Amémonos hasta el final
Casa de citas/ 546
Amémonos hasta el final
Héctor Cortés Mandujano
Leí embobado, en uno de mis lectores electrónicos, Correspondencia 1866-1876: Gustave Flaubert y George Sand, traducido por Albert Julibert.
Estos grandes novelistas, dice Julibert en el epílogo (p. 379), “se vieron por primera vez el 30 de abril de 1857” y se escribieron 422 cartas donde hablaban de cuestiones personales, familiares y literarias.
Eran muy distintos, claro (Flaubert era más o menos rico; Sand escribía para obtener ingresos) y eso se nota en su producción (p. 380): “De 1857 a 1876, Sand publicó más de cuarenta libros, entre dramas, novelas, relatos y obras autobiográficas, además de incontables textos en la prensa. En el mismo tiempo, Flaubert había publicado tres libros”. En el carácter, él vivía en el conflicto permanente y ella en paz; él siempre fue soltero y ella vivía con su hijo, su nuera y dos nietas.
Flaubert (1821-1880) llamaba a George Sand (1804-1876) –cuyo seudónimo masculino escondía a Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant– invariablemente “maestra” y firmaba (algo que también hacía ella) como “su viejo trovador” o “su viejo”, y también, él, como “botija” y “Policarpo”.
Se querían mucho (el título de esta columna es de una de sus misivas) y se dicen cosas muy amistosas y muy amorosas en sus cartas. Dice Sand (p. 12): “Usted es un ser tan aparte, tan misterioso… y, con todo, dulce”.
Dice Flaubert (pp. 19-20): “Yo no experimento como usted ese sentimiento de una vida que comienza […] ¡Me parece, al contrario, que he existido siempre! […] Mi individuo actual es el resultado de mis individualidades desaparecidas. […] He muerto, durante las Cruzadas, por haber comido demasiadas uvas en las playas de Siria”.
Dice Sand (pp. 22-23): “Yo tenía un hermano muy gracioso que a menudo decía cuando yo era perro… Creía ser hombre desde hacía bien poco”.
Sobre el mismo tema, Sand, que ya era mayor y no tenía pareja, dice (p. 24): “Ahora que prácticamente ya no soy una mujer, si el buen Dios fuera justo, me convertiría en hombre”.
Sand opinaba que no se puede ser muchas cosas al mismo tiempo; que, si se logra ser hábil en algo, se es torpe en casi todo lo demás (p. 41): “No creo en esos donjuanes que son a la vez Byron. Don Juan no hizo poemas y Byron, según dicen, no hacía bien el amor”. En esa larga carta dice también (p. 42): “No he conocido a fondo a ningún artista sin alguna mancha, quiero decir que no tenga un lado algo tendero. Usted, que posiblemente no tenga esa mancha, podría tomarse como modelo. Yo la tengo. […] Me gusta coser y limpiar para los niños, soy algo sirvienta. Tengo distracciones, soy algo idiota. Y, al fin y al cabo, no me gustaría la perfección”.
Dice Flaubert (p. 45): “Siento una repulsión invencible a poner sobre el papel cualquier asunto sobre mi corazón. Incluso pienso que un novelista no tiene derecho a expresar su opinión sobre lo que sea. ¿Acaso Dios ha dicho alguna vez su opinión?”.
Otra vez Flaubert (p. 59): “Los hombres siempre pensarán que la cosa más seria de su existencia es Gozar”.
Sand le cuenta a Flaubert que Mauricio, su hijo, botánico, entomólogo (p. 72): “Ha recorrido tres leguas con un amigo para buscar, en medio de un llano inmenso, un animal que hay que mirar con lupa. ¡He aquí la felicidad! Estar loco por algo”.
Sand ha alcanzado tranquilidad, sabiduría (p. 77): “También yo he sido joven, y he estado sujeta a las indignaciones. ¡Se acabó! Desde que empecé a meter la nariz en la verdadera naturaleza, he encontrado en ella un orden, una continuidad, una placidez de revoluciones que le faltan al hombre, pero que el hombre puede hasta cierto punto hacer suyas, cuando no está directamente atado a las dificultades de la vida que le es propia”.
Otra disertación sabia de Sand (p. 82): “Creo que el artista debe vivir de acuerdo con su naturaleza como le sea posible. Al que ame la lucha, la guerra; al que ame a las mujeres, el amor”. Y más, en otra carta (p. 101): “Los artistas son niños mimados, y los mejores son grandes egoístas”.
Flaubert es un hombre en permanente conflicto. Dice (p. 113): “Vivir me parece un oficio para el cual no estoy hecho!”.
En respuesta a una crítica, escribe Sand (p. 165): “Yo no hago sátiras. No sé cómo se hace eso. No hago ni siquiera retratos, no es mi estilo; yo invento. El público que no sabe en qué consiste la invención ve por todas partes modelos”. Sand (p. 234): “Soy una mujer, tengo mis ternuras, mis piedades y mis cóleras. No seré jamás un sabio ni un erudito”.
Los dos eran amigos del gran Turguéniev y cuenta Flaubert (p. 253): “Le leí las 115 páginas de San Antonio que llevo escritas. Después de eso, le leí casi la mitad de Dernières Chansons. ¡Qué oyente! ¡Y qué crítico!”. Qué maravilloso era aquello. Un hombre lee y el otro escucha más de cien páginas. Eso, ahora, es muy difícil, casi imposible.
Flaubert no salía (sólo visitaba de vez en cuando a su célebre amante Luisa Colet), no vivía más que para leer y escribir. Sand le aconseja (p. 255): “Te lo ruego, no te obceques tanto en la literatura y la erudición. Cambia de lugar, muévete, ten amantes, o mujeres, como tú quieras, y durante esas fases, no trabajes, porque no hay que jugar con fuego”.
Sand le dice que su amor no es precisamente la literatura, sino los que viven con ella (p. 261): “Nosotros cinco nos amamos apasionadamente, y la sacrosanta literatura, como tú la llamas, es secundaria para mí en la vida. Siempre he amado a alguien más que a ella, y a mi familia más que a nadie”.
Nuevo consejo de la sabia Sand al dramático e irascible Flaubert (pp. 331-332): “No me permito el lujo de pensar en mí, de darle vueltas a cosas desoladoras, de desesperar de la especie humana, de contemplar mis dolores y mis dichas pasadas, y de llamar a la muerte”.
Flaubert en las mismas (p. 333): “Me siento viejo, agotado, desanimado. Y los demás me aburren tanto como yo mismo”. Y sigue (p. 337): “Uno no decide su destino. Uno lo sufre”.
Dice Flaubert sobre su vida sedentaria, dedicada a la sacrosanta literatura (p. 346): “No leo mucho, excepto a Shakespeare, que he retomado de cabo a rabo. Eso lo rehace a uno, y te entra aire nuevo en los pulmones, como si estuvieras en la alta montaña. Todo parece mediocre al lado de ese hombre prodigioso”.
Flaubert sobre la escritura, su escritura (p. 351): “Para mí es muy secundario el detalle técnico, la observación local, en fin, el aspecto histórico y exacto de las cosas. Yo busco por encima de todo la belleza”.
Una última cita de este libro aleccionador. Dice Sand (p. 372): “El arte debe ser la búsqueda de la verdad”.
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