El unicornio no es como lo pintan
Casa de citas/ 551
El unicornio no es como lo pintan
Héctor Cortés Mandujano
Leo de nuevo, porque ya la había leído con otro título y en otra traducción, Sherlock Holmes. Aventuras de un tesoro (Editora Nacional, 1960), de Arthur Conan Doyle y me parece que esta historia, que es de las primeras de Sherlock, muestra las varias características de este personaje icónico: es farmacodependiente (inicia la novela cuando se está inyectando cocaína), es boxeador, toca el violín, es maestro en los disfraces y, por supuesto, tiene una inteligencia deductiva fuera de lo común que, además, es parte de su interés vital (p. 18): “Yo no puedo vivir sin trabajo cerebral. ¿Qué otra cosa puede inducirlo a uno a vivir?”.
También, aquí, el doctor Watson muestra otra cara de su vida: se enamora de la señorita Morstan, quien llega en busca de la ayuda del famoso detective. Sherlock opina (p. 28): “Un cliente es para mí una simple unidad, un factor en un problema. Las cualidades que conmueven son antagónicas al razonamiento claro”.
Sherlock cita a Richter (p. 106): “La prueba principal de la grandeza del hombre es la percepción de su propia pequeñez”.
Al final, una vez concluido el caso, Watson propone matrimonio a la señorita Morstan y pregunta a Sherlock sobre qué ganó él y éste responde (p. 220): “A mí me queda todavía el frasco de cocaína…”, dijo. “Y su larga y blanca mano se acercó al frasco”.
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No podemos predecir el futuro
porque es imposible conocer el presente
Heisenberg
Leo La realidad cuántica. Un mundo regido por el azar y la superposición (RBA, 2016), de María Cruz Boscà Díaz-Pintado, quien, en una exposición clara e inteligente, explica a los legos, como yo, los complicados asuntos cuánticos.
Dice (p. 41): “Terminaba el siglo XIX y una arrogante física estaba a punto de proclamar como culminada la cabal comprensión de la realidad natural y sus fenómenos. Pero se trataba sólo de una ingenua soberbia científica, que se repetirá en el siglo XX respecto a la nueva física cuántica”.
A Niels Henrick Bohr (Copenhague, 1885), Premio Nobel de Física en 1922, se le considera el “padre fundador” de la física cuántica y él dijo (p. 97): “El postulado cuántico implica que cualquier observación de los fenómenos atómicos entraña una interacción con los medios de observación que no puede ser despreciada”. Por eso, el azar (la serendipia) en la investigación no debe ser desdeñada. Henri Becquerel investigando otra cosa, descubrió la radioactividad (y ganó por eso el Premio Nobel de Física en 1903). Es decir, aparte del azar, que nos ayuda a descubrir lo que no hubiéramos hecho sólo con la aplicación de la lógica convencional, hay realidades superpuestas.
La moneda en el aire tiene un 50% de caer en cara o en cruz; sin embargo (p. 110) “la teoría cuántica asume que la moneda ‘está’ en ese estado de superposición de cara y cruz”, es decir, no es cara o cruz, sino cara y cruz, al mismo tiempo. Además, un objeto que para la física tradicional ocupa necesariamente un lugar en el espacio, para la física cuántica (p. 107) puede tener la cualidad de no ocuparlo.
Otra cuestión importante es la llamada contextualidad cuántica (p. 127) “según la cual las predicciones de la teoría sobre los resultados de sus medidas dependen del contexto específico en que estas se realicen”. Werner Heisenberg lo explica (p. 165): “Tenemos que recordar que lo que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de indagación”. Pascual Jordan va más lejos (p. 165): “Nosotros mismos producimos los resultados en la medición”.
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¿Cómo creer que desde el principio del mundo,
en todos los naufragios se ahoguen solamente los bribones?
Po-Chu-I,
citado por Teresa Guongiorno
Leo El fantástico Marco Polo (Javier Vergara Editor, 1982), de Teresa Guongiorno, que es una novela histórica basada, supongo que muy libremente, en un viaje donde Marco Polo comparte barco con dos princesas –Cocachín y Cogatra– que van a casarse con el mismo hombre.
Por intemperancias del viaje, tienen que improvisar una estancia en una isla. Allí dicen que hay unicornios, pero que sólo pueden atraparse con la leche de una mujer virgen. Marco Polo explica a Cocachín (p. 145): “Hay que poner una virgen, con el seno descubierto, en un claro tranquilo de la selva. El unicornio siente el olor, se acerca, se prende al pecho de la joven como un lactante a la madre. Esto lo adormece; entonces el cazador puede matarlo o atraparlo vivo, como le guste”.
Cocachín acepta mostrarse así (p. 149): “Y aparece el unicornio”.
Lo matan antes de que toque a la princesa, pero (pp. 150-151) “no es un gracioso cervato, sino un bruto animal repugnante, con piel de elefante, forma de jabalí, cola de camello y lengua de espinas. Con el cuerno no puede lastimar”.
La novela es un cúmulo de temas varios; a veces, tanta digresión, desdibuja la historia principal. Un apunte (p. 153): “La escritura china requiere ocho tipos distintos de pequeñas líneas. La palabra ‘eterno’ las contiene todas”.
Se dice algo más del mítico animal (pp. 179-180): “También el Talmud de los hebreos habla del unicornio. Parece que durante el diluvio el animal no pudo entrar en el arca porque era demasiado grande. Se las arregló nadando constantemente cuarenta días y cuarenta noches. Y cuando estaba cansado, se apoyaba con el cuerno en la popa del arca”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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