“Los uniformes- basura”: entre el pragmatismo y el nacionalismo

Por Mirna Alicia Benítez Juárez

¿Si yo viese el uniforme que me distingue como deportista mexicana tirado en la basura de la villa olímpica qué haría?

Ni un segundo de duda: lo “denunciaría”.

La primera razón de esta respuesta se sustenta en la identificación con la camiseta deportiva. Hace muchos años atrás jugué básquetbol para el equipo del Instituto Mexicano del Seguro Social y la blusa y el short para competir eran horrorosos: color amarillo “yema de huevo ” – lustrosos- pero … los amaba; fue el uniforme inicial. Poco tiempo después el equipo se tornó competitivo y nos dieron los uniformes a portar durante 11 años -ya en blanco y verde-  convirtiéndose en mis colores favoritos pues, igualmente, eran los representativos del estado de Veracruz. Con base en horas de entrenamiento diario  vencimos en competencias locales, regionales y estatales hasta lograr ser parte de “la ola verde”. ¡La emoción experimentada  al recibir chamarra y pants solo la comparo a lo vivido varios “6 de enero”! No importaba –mucho- si eran de una talla mayor o quedaban apretados.  Allí se fincó mi fidelidad al uniforme como algo –casi- sagrado.  Además, y no menos importante, no tuve recursos para comprarme otros uniformes completos  y el gran plus: era un honor  recibirlos del “Seguro Social” o ¡del Estado de Veracruz!

En efecto, la segunda razón es de tipo económica. Tener un uniforme completo no cabía en el presupuesto de mi familia, es más, solo hasta la adultez me compré un balón de cuero. ¡Y qué decir de los tenis …  hasta sacarles el último “unto”! También, por esa manía de aventarme por cualquier pelota en disputa, fueron necesarias unas rodilleras. No más. (Antes de alguna “ceja parada” señalo: no tengo traumas al respecto, disfruté al máximo lo tenido y  aún lo “revivo” con enorme placer).

Tercera razón, mi educación básica la realicé en escuelas públicas y allí me forjaron un nacionalismo acorde a “los nacionalismos” que la mayoría de los países adentraban a sus estudiantes. Esto en los años finales de la década de 1960 y toda la de 1970, es decir, cuando en México hubo crecimiento económico y se construyeron canchas y gimnasios. La impronta de las Olimpiadas del 68, el Mundial del 70 y “el otro Mundial” del 71 posibilitaron eso. Pocos años después Louis Althusser me daría ciertas pautas para comprender la función  de los aparatos ideológicos de Estado –entre ellos la escuela y los medios de comunicación- y comprendí el poder del “nacionalismo” pero: ¡“el daño” ya estaba hecho!

Cuarta razón, y ésta más contemporánea, la identidad genérica femenina  me permite observar los distintos y mayúsculos patrocinios para los deportistas hombres  y los exiguos recursos para las deportistas  (esto más acentuado en nuestro país aunque también en Estados Unidos de América).

Quinta y última. La delegación mexicana que participa en las  olimpiadas de Tokyo 2020 (aunque se realicen en el 2021) incluyó a un equipo de softbol femenino que no entrena, menos radica, en alguna de las entidades federativas que comprende la República Mexicana y estas chicas son más neoliberales –por su cotidianidad, aspiraciones y condiciones de vida deportiva- que la mayoría de los deportistas (hombres y mujeres) que lo hacen dentro de nuestras fronteras.

Espero ser clara: las razones expuestas  generan un cóctel que  me hacen mirar de una forma muy particular “el caso de los uniformes tirados a la basura por las jugadoras de softbol  del equipo representativo de México”.

Para mí, el uniforme olímpico ofrece identidad, es parte constitutiva del deportista –incluidos los aditamentos-  por eso no me es fácil comprender que alguna jugadora (o jugador) pudiera dejar una manopla de 200 dólares en la basura.  Acentúo, soy feminista – no me mueve la misoginia- pero  dimensiono  lo “costoso” que es  softbol.  Además, la adrenalina de superar los distintos niveles de competencia hace que algunos equipos se identifiquen con el uniforme (ups, las cábalas en el deporte, otro gran tema) y embolsarlo junto con desperdicio no lo imagino siquiera.  Tampoco me mueve la xenofobia, si bien no es lo mismo desayunar unos chilaquiles que unos hot cakes, o comunicarte en español que en inglés, o que tu universidad “te apoye” a que tu universidad “te financie”, o  entrenar cuando otros te permitan usar su espacio  -en horarios que no priorizan- a tener excelentes instalaciones para hacerlo.  Aquí, lo que alcanzo a ver en “las peloteras”, es más una cuestión de recursos económicos -y cierto “desclasamiento”-  al vivir en “las entrañas del monstruo”, como planteara José Martí. Me explico. Las jugadoras que “representaron a México” tienen otras condiciones de vida, otras aspiraciones, las convencieron de vestir un uniforme que no era el suyo realmente, no pasaron todos los niveles de competición que otras deportistas mexicanas deben sortear y saben que, al regresar al país donde viven, enfrentarán las reglas que el modelo de vida estadounidense les impone y aceptan los retos.

Para las deportistas mexicanas  “la gloria olímpica” les dará una gratificación más simbólica que real –o máximo alguna beca mientras su vida deportiva lo permita o alguna función burocrática, de relativa medianía- y con ello intentarán paliar la estructural crisis, no solo económica sino también social, que los fuertes promotores del neoliberalismo –sin rostro humano- promueven en México  y en … iba a decir China pero no, allá es un tanto diferente.

Por mi contexto yo denunciaría “lo del uniforme-basura” pero para las chicas de softbol  esa acción no tenía “la menor importancia”. Ahora ya saben el costo, no monetario, de su falta de arraigo, de su pragmatismo y su convicción de ser “habitantes del mundo”. Eso del nacionalismo, para bien y para mal, sigue vivo dentro de muchos Estados-Nación. A veces una quisiera otras cosas pero la realidad social es, más o menos, así.

 

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