Entre flores y piedritas
Priscila había pedido a sus padres que quería pasar las vacaciones de verano en el campo, en casa de su tía Gertrudis y su tío Melchor, además de tener muchas ganas de estar con Judit y Ozías, sus primos, le animaba estar en contacto con la naturaleza. Los padres de Priscila accedieron a su petición, le vendría muy bien unos días en el campo, Priscila había permanecido en casa estudiando en línea por la contingencia sanitaria.
Gertrudis y Melchor recibieron con gran cariño a Priscila y qué decir de Ozías y Judit estaban encantados de poder convivir y jugar con ella.
Sus primos habían terminado el ciclo escolar de manera distinta a ella, las clases no habían sido de manera virtual sino haciendo actividades en cuadernillos y, en ocasiones, tuvieron la presencia de su maestra en casa, que les llegó a dar asesorías, juntando a otros niños y niñas cercanos. Ahí la conexión a internet era un lujo que la mayoría de habitantes no podía costear.
Desde que llegó, Priscila se puso a ayudar en las labores de la casa, disfrutaba dar de comer a las gallinas. Ozías le había mostrado algunos tips de cómo hacer para no tenerles miedo a que le picaran, así se sentía más segura y ya se animaba a realizar la labor solita. Le llamaba mucho la atención la manera en que bebían agua, pensaba que degustaban poco a poco el líquido. También sentía bonito de que al verla con el tazón en el que llevaba maíz la siguieran de manera ordenada, como si fueran en una procesión, de esas que hacían en su barrio.
En las mañanas Judit, Priscila y Ozías ayudaban en las actividades de la casa, las tardes las tenían libres para jugar. El campo era el sitio perfecto para inventar juegos y crear historias, eso pensaba Priscila. A sus diez años le encantaba que le contaran historias, Judit era una magnífica narradora y Ozías era genial haciendo efectos para recrearlas.
Priscila admiraba a Judit, era tan solo dos años mayor que ella pero tenía un amplio repertorio de historias para contar, entre cuentos y leyendas. Judit decía que eso lo aprendía de cada texto que leía y de los relatos que le contaban sus padres y otros familiares.
Una de las mañanas en que Priscila regaba las plantas, se quedó observando una parte en el patio, entre flores y piedritas había un bello escenario para hacer un teatro guiñol. Imagino que los lazos para tender ropa podrían ser cortineros y que con retazos de tela podrían hacer sus guiñoles. Judit sería la cuenta cuentos y Ozías haría los efectos, ella movería los guiñoles y el público serían tía Gertrudis, tío Melchor y las gallinas.
Los ojos de Priscila brillaban de emoción ante la idea que se le había ocurrido. No pudo contenerse y comenzó a llamar a sus primos.
—¡Judit, Ozías! Vengan, vengan, les tengo una propuesta que les encantará.
Mientras se escuchaban los pasos apresurados que iban hacia donde estaba Priscila, ella continuaba observando el escenario.
Sin comentarios aún.