¿Espíritu olímpico?

Uno de los símbolos más vigorosos del olimpismo es la idea que el deporte es lo único que puede unir al mundo. Junto al Mundial de Futbol, los Juegos Olímpicos son eventos de carácter planetario. No hay instituciones políticas y económicas que puedan convocar a tantos países y, en este caso, atletas de tan diversa índole y de tan amplio campo de participación. El ocaso de la política como la convocante de los intereses globales está en duda. Por eso, cuando suena Imagine de John Lennon, en la ceremonia inaugural, nos llega más que cien discursos de políticos cuadrados. Nos dice todo, no hace falta más que imaginarnos un mundo mejor para todos, sin fronteras, ni prejuicios, ni temores, sobre todo en estos contextos tan extremos que nos ha tocado vivir.

 

Otra alegoría es el muy mencionado “espíritu olímpico” que impera como requisito discursivo cada cuatro años, pero pretendidamente un motivo por el cual se tendría que competir en todas las lides deportivas. Ya se ha dicho en estos espacios que el olimpismo resalta emociones muy profundas, individuales y colectivas, donde el honor y la entereza se demuestra en el juego limpio y aparentemente sin ninguna necesidad más que la gloria personal de saberse superior a la adversidad que cada quien tiene con su cuerpo y mente.

 

De eso se tratan los Juegos Olímpicos. En la Grecia antigua, una forma de negociar los conflictos bélicos en las ciudades-Estado eran participar y organizar los juegos, pero finalmente, la gloria olímpica destacaba en lo que podías hacer más allá de tus límites físicos y mentales. El triunfo era sobre ti mismo. Y obviamente, te echabas la bandera de representación de tu país, la tribu, el clan, encima. Se convertían así en los héroes, en los rockstars del mundo antiguo.

Los Juegos Olímpicos también forman parte de esa metáfora de contención bélica de los estados nación. No hay eventos donde convoquen tanto los nacionalismos como el Mundial de Futbol y los Olímpicos. Por eso lastima a muchos (un tema aparte y bastante complejo), por ejemplo, que desechen los uniformes nacionales, porque en el fondo estamos ante un profundo sentimiento nacional, cualquier cosa que eso sea.

 

El famoso espíritu olímpico está cruzado por las siempre presentes e influyentes industrias mediáticas y las grandes firmas patrocinadoras. Recordemos que llevar a cabo los juegos en medio de otra ola de la pandemia, fue un imperativo para Japón, ya sea por el propio gobierno y por la inversión multimillonaria de las marcas y los mass media, aun sabiendo de las críticas del pueblo japonés ante los contagios.

 

Pero en el fondo, el “espíritu” es lo que prevalece en lo que se dice en todas las pruebas. La justa olímpica se narra desde ahí, aunque no se diga casi nunca a la hora de presentarnos los eventos. En más de las veces, trazado como un espectáculo de la sociedad de consumo, los olímpicos pueden ser vistos como uno donde lo material se impone ante lo emocional. Esa es otra lucha que debe considerar la organización de los juegos. Desde la hora del desfile de las delegaciones, se enuncian las “posibilidades de medalla” de los países en turno. ¿Tal solo eso? Solo hay tres medallas y si con eso culmina la “gloria” deportiva, estamos mal. Hemos tenido tres cuartos lugares en clavados, lo que significa que en el mundo México tiene ese rango a nivel mundial. Por supuesto que no es un dato menor. Técnicamente, en clavados, México le gana a la mitad de Europa, a casi toda Asia y a toda Latinoamérica. El medallero no es lo único que deba funcionar como eje para medir las competencias estrictamente deportivas, aunque en el campo de la geopolítica actúe como requisito para que los países se sepan potencias y negocien políticas y lugares en el mundo de las naciones.

 

En gimnasia, Alexa Moreno es una saltadora de caballo que está entre las diez mejores de todo el orbe. Pero en cuanto no acceda a medallas, lastimosamente su nombre puede quedar en el olvido.

 

He visto en estos juegos, como nunca, muchas lágrimas de los deportistas cuando ganan o pierden. Después de un año extremadamente difícil, las emociones contenidas salen a flote, incluso de la talla del nadador estadounidense Caeleb Dressel, un ganador nato de medallas, quebrado ante su himno y su bandera. Tal vez, lo que los propios deportistas nos dicen es que, en medio de cualquier crisis, las Olimpiadas son únicas porque quizá a lo largo de todas sus carreras, esta vez representa una solitaria forma de sentirse parte de algo más allá de la férrea idea del triunfo, tal y como dijo Simone Biles -pero antes también los nadadores Ian Thorpe y Michael Phelps- cuando dijo ya basta de tanta enjundia, tanto estrés, tanta exigencia a costa de todo, incluida la despersonalización del deportista, para que otros se cuelguen las ansiadas medallas, los de “pantalón largo”.

 

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