Triunfalismos absurdos y esperanzas inciertas
Una vez que se han dejado atrás las elecciones del 6 de junio el debate político alimenta triunfalismos absurdos y querellas ingratas. Que, en general, pueda sostenerse que Morena y sus aliados se hayan constituido en una de las principales fuerzas políticas en el plano regional y en la Cámara de Diputados federal, no es un obstáculo para pensar que en el principal bastión progresista hayan retrocedido drásticamente al perder 8 de las 15 alcaldías en juego en la Ciudad de México.
No es inusual que todos los actores políticos en una contienda electoral se declaren ganadores. Creen que festejar frente a la frialdad de los resultados que los condenan hace que la evidencias desaparezcan. Al menos esa es una característica muy singular de las organizaciones políticas en México y no estaría fuera de lugar pensar que éste ha sido un artículo de exportación de nuestras posturas siempre estoicas frente a la derrota. Donald Trump, no digo que por emular a nuestros políticos nacionales se negó a reconocer su derrota y llevó casi hasta sus últimas consecuencias su demencial comportamiento, pero la toma del Capitolio fue una expresión de la rabia social existente en aquel país usada por políticos sin escrúpulos. En ese sentido, el expresidente norteamericano rompe una tradición de civilidad política que hasta antes de él había caracterizado a los dirigentes norteamericanos.
En muchos países suele existir un acuerdo tácito entre los contendientes no solamente de la aceptación de la derrota sino que, además, se trata de reconocer el triunfo de un adversario en las contiendas político-electorales; pero en México es todavía una práctica que se abre camino muy lentamente.
Cuesta trabajo aceptar la racionalidad presidencial que por un lado santifica y por el otro condena. Las clases medias de la Ciudad de México que ahora le dieron la espalda al proyecto que representa son presa fácil de la guerra sucia en los medios y las redes, ha dicho el presidente. Por el contrario, los barrios marginales y los pobres de la ciudad han resistido esos embates y comprenden mucho mejor los ejes de la 4T. Semejante lógica solamente puede entenderse en el contexto actual del debate político que se condensa en los principales medios de comunicación tradicionales y el propio gobierno que no solamente se defiende sino que pasa a la ofensiva descalificando a los opositores. Que existan visiones encontradas respecto a temas y proyectos de país ocurre aquí como en todas partes. El presidente tiene todo el derecho de defender sus ideas frente a sus detractores, pero creo que otorga demasiada importancia a quienes lo interpelan cuando podría usar otros recursos para responderles.
El presidente se equivoca tanto como sus opositores más conspicuos. Resulta un despropósito monumental de AMLO considerar que solamente el pueblo bueno y sabido ha sabido interpretar hacia donde se dirigen los cambios que su gobierno trata de llevar a la práctica. Peor de absurdo resulta el argumento presidencial de que las clases medias fueron presa de la manipulación. No se puede hablar de las clases medias como si fuesen un todo homogéneo, como tampoco es sostenible la idea de que los pobres tienen un solo y mismo rostro. Ese es un pensamiento maniqueo que ningún presidente debería darse licencia de uso. El reducir a tal grado la realidad conduce irremediablemente a errar en el diagnóstico. Nada gana este gobierno descalificando a las clases medias, cuando fueron precisamente algunos de esos sectores quienes sufragaron por él en el 2018.
El jefe del ejecutivo actual ha dado muestras de que le causan especial contrariedad algunos grupos que descalifica porque a menudo forman parte de las capas privilegiadas del país. Con el movimiento de las mujeres, por ejemplo, ha tenido infortunados desencuentros cuando le exigen mayores acciones para detener la violencia, la discriminación y políticas afirmativas en torno al aborto. El presidente se siente incomprendido porque no ha existido otro gobierno que haya incorporado a tantas mujeres en los más altos cargos y eso es verdad. Sin embargo, no parece que las actuales movilizaciones de las mujeres sea únicamente por puestos, sino por el grado de violencia pública y privada de la cual son víctimas. Por cierto, muchas de ellas forman parte de las clases medias.
Ningún análisis que se precie de serio podría sostener, como pretende deslizarlo el presidente, que los humildes están mejor preparados para comprender su proyecto de transformación, frente a unas clases medias que resultan incapaces de resistir las campañas negativas en contra de su gobierno a través de los medios de comunicación tradicionales. ¿En dónde se quedó esa idea de que el pueblo no es tonto o es que las clases medias no son parte de ese conglomerado? ¿La única racionalidad posible es aquella que emerge de los simpatizantes de la 4T? ¿Por qué no aceptar que un voto adverso puede resultar de una inconformidad genuina?
En contraposición a la mentalidad presidencial se yergue una visión igualmente absurda y manipuladora en sus detractores. Los conservadores, como le gusta al presidente calificar a estos grupos, tampoco son un grupo homogéneo, pero los más recalcitrantes no solamente cuentan con capital y recursos importantes para presionar al gobierno, sino que también tiene relaciones con un segmento de los medios de comunicación tradicionales y con una parte de los intelectuales del país. Sin embargo, hasta el año pasado era jefe de la oficina de la presidencia, Alfonso Romo, un empresario exitoso que, junto con Carlos Salazar, del Consejo Coordinador Empresarial, contaban con el respaldo presidencial y han llevado a cabo acciones importantes como la reforma laboral y, sobre todo, se han llevado a cabo incrementos en el salario mínimo.
Estos opositores al régimen de la 4T utilizan cualquier desatino e incluso error del gobierno para descalificarlo por completo. Pero fueron ellos los que apoyaron los gobiernos de Salinas y Zedillo, los dos gobiernos panistas y el de Peña Nieto, quienes pusieron en práctica políticas que incrementaron la desigualdad y la pobreza en país, la violencia se desbordó y creció a niveles inauditos la corrupción en el gobierno. Creen que con sólo criticar a López Obrador en cascada volverán los sufragios y con ello regresar al poder, pero me temo que su diagnóstico igualmente es equivocado. Se necesita reconocer que todo lo que apoyaron fracasó y, por lo tanto, es urgente imaginar nuevas propuestas que permitan recuperar las instituciones de seguridad social que destruyeron, revertir las desigualdades en el país y combatir la pobreza, resolver el problema de la violencia en todas sus manifestaciones y limpiar de corrupción todas las áreas y niveles de la administración pública del país. Como hemos visto, esos son retos que no les importan y han dado muestras más que evidentes en los últimos 30 años que tienen intereses, pero carecen de ideas. Mientras no reconozcan que no solamente se trata de criticar a este gobierno, sino de presentar un programa concreto y convincente que atienda los desafíos que a diario enfrenta la ciudadanía, creo que será difícil que puedan concitar el respaldo que se requiere para sus ambiciones sin límite.
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