Mil y una noches lujuriosas, 1

Casa de citas/ 552

Mil y una noches lujuriosas

(Primera de dos partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo una selección, de 817 páginas, de Las mil y una noches (Editores Mexicanos Unidos, 2018), que (p. 7) “sigue de cerca la traducción francesa del doctor Marcus, de 1898”, es decir, preserva los matices eróticos del original que, en 1704, se publicó en 17 volúmenes. Las narraciones, en mi ejemplar, tienen como título el número de noche de que se trate y como subtítulo el de la historia que se cuenta. Mi volumen se toma la molestia de agregar una nota cada vez que hace los distintos saltos (de la 23 a la 138, por sólo citar el primer salto) para llegar a la noche mil y una, y a su epílogo.

La historia comienza cuando los dos hermanos reyes, Schahriar y Schahzaman, descubren que sus mujeres les son infieles; que participan, incluso, en orgías con sus sirvientes. En un viaje que ambos emprenden quedan sorprendidos cuando una bella mujer, esclava y amante de un efrit (genio de gran poder) les conmina sin sutilezas a poseerla (p. 16): “Traspásenme con sus lanzas de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit”. Lo hacen, claro.

En cuanto ambos regresan a sus reinos hacen degollar a sus esposas y deciden tomar una nueva mujer por noche para matarlas al amanecer. El libro se centra en el rey Schahriar (Schahzaman aparecerá al final) y en cómo Schehrazada, hija de su visir, se ofrece como su esposa. En la primera noche (p. 21) “el rey se levantó y tomando a Schehrazada, le arrebató la virginidad”; ésta después le pidió al rey que permitiera entrar a su hermana menor, Doniazada, para que le contara un cuento. Y el rey quedó prendado de su mujer, de sus historias y también de sus encantos de cama… porque después de los cuentos, y esto se repite muchas veces (p. 30), “el rey y Schehrazada pasaron enlazados la noche hasta por la mañana”.

En “La historia del pescador y el efrit” me llamó la atención la forma en que el pescador dice al efrit que está ansioso de oír su relato (p. 35): “De impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el pie”.

Generalmente Schehrazada no nombra a la muerte, sino no es con subterfugios (p. 62): “la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable”.

En muchas historias, el sexo es el nudo central. Por ejemplo, en “Historia del mandadero y las tres doncellas” él llega a casa de las tres muchachas y al saber que viven solas les propone (p. 64): “Un acorde no será jamás armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Ustedes, ¡oh, señoras mías!, sólo son tres y les falta un cuarto instrumento: la flauta”. Entre los cuatro comienzan a decir nombres del sexo femenino. Él dice (p. 66): “La casa de la misericordia”; una de ellas “la vulva”; él: “tu zángano”; una de ellas: “La albahaca de los puentes”; y ya, en catarata (p. 67): “El sésamo descortezado, el estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias, la posada de Aby-Mansur”. Con el miembro masculino son menos creativas. Lo llaman zib (pene) y “herramienta”; es el mandadero ahora, desnudo, quien pone gracia al asunto: “Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur”.

 

Ilustración: Alejandro Nudding

En “Historia del segundo saaluk”, el efrit, que encontró a su mujer con otro, le dice a éste que va a violarlo y le da a elegir (p. 91): “¿Bajo que forma quieres que te encante? ¿Prefieres la de un borrico? ¿La de un mula? ¿La de un cuervo? ¿La de un perro? ¿La de un mono?”.

En la “Historia del tercer saaluk” éste presume de su resistencia erótica, y le gana a cualquier mexicano en su mentira (p. 109): “Y pasé con ella toda la noche. Le di cuarenta asaltos de verdadero asaltador y correspondió a ellos y cada vez me decía: ‘¡Ay, ojos míos! ¡Ay, alma mía!’ Y me acariciaba y la mordía yo y ella me pellizcaba y así durante toda la noche”.

Hay muchas fórmulas que los relatos usan para referirse a lo mismo. Por ejemplo, para hablar de la belleza masculina o femenina dicen (p. 118): “Era hermoso como la luna llena”; en el caso de Hassan, va a más (p. 149): “¡Ha sido creado para poner en combustión todas las vulvas!”.

En “Historia de Amina, la segunda joven” hay un insulto drástico (p. 123): “Su cara era más fea que el trasero de un viejo”.

Badreddin posee a Sett El-Hosn, en “Historia del visir Nureddin, de su hermano, el visir Chamseddin y de Hassan Badreddin”, y la narración es explícita. Ambos se desnudan, ella abre las piernas (p. 157): “En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya dispuesto. Empujó este ariete poderoso, hundiéndolo en la brecha y la brecha cedió. […] Y comprobó también que aquel trasero bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador. […] Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse”.

Por eso, cómo no, en muchas noches hay que apuntar (p. 173): “El rey Schahriar y Schehrazada pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que salió el sol”.

Un bandido, en “Aventuras del joven Kanmakán, hijo de Daul’makán”, ve en una tienda a dos jóvenes y siente atracción por ambos (p. 210): “Me enamoré hasta el límite más extremo de la pasión, pero no sé exactamente si de la joven o del imberbe muchacho”. Una de las malas de esta historia, “La vieja Madre de todas las Calamidades”, como la apodan, es escupida públicamente y luego ahorcada (p. 215): “Y así pereció, devolviendo a Eblis su alma fétida por el ano, la pedorra calamitosa”.

Hay un largo apartado de historias de animales; en “La historia de la pulga y el ratón”, no se abandonan las alusiones sexuales. Brinca la pulga al cuerpo de una mujer, llega a los muslos (p. 243): “Y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado”.

Los siete viajes contenidos en “Historia de Sindbad el marino” los cuenta, desde la voz de Schehrazada, el propio marino a su tocayo Sindbad el cargador. Me encantó esta fantasía que cuenta de su primer viaje. Se la cuentan a él los nativos de una isla (p. 307): “Al salir la luna nueva, cada uno de nosotros trae aquí una yegua de pura raza, virgen todavía, la ata en la rivera y enseguida se oculta en la gruta subterránea. Atraído entonces por el olor de la hembra, sale del agua un caballo entre los caballos marinos, que mira a derecha y a izquierda y al no ver a nadie salta sobre la yegua y la cubre”.

En su cuarto viaje, Sindbad es arrojado a un pozo, con siete panes y agua, para que muera de hambre. Él se da cuenta que hay muchos cadáveres, pero también nuevos vivos a los que van arrojando. Él los mata, le da igual que sean hombres y mujeres, para quitarles los panes y el agua. Los ultima, se justifica (p. 349), “¡Porque el alma es preciosa!”. Se refiere en particular a su alma, por supuesto.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

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