Guillermo Bonfil Batalla: el antropólogo
El pasado lunes 19 de julio se cumplieron 30 años de la muerte de Guillermo Bonfil acaecida en la Ciudad de México. El 20 o el 21 de julio de 1991, regresaba de Honduras después de cumplir un compromiso académico con la Universidad Pedagógica Nacional en Tegucigalpa. Al ingresar al Aeropuerto de la Ciudad de México lo primero que hice fue comprar el periódico La Jornada y al abrirlo leí la esquela anunciando la muerte de Guillermo Bonfil. Sufrí un duro golpe. Me apresuré a buscar un teléfono para hablar con alguien y confirmar aquella infausta noticia y, en efecto, Guillermo Bonfil había muerto. Falleció como resultado de un accidente abordo de su añejo vocho, justo en la avenida Insurgentes casi frente a la Torre de la Rectoría de la UNAM. Hacia sólo unos meses atrás que habíamos celebrado en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, una suerte de Seminario sobre Amerindia, en aquellos días del Instituto Chiapaneco de Cultura. Discutimos lo que pasaría el siguiente año de 1992 en el que se cumplirían 500 años de la llegado de los castellanos a territorio que es hoy de la Nación Mexicana en particular y de América Latina en general. Habían asistido antropólogos e intelectuales de gran valía como Darcy Ribeiro, Miguel Barnet, Roberto Fernández Retamar, Enrique Valencia, Salomón Nahmad; no recuerdo si estuvieron Alicia Barabas y Miguel Alberto Bartolomé, dos amigos muy queridos, entrañables, de Bonfil. Recuerdo que estuvo ausente Stefano Varesse que reside en Estados Unidos. También estuvo Polo Zorrilla y quizá José del Val. El caso es que fue la última reunión académica a la que asistió Bonfil. No alcancé a estar en sus exequias por mis compromisos en Honduras.
Guillermo Bonfil murió en momentos en que su producción alcanzaba una notable madurez teórica además de influencia en los jóvenes antropólogos que despuntaban en aquel momento y no sólo en México sino en América Latina y El Caribe. Había obtenido el reconocimiento de los académicos latinoamericanos y caribeños por la importancia de sus puntos de vista y su solidaridad militante con los pueblos indios y con los movimientos anti coloniales. Fue el fundador del Comité Mexicano de Solidaridad con Haití al lado de Susy Castor, Gerard Pierre Charles, Guy Pierre y Jean Casimir, al que no tardé en sumarme. Fue promotor de las Reuniones de Barbados I y II que tuvieron una amplia repercusión y animaron al pensamiento crítico en América Latina y El Caribe. Sus seminarios para discutir la naturaleza del colonialismo y las teorías anti colonialistas, dictados tanto en la Escuela Nacional de Antropología e Historia como en la Escuela de Graduados de la Universidad Iberoamericana fueron de importancia básica para alentar la crítica al colonialismo, al indigenismo y el estudio de los contextos políticos de América Latina y El Caribe. Desde los días en que trabajó en Cholula, Puebla, fue configurando su teoría del Control Cultural y su visión de un México Profundo. De aquellos primeros logros teóricos nos dejó su espléndido libro Cholula: La Ciudad Sagrada en la Era Industrial (1988), que fuera su tesis de Doctorado que le dirigió Paul Kirchhoff. En los trabajos de campo en la región de Chalco-Amecameca durante la segunda mitad de los 1960, Bonfil profundizó su visión de cómo trabajar desde la antropología junto a la gente, con la gente y para la gente. Son notables sus textos sobre los Graniceros (“Aureros”) de Amecameca, los sabios que solicitan la lluvia para que se cumpla el ciclo del maíz (Ver: Lina Odena, Compiladora, Guillermo Bonfil: Obras Escogidas, (1995). Fue Guillermo Bonfil un animador de las reuniones en la cafetería de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando era Investigador Titular de la Sección de Antropología del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, que dirigía Miguel León-Portilla. La Sección estaba bajo la dirección de un republicano español, notable antropólogo físico, Juan Comas Camps. Así mismo, durante sus seminarios y el trabajo de campo en Amecameca, pudo terminar de pensar su texto, tan importante, tan citado, titulado “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”. Precisamente su amistad con Rodolfo Stavenhagen y con Pablo González Casanova le permitió discutir con ellos la teoría del colonialismo interno y afinar su propio punto de vista en la Teoría del Control Cultural. Con Pablo González Casanova con quien se encontraba casi a diario en la cafetería de Ciencias Políticas en la UNAM, escribió un libro que reunía dos textos sobre el desarrollo de las ciencias sociales en México. El firmado por González Casanova discutía la trayectoria de la sociología mientras Bonfil escribió sobre el desarrollo de la antropología. El libro lleva por título Las ciencias sociales y la antropología. Dos ensayos, (Centro Nacional de Productividad, México, 1968). Me parece que la recopilación citada de sus Obras Escogidas que debemos a Lina Odena, contiene los textos más importantes de Bonfil y muestra la variedad de temas sobre los que escribió. No olvidemos que junto con Arturo Warman y Alfonso Muñoz, hizo la película El es Dios que en parte, expresa también su experiencia con los Concheros, con los grandes danzantes de Tepetlixpa, Estado de México, con don Faustino Miranda, con Andrés Segura, entre otros.
La experiencia de Guillermo Bonfil en la Región de Chalco-Amecameca fue muy importante no sólo para él, sino para los estudiantes que aprendimos a trabajar en el campo bajo su guía. Era la entrada de la segunda mitad de la década de los 1960, allá por 1966-1968. En el contexto de esa experiencia con Bonfil, me gradué de antropólogo bajo su dirección escribiendo una tesis sobre El nahualismo y su expresión en la región de Chalco-Amecameca (1969). En el trabajo de gabinete en la Sección de Antropología en la UNAM, aprendí leyendo y anotando lo que Bonfil me señalaba además de que tuve la suerte de encontrarme con Fernando Horcasitas con quien compartíamos cubículo. Horcasitas era un nahuatlato que escribía una antología del Teatro en lengua Náhuatl y solicitaba con frecuencia mi asistencia para ir leyendo los textos mientras él corregía. Bonfil intervenía para comentar la presencia actual de rasgos culturales que salían en aquellas lecturas. Sobre todo, Horcasitas escribía acerca del Teatro en Náhuatl que se produjo durante los días coloniales de la Nueva España (Ver: Fernando Horcasitas, El Teatro Náhuatl: época novohispana y moderna, México, UNAM, 1974). En una de esas mañanas en que estábamos en el cubículo y nos disponíamos –ante el enojo de Juan Comas- a salir a tomar el café en Ciencias Políticas, hizo su entrada nada menos que Calixta Guiteras, que para mí, era una figura legendaria y pionera de la antropología en Chiapas. Se saludaron con efusividad con Bonfil que celebró la agradable sorpresa. Me indicó que guardara todo porque saldríamos con Calixta Guiteras de Ciudad Universitaria a un restaurante en Coyoacán, “sonsacando” también a Fernando Horcasitas y Pepe Rendón, que trabajaba en un cubículo cercano al nuestro. El enojo de Don Juan Comas fue apoteótico, más, porque él había sido esposo de la gran antropóloga cubana. Pero pasamos una tarde inolvidable, comiendo y bebiendo cervezas. Aprendí mucho en aquella ocasión, sobre todo, de la influencia de Robert Redfield en Calixta Guiteras que lo reconocía como su maestro. La antropóloga cubana había publicado su bello libro, Los Peligros del Alma. La visión del mundo de un Tzotzil (Fondo de Cultura Económica, México, 1972) y habló de su trabajo de campo y las conversaciones con Manuel Arias Sojom, el padre de Jacinto Arias Pérez, en San Pedro Chenalhó, Chiapas. Me refiero a la primera edición del libro que publicó en 1966 la Universidad Veracruzana. En las noches frías de Popo Park, sentado ante la mesa del Restaurante Español, Guillermo Bonfil me amplió el horizonte sobre la importancia del trabajo de Calixta Guiteras mientras cenábamos y conversábamos sobre la antropología latinoamericana. Nos pasaron muchas cosas en aquella región de Chalco-Amecameca, cuya experiencia me sirvió de mucho cuando años después, en 1973, inicié el estudio de Los Altos de Jalisco.
Guillermo Bonfil nos deja una obra duradera, de gran importancia. Fungió como un enlace entre las generaciones pioneras de la antropología en el México del siglo XX y la que ingresó en 1965 a la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Fue un forjador de instituciones que han jugado un papel básico en el desarrollo de la antropología en México y tuvo la inteligencia de unir sus capacidades con Ángel Palerm y Gonzalo Aguirre Beltrán, para formar un sorprendente “liderato tripartito” que logró encontrar caminos nuevos a la antropología en México. Tres antropólogos con visiones diferentes, con ideologías políticas encontradas incluso, pero sabios en ponerse de acuerdo para hacer avanzar una ciencia social tan importante como la antropología. Bonfil nuca cejó en su crítica al indigenismo, Aguirre Beltrán nunca dejó de ser indigenista y Palerm se mantuvo como un “mediador” comprometido con la causa de hacer avanzar a los antropólogos mexicanos por los senderos cosmopolitas de la teoría social. Gracias a ellos hoy tenemos un CIESAS consolidado y una apertura notable en las temáticas que tratan los y las antropólogas en México. Si hoy viviese, Guillermo Bonfil habría cumplido 86 años de edad, estaría en su casa, en Valle de Bravo o en la Ciudad de México, escuchando ópera y pergeñando cómo apoyar de manera más efectiva a los pueblos indios de América Latina para que logren sus reivindicaciones históricas.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. Domingo 18 de julio, 2021.
- D. Mercedes Olivera, una de las amigas más cercanas de Guillermo Bonfil, actualmente residiendo en San Cristóbal de Las Casas e Investigadora en el CESMECA de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, escribió un bello texto titulado “A 20 Años. Diálogo con Guillermo Bonfil”, en la Revista Desacatos, Número 39, CIESAS, México, Mayo-Agosto, 2012, pp. 176-184. Bello e importante texto de esta gran antropóloga mexicana.
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