Tilín tilín
Esa tarde veraniega estaba resultando eterna para Rubí; se había ido la luz en su casa desde la mañana y ella, acostumbrada a ver televisión y jugar con su celular, no encontraba en qué más podía entretenerse. Fue con su mamá y le preguntó en tono desesperado:
—Mami, ¿a qué hora vendrá la luz? Desde la mañana no hay y tú dijiste que no tardaría en volver, ya casi dan las cinco de la tarde.
Ruth, que estaba avanzando en pegar etiquetas en los recipientes de postres que vendía le respondió:
—Quizá sea un problema más grande, por eso se han tardado, pero no te preocupes no solo es en casa, también le pregunté a tu abuelita Bertha y me dijo que es en toda la manzana. Así que lo más probable es que hoy quede resuelto. ¿Quieres venir a ayudarme?
—Gracias, prefiero ir a visitar a la abuelita Bertha, a ver qué hace sin luz.
—Ve, con cuidado, iré por ti al rato.
Doña Bertha, la mamá de Ruth, vivía a dos casas de Rubí. Cuando estuvo afuera de la casa la niña jaló con fuerza la campana que hacía la función del timbre. Enseguida se escuchó una voz:
—¿Quién toca con tal desesperación?
—¡Abuelita, soy Rubí!
Apenas había entrado cuando doña Bertha sintió el abrazo apretado de la niña, quien le besó las mejillas. Y ella respondió a tan cariñoso saludo. Antes que Rubí pudiera preguntar por qué tenía tierra en las manos, doña Bertha la invitó a que la acompañara a donde estaba consintiendo a sus flores.
Los ojos de Rubí se abrieron más de costumbre cuando vio que las macetas no solo estaban relucientes, sino que las flores lucían más bonitas. Doña Bertha le explicó que había que apapachar a las flores, cuidarlas, cambiarles de tierra, ponerles abono y platicar con ellas, para que se sintieran queridas. Aprovechando que no había luz eléctrica, ese día había decidido brindarles el tiempo a sus flores. Terminó de acomodar la maceta que faltaba, se lavó muy bien las manos y se fue con la niña a la sala.
Rubí no supo qué responder cuando doña Bertha le preguntó, qué había hecho ella toda la mañana, sintió algo de pena. Finalmente, le dijo que se la había pasado aburrida, no sabía qué hacer, la luz era la culpable.
Doña Bertha sonrió, aprovechando que aún había luz del sol le propuso a Rubí que leyeran un rato juntas, la niña aceptó. El cuento sugerido por la abuelita fue De cómo Sherezade evitó que el rey le cortara la cabeza, uno de los cuentos de Las mil y una noches. Ambas se pusieron cómodas y doña Bertha inició mientras Rubí mantenía atenta la escucha al cuento.
—Hace muchísimos años, en las lejanas tierras de Oriente, hubo un rey llamado Shariar, amado por todos los habitantes de su reino. Sucedió sin embargo que un día, habiendo salido de cacería, regresó a su palacio antes de lo previsto…
En plena lectura estaban cuando se escuchó el tilín tilín de la campana.
—¡Abuelita, seguro es mi mamá, dijo que vendría por mí! No me quiero ir hasta que termines de leer el cuento y si ya no hay sol, en la casa tenemos velas.
Doña Bertha sonrió, estaba contenta que su nieta se había olvidado por un momento de la desesperación porque no había luz. Mientras respondía al llamado de la campana.
—¡Ya voy!
Sin comentarios aún.