Disentir en clave pandémica
Giorgio Agamben es, seguramente, uno de los filósofos más influyentes de las últimas décadas. Su obra revisita lugares clásicos de la filosofía occidental, a través de información de distintas disciplinas y fuentes, para polemizar sobre el mundo actual y la política imperante en nuestras sociedades. Su vasta obra e influencia a lo mejor no llega a la representada por Michel Foucault pero, no cabe duda, que sus cuestionamientos se dirigen a penetrar en lógicas históricas de conceptos y formas de hacer sociales. Relación que une a ambos autores a través de la biopolítica, aunque en el caso de Agamben sea denominada “nuda vida”. Giro reflexivo, y nada optimista, sobre cómo queda supeditada la vida y la muerte al poder. Un hecho que sitúa la vida alejada de su condición humana y, como consecuencia, lo prescindible que puede ser.
La radical posición de Agamben respecto al papel del Estado, y sus instituciones, en el trato a los ciudadanos durante la pandemia ha levantado revuelo en su país, Italia, y también en otros ámbitos geográficos. Sus críticas lo acercan, a lo mejor sin desearlo, con aquellas representadas por el negacionismo radical, lo cual le ha alejado de otras conocidas plumas. De hecho, el propio Agamben ha tenido la habilidad, u osadía, de reunir en un libro titulado ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, sus opiniones publicadas en medios de comunicación, así como la respuesta a sus críticos. Él mismo refiere que son reflexiones, a veces breves, “sobre las consecuencias éticas y políticas de la así llamada pandemia y, a la vez, definir la transformación de los paradigmas políticos que las medidas de excepción iban delineando”.
Cabe decir que el objetivo principal de sus críticas son las medidas de excepción decretadas por los gobiernos, iniciando por el de su país, y la consiguiente militarización de la vida pública. Acciones que se unen al miedo, a las tribulaciones sobre la seguridad, que han crecido entre los ciudadanos más allá del virus causante del Covid-19. Temores reflejados en el abandono de prácticas de la vida social o la construcción de fronteras de todo tipo, al mismo tiempo que las máquinas ocupan el papel de intermediarias en los vínculos humanos.
Sin restarle razón a lo que dice Agamben, y aunque esta nueva situación llevará años de reflexión para dirimir sus consecuencias, no hay que olvidar que el virus ha matado, y lo sigue haciendo, a muchas personas queridas o conocidas. Una realidad que pone sobre la mesa de discusión dos aspectos de fácil mención, sin que ello signifique simple resolución.
El primero es que la ciencia, convertida con la declaración de la pandemia en tabla de salvación de la humanidad, no ha sido nunca infalible. Lo que en un tiempo es palabra incuestionable, por ser científica, resulta un error por desconocimiento o mala intención, con posterioridad. Los ejemplos son muchos y jalonan el siglo XIX y XX e, incluso, se arrastran hasta la actualidad como ocurre con las inventadas diferencias raciales de los seres humanos. La segunda está conectada con lo expuesto por Giorgio Agamben, y donde el poder se erige en un árbitro que dicta y controla, a su voluntad, la libertad y vida social de los ciudadanos bajo el paraguas de la salvaguarda de su existencia. Dos aspectos que entornan la cotidianidad del vivir pandémico y que, a pesar de ser constatables, parecen enquistados por muchas voces y plumas que se eleven para abrir debates.
La complejidad del mundo presente hace dudar de soluciones mágicas y unidireccionales, por lo que las controversias son la mejor manera de razonar sobre el poder y la diversidad humana en el mundo contemporáneo.
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