Flores ajenas

Casa de citas/ 549

Flores ajenas

Héctor Cortés Mandujano

 

 

—¿Te consideras un genio?

—Sí. Si existen los genios, yo soy uno de ellos

John Lennon, entrevistado por Jann S. Wenner

 

Las grandes entrevistas de la historia (1859-1992), edición de Christopher Silvester (Aguilar-Santillana, 2013), con traducción de Herminia Bevia y Antonio Resines, es un libro alto y gordo, que contiene la que se considera la primera entrevista. La hizo Horace Greeley, en 1859, a Brigham Young, líder mormón, quien reconoce humildemente tener sólo “quince mujeres”.

Pero los entrevistadores del volumen, de distintos medios, con distintas formaciones, conversan con variopintas personalidades: Hitler, Mussolini, Stalin, Stevenson, Margaret Thatcher, Kipling, Wilde, Beckett, Picasso, Marx, Greta Garbo, Edison, Lennon, Freud, entre muchos otros y otras.

En la introducción, Christopher Silvester dice que (p. 29) “el Oxford English Dictionary otorga al término ‘entrevista’ un origen periodístico y sitúa su nacimiento en 1869”, es decir, 10 años después de la primera entrevista que publica este volumen.

Oriana Fallaci, célebre entrevistadora, dice, citada por Silvester, que entrevistar (p. 39) “resulta más fácil que escribir… uno toma las ‘flores’ ajenas y las vende como propias”. La misma Fallaci más adelante afirma (p. 54): “Para mí una entrevista es una historia de amor. Es una lucha, un coito”.

En la entrevista, sin crédito para el entrevistador, de Robert Louis Stevenson, habla éste de cómo los sueños han determinado su escritura (p. 111): “Por ejemplo, todo lo que soñé acerca del Dr. Jekill fue que alguien intentaba introducir a un hombre a la fuerza en el interior de un armario”.

Rudayad Kipling entrevista a Mark Twain, por el que siente tanta veneración que, escribe sobre los momentos que pasó con su ídolo (p. 120), “En una ocasión, de hecho, me puso la mano en el hombro. Fue como ser investido con la Estrella de la India: seda azul, trompetas y diamantes todo en uno”.

William Beatty-Kingston entrevista al Príncipe Bismarck y éste declara (p. 137): “¿Ha conocido alguna vez a un hombre satisfecho? Quiero decir entre los ricos, la gente de éxito, de alta cuna o elevada posición social. ¿Cómo iba a estar entonces satisfecho un trabajador, cuya vida es necesariamente parca en placeres y escasos momentos de desahogo?”.

Chesterton dice a Hugh Lunn (p. 209): “Todos somos igual de poéticos que Shakespeare, lo que ocurre es que no somos tan buenos poetas como él”.

Hay mucha sabiduría en lo que declara Sigmund Freud a G. Sylverter Viereck (p. 249): “Veo cómo crecen las plantas en primavera. De vez en cuando tengo la satisfacción de estrechar una mano amiga. En un par de ocasiones he dado con un ser humano que casi llegaba a comprenderme. ¿Qué más se puede pedir?”. También dice después (p. 252): “¡Aquiles habría sido insoportable de no ser por su talón!”. Y más (p. 254): “Las emociones del perro recuerdan a los héroes de la antigüedad. Quizá sea ese el motivo por el que inconscientemente bautizamos a nuestros perros con nombres de antiguos héroes como Aquiles o Héctor” (ya he contado yo en una Casa de citas anterior que, en San Cristóbal, me presentaron a un perrazo negro, magnífico, que era mi tocayo).

Uno de los méritos de este libro es su diversidad: hay personajes de variada profesión y entrevistas de distinto mérito; las hay sobre un tema, coyunturales, de semblanza; con preguntas básicas o profundas, que buscan el retrato del personaje desde la reportera (la de Vladimir Nabokov es una mala muestra) o desde el autorretrato dirigido. En general, leí sin demasiado interés las opiniones de los políticos y con más dedicación las que expresan los artistas. Las entrevistas que más me gustaron fueron las que hicieron Charlotte Chandler a Mae West (de la que curiosamente no hago ninguna cita) y Oriana Fallaci a Sammy Davis Jr. Qué buenas son las entrevistadoras, las declaraciones que consiguen, las entrevistas de principio a fin.

Ilustración: Alejandro Nudding

John Hyde Preston consigue que Gertrude Stein diga esto de los escritores americanos (p. 340): “Al principio, todos parecen grandiosos. Luego llegan a los treinta y cinco o cuarenta y se secan. Pierden algo y comienzan a repetir la misma fórmula. O bien envejecen en silencio”. Hemingway, en la misma página, dice Stein: “No se ha vendido ni ha adoptado ningún molde literario”. Piensa que Byron escribía desde la pasión (p. 341): “Quizá sea por eso por lo que su obra es tan desigual, ya que la pasión del hombre, si es auténtica, no es uniforme”; en cambio (p. 342), “Hemingway lo sabe todo sobre la pasión y en ocasiones puede escribir con seguridad acerca de la misma, pero carece de ella”.  Es lapidaria (p. 345): “Lo que debe recordar todo escritor serio es que escribe seriamente y que no es un comerciante”.

Dice Stefan Zweig, entrevistado por Robert van Gelder (p. 357): “Soy un lector nervioso. Me impaciento cuando un autor, yo mismo incluido, divaga”.

Israel Shenker entrevista a Samuel Beckett, quien dice (p. 377): “Cuanto más sabía Joyce más podía hacer. Como artista, tiende hacia la omnisciencia y la omnipotencia. Yo trabajo con la impotencia, con la ignorancia”.

Alfred Hitchcock dice a Pete Martin (p. 388): “La gente no hace más que preguntarme por qué me interesa tanto el crimen. La verdad es que no me interesa. Sólo me importa en la medida en que afecta a mi profesión. Me aterrorizan los policías”.

Dice Marilyn Monroe a Georges Belmont (p. 435): “Me gustaría mucho ser una buena actriz, una actriz de verdad. Y también me gustaría ser feliz, ¿pero quién lo es?”. Dice más adelante Marilyn (p. 437): “El amor y el trabajo son las dos únicas cosas que de verdad tienen importancia. En realidad, lo demás es irrelevante”. Y más: “Por encima de todo, quiero que me traten como a un ser humano”.

Norman Mailer se enfrenta a E. Auchincloss y N. Lynch, y les dice (p. 445): “El proletariado de Marx ha desaparecido, lo hizo con la llegada del refrigerador”. No le gustaban los actores a Mailer (p. 449): “Los actores no tienen la menor idea porque los actores son gente que no anda. Normalmente son transportados sobre los regazos de las damas… son crías de canguro. Los llevan en las bolsas hasta que se convierten en hombres y entonces se ponen de pie, sueltan unas cuantas palabras y se hunden de nuevo en la marsupia”.

Escribe Oriana Fallaci que Sammy Davis Jr. es (p. 470) “el hombre más feo que he visto en mi vida”. Su mujer de aquel entonces era Mai, rubia y bellísima. Eran (p. 471) “el cuento de la princesa y el sapo”. Davis era muy inteligente y dice (p. 472): “Si la ley del ‘nunca se ha hecho antes’ fuera una ley válida, lógica, consistente, el mundo no existiría. El progreso no existiría. […] ¿Quién hizo la primera ventana? Sin duda, alguien a quien le dijeron que no podía hacerla porque no se había hecho nunca”. Admite su fealdad, pero también que así ha logrado que una mujer bella lo ame (p. 479) “feo como soy, tuerto, con la nariz rota, y además pequeño y negro. […] Estoy convencido de que un hombre realmente feo, al final, acaba resultando atractivo”.

John Lennon declara a Jann S. Wenner que había hecho, con ayuda del LSD (p. 531), “unos mil viajes”, porque (p. 533) “siempre he necesitado alguna droga para sobrevivir”.

William Burroughs dice a Duncan Fallowell que (p. 589) “hasta un cuarenta por ciento de mi material procede de los sueños; las localizaciones y los personajes. No existe ninguna línea divisoria entre el mundo de los sueños y el mundo real”, y no falta la declaración tajante (p. 590): “La felicidad no es plancharse la raya del culo sentado en alguna parte”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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