La polimatía y el entendimiento
Casa de citas/ 559
La polimatía y el entendimiento
Héctor Cortés Mandujano
Como he leído tantas veces sobre los filósofos griegos, no tenía mayor expectativa (más que un repaso) cuando empecé a leer Los filósofos griegos de Tales a Aristóteles (FCE, 1953), de W. K. C. Guthrie, con traducción de Florentino M. Torner.
Me equivoqué, el libro se mueve en aguas profundas.
Dice Guthrie que a Heráclito le decían “El Oscuro” y “El Adivinador”, porque (p. 48) “le gustaba formular frases oraculares más que desarrollar sus ideas en una argumentación paciente y continuada”. Me gustó ésta que retrata lo que he sentido cuando he conocido a gente que sabe o parece saber de muchas materias y a quienes creo les falta un algo indescifrable (p. 48): “La polimatía (el saber muchas cosas) no instruye el entendimiento”.
Parménides ya pensaba lo que la ciencia ha descubierto recientemente (p. 53): “No existe el espacio vacío”, de eso hablé en una de mis columnas pasadas, y también (pp. 53-54): “Todo lo que los hombres se imaginan acerca del universo –decía–, todo lo que piensan, ven, oyen y sienten es pura ilusión. Sólo la mente puede alcanzar la verdad, y la mente –afirmaba con la sencilla elegancia del primero de todos los pensamientos abstractos– demuestra incontrovertiblemente que la realidad es por completo diferente”.
Platón decía una verdad que es todavía actual (p. 113): “Uno de los males más grandes de la vida política es la ambición material de los políticos”.
Y Aristóteles afirmaba, nos comparte Guthrie (p. 137): “La actividad de la mente es vida”.
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El verdadero sabio es invisible
Hsi-Kang,
en “El ermitaño y el sabio Hiu Yeou”
Aunque lo leí como parte de su Poesía completa, leo ahora, en Ediciones del Equilibrista (1997), Trazos, Chuang-Tzu y otros, de Octavio Paz, que son traducciones de breves textos clásicos chinos, que Paz dice no hizo del chino, sino del inglés y del francés (p. 7), “no sólo por su belleza […] sino también porque cada uno de ellos destila, por decirlo así, sabiduría”.
En su nota “Chuang-Tzu, un contraveneno” dice que Lao-Tzu y Chuang-Tzu critican la civilización (p. 16): “Nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, la eficacia, la utilidad y sacrifica todo a esos ídolos. Es consolador que, hace dos mil años, alguien predicaba lo contrario: […] es decir, la sabiduría y no el conocimiento”.
En “La utilidad de la inutilidad” Chuang-Tzu analiza una idea (21): “Las diez mil cosas que componen la realidad, y yo entre ellas, son una misma cosa”, pero “esa única cosa y las palabras que la declaran hacen dos cosas. Y las palabras que la declaran y mis palabras que las niegan, hacen ya tres cosas”.
[No voy a corregir a Chuang-Tzu, por supuesto, pero empapado de filosofía como ando en estos tiempos, pienso que hay en este texto una confusión entre cosas y nombres y palabras. La unidad que hace uno con la compleja realidad de diez mil cosas tiene el mismo nombre, por eso son lo mismo. Con eso se desvanece la falsa dialéctica que separa a una cosa de todas las demás.]
En “Viajes”, habla Lao-Tzu (pp. 35-36): “Los que se toman trabajos sin cuento para viajar, ni siquiera piensan que el arte de ver los cambios es también el arte de quedarse inmóvil. El viajero cuya mirada se dirige hacia su propio ser, puede encontrar en él mismo todo lo que busca. Esa es la forma más perfecta del viaje”.
Han-Yu tiene un relato, que es (aquí lo descubro) el título de una de las novelas de mi admirado Antonio Lobo Antunes (p. 58): “Exhortación a los cocodrilos”; también Han-Yu tiene un texto denominado “Misión de la literatura”, que una de sus oraciones finales dice (p. 62): “El más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra”.
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Sigo con la filosofía. Leo Introducción al existencialismo (FCE, 1955), de Nicola Abbagnano, que parte de la idea de que la filosofía nos ayuda a vivir (p. 13): “No se puede ser hombre sin ser filósofo. […] Existir significa, pura y exclusivamente filosofar, aunque filosofar no signifique siempre hacer filosofía”.
Dice Abbagnano más adelante (p. 22): “El hombre que no decide, no se realiza; no actualiza la unidad propia de su personalidad, sino que permanece en el anónimo y renuncia a su libertad, que es sólo la de la elección y de la posibilidad trascendental”. Y es más claro (p. 26): “Lo que verdaderamente debo hacer es lo que debo ser”.
No quita el dedo del renglón (p. 33): “Sólo podemos realizarnos realizando el ser que es nuestro, esto es, sólo enraizándonos en una universalidad que defina y funde nuestra personalidad finita”.
Ninguna página se separa de la idea central del título (pp. 51-52): “Yo pienso, obro, dudo, temo, padezco o gozo de mil modos, pero sólo existo verdaderamente si toda la suma de las indeterminaciones existenciales converge para mí en la unidad de una incumbencia o de una pasión fundamental en la que está puesta la realización de mí mismo”.
El ensayo está lleno de ideas y toca varios subtemas, entre otros la problematicidad de la existencia (p. 69): “Si las relaciones del hombre consigo mismo, con los demás hombres y con las cosas estuvieran determinadas y fijadas de una vez para siempre, la existencia no sería un problema. […] Toda situación es, pues, para el hombre, tan sólo una posibilidad que a él toca conservar o destruir”.
Dice también que debemos definir nuestra relación con el absoluto, pues (p. 96) “el hombre no es el ser. El ser está más allá de sus límites, más allá de su forma finita, más allá de la situación en que se reconoce y se encuentra el hombre”.
La convivencia humana (p. 109) “es simplemente choque, dispersión y distracción para el hombre que no ha llegado a la unidad del yo mediante la opción de la libertad. […] La convivencia se vuelve mediante la libre coexistencia”.
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