idea de ella era muy buena, separar las cosas para donar las que servían y tirar a la basura las que no usaban. Sin embargo, podrían hacer algo más en beneficio del medio ambiente, aplicar la regla de las tres erres reducir, reciclar y reutilizar. Eso era lo que él intentaba hacer con las hojas, darles otro uso porque tenían un lado limpio, con ellas haría libretas pequeñas, sabía que a Roberta le encantaban. En cuanto a sus libretas aún podría ocuparlas para otro ciclo escolar con las hojas que estaban sin usar. Respecto a los frascos de vidrio los podían decorar y reutilizar para guardar semillas en la despensa; la otra idea era para obsequiarlos como dulceros o semilleros en alguna fecha del año.
Las ideas de su hijo le parecieron muy interesantes a Roberta, quien escuchaba con atención y recordaba haber leído en un periódico hace algunos años que se cortaban 500 mil árboles diarios y que para fabricar una tonelada de papel se requerían de 15 árboles. Era un impacto fuerte para la naturaleza. Esa tarde ella había aprendido algo nuevo, Roberto le había dado la lección de las tres erres y por otro lado, ella ya se estaba imaginando que le gustaría tomar parte en la elaboración de libretas y decoración de frascos.
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