Wigberto Jiménez Moreno: el Etnohistoriador
Fue uno de los fundadores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, colaborador con Paul Kirchhoff en la creación del concepto de Mesoamérica y autor de textos básicos sobre la historia mexicana. Cuando en 1965 ingresé a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), mi padre me aconsejó: “busca a Jorge Olvera. Trabaja en el Castillo de Chapultepec. Él te ayudará a introducirte al mundo de los antropólogos”. Así que, en los primeros días en que asistía a la ENAH, me animé a buscar a Jorge Olvera. Era un destacado historiador del arte con un interés muy notorio en Chiapas. Incluso, junto precisamente con Wigberto Jiménez Moreno, se atribuía el descubrimiento de los restos del Padre Kino en Baja California, el jesuita que abrió la frontera de la Nueva España hacia el norte. Olvera me recibió en cuanto escuchó mi nombre. Sentía una profunda estimación por mi padre, el profesor Andrés Fábregas Roca. Le expliqué que recién me había inscrito en la ENAH y que buscaba orientación. Me explicó lo que encontraría en la legendaria ENAH, los profesores, el tipo de cursos y me indicó que leyera un libro, la Introducción a la Etnología de Kuntz Dittmer, un texto editado por el Fondo de Cultura Económica. Pero hizo más. Me presentó con Wigberto Jiménez Moreno quien sería mi profesor en el curso de Historia antigua de México y los posteriores cursos de lengua Náhuatl que llevé en la ENAH. Antes de aquel curso, y justo el día en que conocí al gran etnohistoriador mexicano, éste me invitó a salir con él y con Jorge Olvera, a las excursiones que todos los domingos llevaban a cabo por el Valle de México y lugares aledaños a la Ciudad de México. No podía creerlo. Esa invitación era un privilegio inesperado. Durante un semestre completo, todos los domingos, pasé a casa de Jorge Olvera con quien abordo de un desvencijado Jeep, pasábamos a casa de Don Wigberto, esperábamos que terminara su chocolate mañanero, y nos enfilábamos a conocer sitios que les interesaba identificar, previamente localizados en mapas antiguos o en las crónicas de los siglos coloniales. No tardé en darme cuenta de que Don Wigberto era un ferviente católico, creyente de hueso entero y, desde mi punto de vista, un reaccionario en política. Jorge Olvera no era religioso y pienso que era políticamente indiferente. A él, lo que le interesaba, era la historia del arte y si era del México prehispánico, mejor. Aprendí mucho escuchando lo que discutían mientras recorríamos aquellos caminos. Muchas veces paramos en algún tinacal para beber pulque. Aprendí con ellos a mirar una iglesia, a localizar en la actualidad, sitios antiguos que aparecen en mapas o en crónicas. Me enteré de la importancia de los llamados “cronistas de Indias” que también Ángel Palerm recomendaba como lecturas imprescindibles. En el aula, Wigberto Jiménez Moreno desplegaba su inverosímil conocimiento de la lingüística, la arqueología, la historia, la etnología, del México antiguo. Recuerdo muy bien sus clases. En los cursos de Náhuatl era genial y lo que hoy conozco de ese complejo idioma se lo debo a él. Fue tan buen Maestro que recuerdo sus clases como si fuera ayer. De vez en cuando dejaba ver en el aula su orientación religiosa. Así, a veces se atrevía a decir que Huitzilopochtli era Jesucristo hablando a las culturas antiguas de México. En un auditorio de jóvenes mayoritariamente radicales, aquellos comentarios de Jiménez Moreno causaban estupor. Más de una vez me preguntaron mis compañeros cómo era posible que fuese tan cercano a tan reaccionario señor. Éramos una juventud que queríamos cambiar al mundo. Pero Don Wigberto, con todo su bagaje ideológico, estaba genuinamente interesado en comprendernos. Más de una vez nos acompañó a comer en el comedor de La Güera, situado en los bajos del Museo Nacional de Antropología e Historia, lugar en donde comían los trabajadores. Allí departía con algunos de nosotros Don Wigberto. Nos interrogaba con interés genuino. Durante el 1968, lo vimos varias veces en las asambleas, sentado, escuchando, preocupado. Cuando cayó muerto José Rendón y lo fuimos a enterrar, nos acompañó y estuvo ahí, todo el tiempo, con rostro conmovido, con pena visible. Aún después de graduado, lo visité en su cubículo del Castillo de Chapultepec y siempre salía con algo nuevo aprendido. Se interesó en Chiapas y publicó un texto que sigue siendo seminal: “La Investigación Histórica sobre Chiapas” (ANUARIO 1979, Seminario de Cultura Mexicana, 1979, pp. 11-25). Conoció y trató a Gertrude Duby de quien escribió, “Laudanza de Gertrude Duby” (BOLETIN DE INFORMACIÓN DEL SEMIARIO DE CULTURA MEXICANA, julio-septiembre, 1978, pp. 1.23). Fue además no sólo colaborador de Kirchhoff sino coautor del concepto de Mesoamérica, lo que aún no se le reconoce a plenitud. Ver su texto: “Mesoamérica”, (ENCICLOPEDIA DE MÉXICO, Tomo VIII, pp. 471-483). Don Wigberto puso su sabiduría al servicio de los jóvenes que buscamos entender desde la antropología, a México y al mundo. Merece un reconocimiento agradecido.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 11 de julio de 2021.
P.D. 1). El asesinato en Chiapas de Simón Pedro Pérez, luchador social y defensor de los derechos humanos, es condenable y merece justicia, lo que es aún raro en nuestro país. Que terrible que sigan sucediendo estos asesinatos y que los asesinos sigan impunes. Hago votos porque la sociedad en Chiapas reaccione y exija la justicia que merecen tan terribles casos como el reciente asesinato de quien fuera líder de “Las Abejas”.
2). En mi anterior Chiapas Paralelo dedicado a Antonio Gramsci, apareció un error que menciono: la cárcel en donde estuvo preso el gran pensador italiano no fue la de Turín, sino la de Turi, una ciudad al sur de la península italiana, y en la que operó una de las cédulas más importantes del Partido Comunista de Italia. Aprendí que debo tener cuidado con los cambios que hace la computadora cuando no tiene registrada alguna palabra.
Sin comentarios aún.