Todo deseo es rojo
Casa de citas/ 548
Todo deseo es rojo
Héctor Cortés Mandujano
—¿Nunca has mentido?
—¿Para qué?
Kipling,
en Kim
Cuando uno lee Kim (se publicó en 1901; mi ejemplar es de Altaya, 1995), de Rudyard Kipling, saltan en la memoria las muchas novelas de aventuras que uno ha leído donde hay dos protagonistas aventureros (Las aventuras de Tom Sawyer, de Twain; El Quijote, de Cervantes; Grandes esperanzas, de Dickens; Robinsón Crusoe, de Defoe, etcétera), pero después de leer la entrevista que Kipling hace a Twain, en 1889, e incluida en Las grandes entrevistas de la historia (Aguilar, 2013) uno piensa que Kim y el lama, dos personajes opuestos, parecen cercanos al niño y al negro que protagonizan Las aventuras de Huckleberry Finn, de Twain.
Se refuerza la idea al leer lo que escribe Kipling de Twain. Le parecen poca cosa los que tienen poder político y dinero porque (p. 114) “yo he visto a Mark Twain esta dorada mañana, le he estrechado la mano y me he fumado un cigarro –no, dos cigarros– con él” y “[…] ¡vosotros, gente insignificante, no habéis visto a Mark Twain!”.
Lo de Kipling por Twain es una admiración tremenda (p. 116): “Yo fumaba reverentemente, como ha de hacer uno en presencia de su superior”, y sale feliz de su entrevista: “Bendito el hombre que no sufre una desdicha cuando se encuentra cara a cara con su escritor más reverenciado”.
Kim es un niño de la calle que se viste como cualquier otro menesteroso de la India, pero es hijo de inglés (p. 9): “Kim no hacía nada, pero, eso sí, con extraordinario éxito” y era llamado en los barrios como “Amigo de todo el mundo”.
A él le fue dicho que su fortuna llegaría cuando hallara “un gran toro rojo sobre un campo verde” y el lama, con quien se halla recién empezada la novela, busca un río donde se curarán todas sus dolencias, todas sus penas.
En uno de los muchos encuentros de estos dos personajes con otros, en sus búsquedas que parecen insensatas, conversan con alguien quien dice al lama (p. 73): “Me habías dicho que el matrimonio y los hijos sólo servían para oscurecer la verdadera luz, que no eran más que tropiezos en el buen Camino”.
Kim insulta a un policía (p. 79): “¿Crees que venimos de la charca más próxima, como tu suegra, la rana?”.
El lama dice sobre el color del toro que busca Kim una frase críptica (p. 117): “Todo Deseo es rojo… y perverso”.
Me llamó la atención una leyenda de la India, que se parece mucho a las nuestras (p. 170): “Una churel es el fantasma particularmente malévolo de una mujer que ha muerto al dar a luz. Suele aparecerse en caminos poco frecuentados con los pies vueltos hacia atrás y lleva a los hombres a la locura”.
Benarés, un pueblo donde los personajes se detienen, es peculiar (pp. 225-226): “Al menos una tercera parte de la población reza eternamente a un grupo u otro entre muchos millones de deidades, y por consiguiente reverencia a todo tipo de hombre santo”.
El toro rojo en campo verde es la bandera militar y al verla Kim es llevado con los superiores, quienes lo descubren como hijo de uno de sus compañeros. Ellos y el lama se encargan de que el niño vaya a la escuela y se instruya. La profecía se cumple. El lama, en tanto, sigue buscando su río.
Dice el lama a Kim (p. 274): “Las mujeres hablan, pero es una enfermedad del sexo femenino”.
En la biblioteca de St. Xavier, en la India, dice el narrador, hay un libro titulado (p. 289): Las aventuras de un joven naturalista en México.
Una vieja dama dice algo muy bonito, muy poético, sobre las edades, sobre los viejos y los jóvenes (p. 328): “Los que bajamos ya hacia las piras funerarias nos agarramos de la mano de los que suben del Río de la Vida con jarras llenas de agua”.
Kipling parece sabio en Kim, pero se comporta de la manera más grosera con un periodista que intenta entrevistarlo (texto incluido en Las grandes entrevistas de la historia). Lo echa porque lo aborda con palabras y le dice que se dirija a él por escrito, el periodista lo hace y de nuevo es tratado groseramente. Las dos entrevistas son contrastantes: la de Kipling a Twain, donde éste es amable y respetuoso, y la otra, de 1892, donde Kipling dice al reportero (p. 147): “Sí, soy un patán grosero, y a mucha honra. No me importa. Quiero que la gente lo sepa”.
Es incómodo leer a Kipling insultando a otra persona, que, además, lo trata con respeto y halaga su labor de novelista. Le dice al reportero, antes de darle con la puerta en las narices (p. 151): “Sea como sea, no ha conseguido usted nada”.
El reportero le dice: “Ya lo creo que sí. Lo suficiente como para decirle a la gente que se mantenga alejada de usted”. En fin, a veces es mejor leer a un escritor que conocerlo.
***
En El primer amor y Asia (Salvat Editores, 1972), dos novelas breves de Iván Turguéniev, escriben sus datos biográficos (p. 7): “Su padre era un noble cuya precaria situación económica le obligó a casarse con una mujer mucho más vieja, riquísima y cruel. Entre las escasas virtudes de aquella mujer, figuraba una gran preocupación por la formación intelectual de sus hijos”.
Gaguin llama de cariño Asia a su hermana Anna. El narrador se vuelve amigo de ambos y ella, casi una niña, se enamora de él. Lo cita en una habitación y le declara su amor, le dice que es suya. El narrador no está seguro de casarse con ella, de modo que ni siquiera la besa. Ella se va y él nunca vuelve a verla (algunas novelas de Turguéniev –El primer amor, Humo– se parecen en eso). Perdió su oportunidad de amar.
Él guarda un geranio que ella le arrojó desde su ventana. Aún desprende un tenue olor y él, ya viejo, concluye (p. 130): “La suave fragancia de una brizna insignificante es más duradera que todas las alegrías y penas humanas, más duradera que el hombre mismo”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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