Mil y una noches lujuriosas 2
Casa de citas/ 553
Mil y una noches lujuriosas
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
En el séptimo viaje que refiere Sindbad el marino a Sindbad el cargador, a través de la voz de Schehrazada, quien a su vez la cuenta a su hermana y a su marido, el rey, dice que, en una de las ciudades a las que llega, ocurre en primavera algo a los hombres (p. 381): “De un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los hombros y se convertían en volátiles”; sólo eran ellos, pues a las mujeres y los niños “nunca brotaban alas”.
Cuando uno de los alados lo lleva en un vuelo, Sindbad hace un rezo a Alá y el hombre lo deja caer. Vuelve con su esposa (es casado en su patria, pero se casa de nuevo en algunos viajes) y ésta le dice lo que explica el asunto de las alas (p. 383): “Ya no debemos tratarnos con la gente de esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!”.
De sus viajes, Sindbad dice que no tiene esperanzas de volver a su hogar. Por eso se casa, se supone. Este séptimo y último viaje, por ejemplo, duró (p. 385) “exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin”.
En “Historia de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de Gloria”, secuestran a la bella y su secuestrador, nada sutil, le dice que es parte de una banda (p. 406): “¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente y te pisaremos el vientre y nos revolcaremos entre tus muslos y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!”.
Zumurrud, quien escapa de esa noche, más adelante, disfrazada de hombre se vuelve rey y pide que le lleven a su recámara al que fue su marido. Le pide a Alischar que se desnude y se acueste boca abajo. Se le tiende encima y él piensa (p. 425): “¡Va a estropearme sin remedio!”. Pero no ocurre y entonces piensa: “¡Bendito y glorificado sea Alá, que no ha permitido que el zib se enarbolase!”. (Zib, decíamos, es el pene).
En “Historia de las seis jóvenes de distintos colores” hay una gordita, de cuerpo diverso como ahora hay que decirle, que se pelea con la flaca (437): “La alegría de la vida y la voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en carne!” y además: “¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica?”.
En “Los amores de Zein Al-Mawassif”, un hombre se enamora de ella y manda a un monje a declararle su amor. El monje se impacta de la hermosura femenina y no puede hablar (p. 467), “su zib, por el contrario, hablaba elocuentemente por debajo de la ropa, irguiéndose como una trompa de elefante”. Y así pasa con todos monjes del monasterio.
En la “Historia del joven Nur y de la franca heroica” hacen versos sobre diversas frutas. La línea final de ‘Los plátanos’ me llamó la atención (p. 491): “¡Oh, consoladores de viudas y de divorciadas!”; la muchacha, a la que van a subastar, no acepta pertenecer a un viejo y cita los versos de un poeta (p. 502): “¡Me pertenece en propiedad un zib calamitoso! ¡Es de cera que se derrite, pues cuanto más se le toca, más se ablanda”, y concluye: “¿Para qué sirven los sabios sin zib?”.
Otro tema que recorre el libro de principio a fin es la religión. No hay más religión verdadera que la musulmana y se agrede verbalmente, de forma constante, a los cristianos y a los judíos. Se cita al Corán, que considera enemigo a quien no sea musulmán. En la misma historia anterior así se impele a una joven (p. 509): “Para lavarte de la mugre cristiana, no tienes más que pronunciar estas palabras: ‘¡No hay más Dios que Alá y Mohamed es el Enviado de Alá!’ ¡Y al instante te volverás creyente musulmana!”.
En “Historia maravillosa del espejo de las vírgenes”, un hombre encuentra a un hijo de quien fue su amigo y exclama algo cierto y metafórico (p. 551): “¡No muere el hombre que engendra!”. El espejo al que alude el título era un medio mágico para comprobar en las jóvenes (p. 558) “su estado de abertura o de cerrazón sin tocarlas con un dedo, sin desnudarlas y sin infundir en ellas sospechas”. Bastaba que se vieran para que, entre otras cosas, el espejo se empañara, si ya no eran vírgenes, o se conservara claro, puro.
En la “Historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones” hay una frase extraña sobre Alí Babá cuando encuentra el tesoro en la cueva de los ladrones (p. 681): “En su vida había visto el verdadero color del oro ni conocido su olor siquiera”. ¿El olor? Yo tampoco lo conozco.
En “La tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra” hay una expresión llamativa. Un joven tenía (p. 799) “el hígado achicharrado de tristeza”.
Doniazada, la hermana de Schehrazada, en el final de la historia ya no es una niña (p. 805): “Se había convertido en una adolescente deseable en todos sentidos”; en tanto el rey Schahriar y Schehrazada tienen tres hijos, uno de dos años cumplidos (p. 811) “y estos dos gemelos no tardarán en tener un año de edad. ¡Alá aleje de los tres el mal de ojo!”.
Schhzamán, el rey hermano de Schahriar (que apareció en el inicio de este libro) llega de visita y éste le convence de casarse con la joven Doniazada. Lo hace.
El rey ordena que todas las historias que ha contado Schehrazada se escriban para que las conozcan las futuras generaciones (p. 817): “Y pusieron manos a la obra, y de tal suerte escribieron con letras de oro treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos. Y llamaron a esta serie de maravillas y de asombros El libro de las mil noches y una noche” que, por cierto, es el nombre con que a Jorge Luis Borges le gustaba llamar a este libro genial.
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En Letraslibres.com publicaron, como celebración, cinco poemas de Tomás Segovia que aparecieron originalmente en el numero 3, diciembre de 1971, de la Revista Plural fundada –con varias plumas célebres– y dirigida por Octavio Paz. Comparto fragmentos de ellos.
Del 1:
Había una gruta
En la gruta
Había una mujer
En la mujer
Había una gruta.
Del 2:
No soy el caído
Soy la caída
Del 5:
La vida es una fiera tan glotona
Que en pleno vuelo le devora las tripas al deseo
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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