Los dioses como moscas
Casa de citas/ 542
Los dioses como moscas
Héctor Cortés Mandujano
¿Dónde hay miseria mayor que amar mucho?
Desamparo y desamparo, eso son el amante y el amado.
Todo amor es un largo llanto
José Vasconcelos,
en “Himnos breves”
Lectura en voz alta (Editorial Porrúa, 1983) es una selección de textos que hizo Juan José Arreola, quien dice en el prólogo (p. 9): “Todas las páginas aquí reunidas me enseñaron a amar la literatura y por eso las amo y las reúno”. El libro es un almacén de bellas sorpresas.
En “Gilgamesh se salva del diluvio”, dice al final este anónimo de Babilonia (p. 17): “Ofrecí un sacrificio. […] Sobre el suelo tendí cañas, cedros y mirto. Los dioses aspiraron el buen olor. Los dioses se agolparon como moscas encima del holocausto”.
San Lucas dice en “Contra la codicia” (pp. 26-27): “Contemplad los lirios cómo crecen: no trabajan, ni tampoco hilan; no obstante, os digo que ni Salomón con toda su magnificencia estuvo jamás vestido como una de estas flores”.
Kalidasa, en “La nube mensajera”, pide a la nube que le traiga noticias de su esposa, de la que se haya separado y dice (p. 31): “Mide mi dolor, pensando en lo que sufrirías si te separaran de tu esposo el rayo…”.
En “Orfeo encantando a los animales”, de Paul Fort, aparecen animales tan extraños, que nadie los conocía (p. 53): “Se vio, en la polvareda de una onda de esmeralda y fuego, alzarse del Tártaro la sombra de Leviatán. Vinieron de los Infiernos, de las Estrellas, de todas partes, seres desconocidos aun para los dioses”.
José Enrique Rodó, en “El barco que parte”, escribe un elegante símil de una persona como un barco que se va (p. 56): “Como ese tenue rodrigón de un hilo, a cuyo alrededor se ordenan dócilmente las lujuriosas pompas de la enredadera”.
Rabindranath Tagore escribe “En las playas” (p. 68): “Los niños juegan en las playas de todos los mundos. […] Olas asesinas cantan a los niños baladas sin sentido, igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna”.
En “Autorretrato” dice Giovanni Papini en alusión a sus proyectos, a lo poco que tiene entre las manos (p. 87): “Soy como un rey que posee un gran imperio de mapas”.
Escribe Francisco de Quevedo en “Marco Bruto” sobre la inteligencia de éste (p. 112): “Usó de las palabras como de la moneda. Razonaba oro y no metal bajo”.
En “Himnos breves”, José Vasconcelos dice algo que ya usé como epígrafe en una de mis novelas (p. 157): “Somos nada. Una sola mañana en los campos, vale más que todo el diario vivir de los hombres. En la noche llena de estrellas hay más ternura infinita que en todos los corazones humanos”.
Azorín aconseja en “estilo oscuro, pensamiento oscuro” (p. 162): “Todo debe ser sacrificado a la claridad. […] La sencillez, la difícil sencillez, es cuestión de método”.
“En una escuela de Tabasco” dice Carlos Pellicer (p. 178): “En el interior de las naranjas agrias hay un mensaje de severa soledad”.
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Viktor E. Frankl decidió escribir su terrible experiencia en los campos de exterminio nazi, en lo que ya desde hace mucho es un clásico: El hombre en busca de sentido (Editorial Herder, 1979). Con base en esas experiencias, ideó un tratamiento psicológico (la logoterapia) que consiste, en términos generales, en dejar de pensar en el pasado y pensar en el futuro.
Pero lo que quiero comentar de este libro, que nuevamente he leído, es una historia que conozco (hay, incluso, una canción y varias derivaciones en películas, poemas, etcétera) como “Samarkanda”, porque se supone ocurrió allí. La llama Frankl “Muerte en Teherán” y es la misma: la muerte halla a un jardinero y lo ve con amenaza. Pide permiso para irse, en este caso a Teherán, con su familia. El patrón reclama después a la muerte por ver a su empleado de esa forma y la muerte le responde (p. 87): “Yo no le he amenazado, sólo mostré mi sorpresa al verle aquí cuando en mis planes estaba encontrarle esta noche en Teherán”.
Cuenta Viktor sobre uno de sus compañeros de barracón, quien le contó (p. 104): “Aquel árbol es el único amigo que tengo en esta soledad”; le dice que conversa con él y que el árbol le contesta: “ ‘Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna’ ”.
Hace poco conversaba con una amiga sobre algo que leí, no sé dónde: que la mayoría de los suicidios ocurren en domingo. Me hallo aquí con algo que apunta Frankl (p. 151): “La ‘neurosis del domingo’, esa especie de depresión que aflige a las personas conscientes de la falta de contenido de su vida cuando el trajín de la semana se acaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno”.
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El que mancha mi buen nombre
me roba de aquello que me enriquece
y me convierte en un limosnero
Iago (en Otelo),
citado por Nedda G. de Anhalt
En ¿Por qué Dreyfus? El ensayo de un crimen (Conaculta, 2002), mi querida amiga Nedda G. de Anhalt dice que (p. 20): “La historia, como se sabe, está cuajada de chismes”; más adelante reformula (p. 143):“La historia, como se sabe, es la gran dama mitómana” y nos cuenta en la misma página un breve chisme: “Bellitote Foures, quien mostró aptitudes más ricas para la aventura ya que por seguir a su esposo se disfrazó de hombre y logró colarse en la armada de Napoleón, que al enterarse de la hazaña enloqueció por ella y la hizo su amante”.
El libro es un ensayo pormenorizado “sobre el proceso seguido en contra del capitán francés Alfred Dreyfus, quien fue acusado de traición por el estado mayor de Francia”.
La investigación de Nedda recurre a documentos, cartas, testimonios, y cita y analiza a varios autores con los, por ejemplo, yo conocí del tema: Marcel Proust, Émile Zola y Anatole France; además de recorrer, de pe a pa, todo aquello que la ayuda a poner en claro la injusticia que se hizo sobre Dreyfus. Es el suyo un documento completo, redondo sobre el tema.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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