Kukayetik
Cecilia se levantó temprano el domingo, se apresuró a hacer las labores que le correspondían en casa. Luego desayunó y se cambió. Decidió usar un pantalón de mezclilla deslavada, la playera naranja que tanto le gustaba y se puso sus tenis negros. Tenía invitación de Óscar y Román, sus mejores amigos, para pintar con ellos un mural en la barda de la casa de Román.
Desde que la invitaron la idea le encantó, aunque ella no tenía experiencia sabía que sus amigos la habían tomado en cuenta porque alguna ocasión les mencionó que le gustaría pintar un mural. Echó en su pequeña mochila unos pinceles y brochas delgadas que tenían en casa, les podrían ser útiles. Jaló su gorra roja y se despidió de su papá antes de salir de casa.
Mientras se dirigía a casa de Román se topó con algunos perritos que, por fortuna, no le ladraron. De pronto, a lo lejos observó a un pequeño gato negro. Le llamó mucho la atención que después de verlo moverse con agilidad, como buen felino, se quedó quieto en un lugar con la mirada fija. A ella le dio curiosidad qué observaba con tanta atención. A medida que ella se fue acercando se percató que el gato estaba al pendiente de su presencia pero a la vez continuaba con la mirada puesta en su objetivo.
Cuando pasó cerca del gato se dio cuenta que él estaba frente a la entrada de una cocina económica, la puerta tenía una malla y por lo tanto, no podía entrar, pero si le dejaba observar lo que ahí sucedía. Cecilia pasó despacio para no distraerlo. El gato la volteó a ver rápidamente y siguió en su tarea.
El gato la hizo pensar en las diversas habilidades que tienen los animales. Y por su mente empezó a rondar la pregunta, ¿si yo fuera un animal, cuál me gustaría ser? ¿Y por qué? Vinieron a su memoria imágenes de los animales que le llamaban la atención, una mariposa en color azul turquesa, un zopilote, un perro, un colibrí, una libélula, un grillo, un cóndor, un delfín, un gorrión, un escarabajo y de pronto, asomó la imagen de los escarabajos que más le gustaban, los kukayetik[1], también conocidos como luciérnagas.
¿Por qué ser un kukay? Recordó que desde niña le llamaba la atención observarlos en la noche. Se le figuraban como destellos de luz que van guiando el camino en noches oscuras. A ella le hacía mucha ilusión cada vez que los veía, también eran como una especie de efectos especiales durante la noche en el campo. Le gustaría ser un kukay para alegrar o guiar con su luz a quien le viera, como una especie de hada y también porque podría moverse libremente en el campo, disfrutando de la naturaleza.
El tiempo había volado, Cecilia estaba a media cuadra de casa de Román. Se percató que Óscar limpiaba la pared de la barda, seguro estaban por iniciar. Apresuró su paso, Óscar la vio y saludó moviendo la mano y ella le respondió con una sonrisa en los labios a la vez que exclamó,
—¡Ya voy, ya voy! Espérenme.
[1] Cucayos en plural, en lengua Tseltal.
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