Intimidad pública
Casa de citas/ 536
Intimidad pública
Héctor Cortés Mandujano
Aunque leí hace tiempo un libro que incorpora otras conferencias, pero que usa el mismo título, releí Borges oral (Bruguera, (1979) que sólo publica las cinco conferencias que Jorge Luis Borges dio en la Universidad de Belgrano: El libro, La inmortalidad, Emanuel Swedenborg, El cuento policial y El tiempo.
Dice en “El libro” que (p. 24) “lo que llamamos creación […] es una mezcla de olvido y recuerdo”; y que: “Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros”.
En “La inmortalidad” cuenta que lo visitó su única hermana (p. 30): “Mi hermana Norah estuvo los otros días en casa y dijo: Voy a pintar un cuadro titulado ‘Nostalgias de la tierra’, teniendo como contenido lo que un bienaventurado siente en el cielo pensando en la tierra”.
He citado varias veces esta idea borgeana (pp.42-43): “Cada vez que repetimos un verso de Dante o Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. […] Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes”.
Leí, a instancias de tomar como mías las recomendaciones de Borges, el librote Del cielo, del infierno y sus maravillas, de Emanuel Swedenborg. Sobre él trata una de sus conferencias, así lo estimaba (p. 54): “Swedenborg dice que los ángeles no han sido creados por Dios, que los demonios no han sido creados por Dios. Los ángeles son hombres que han ascendido a ser angelicales; los demonios son hombres que han descendido a ser demoniacos”.
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Regalo de mi amiga Linda Esquinca, leo La máquina de leer los pensamientos (Plaza y Janés, 1964), de André Maurois, con traducción de Rosa de Naveira.
Esta breve y entretenida novela tiene como protagonista a un maestro de literatura francesa, que viaja a Norteamérica donde conoce al inventor de, justamente, la máquina de leer los pensamientos. Es curioso cómo triunfa en ventas, por poco tiempo, en EUA y no tiene éxito en Francia. A la gente no le interesa saber lo que piensan los demás.
Pero lo que traigo a cuentas son un par de ideas sobre literatura. El inventor, Hickey, dice al especialista en Balzac, cuando éste lo cuestiona sobre el hacer experimentos sobre personas de quienes no tiene el consentimiento (p. 68): “¿Es que su Balzac sentía escrúpulos al servirse, para crear a sus heroínas, de las confidencias de sus amantes?”.
Al final de la novela, el aparato, ve el protagonista, está tirado entre los juguetes de los niños (p. 138), “y pienso entonces en aquel gran Swift que habiendo dado a los hombres, en sus Viajes de Gulliver, la sátira más cruel de su maldad y de su estupidez, no encontraría hoy su terrible libro sino en las bibliotecas de nuestros hijos”.
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He admirado desde sus inicios el talento de Charlie Kaufman. En el 2020 escribió y dirigió la cinta Pienso en el final. Allí, uno de los protagonistas dice esto, que me encantó: “Sólo en las misteriosas ecuaciones del amor, puede encontrarse una lógica”.
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Con la disminución en el tamaño de las letras se las arregló el diseñador para poner el larguísimo título: El evangelio de Stanislavski según sus apóstoles, los apócrifos, la reforma, los falsos profetas y Judas Iscariote (Col. Escenología, 1990), del actor y director Sergio Jiménez quien, pese a tener amplia trayectoria en teatro y cine, fue más bien conocido, al final de su vida, como director de telenovelas.
El libro es básico para quienes se dediquen a las tablas, porque sigue –a través de multitud de ensayos– el nacimiento y la evolución de las ideas que revolucionaron el teatro mundial, producto de la mente brillante del ruso Constantin Stanislavski. Eugenio Barba lo dice brillantemente (p. 20): “Los hombres del teatro occidental no descienden del mono, sino de Stanislavski”.
En “Preparación para el papel”, Evgueni Vajtangov, dice (pp. 67-68): “Un pensamiento fundamental del texto puede no coincidir con el significado directo de la palabra. […] Por lo tanto, es necesario saber la razón por la cual son dichas, para leer correctamente las palabras en el papel. Por ejemplo, la pregunta ‘¿Qué hora es?’, no siempre se hace para saber la hora. Esta pregunta puede hacerse con varios propósitos: para censurar a alguien por llegar tarde; para insinuar a alguien que es hora de retirarse; para quejarse de aburrimientos, para pedir simpatía, etc. Los actores no deben decir palabras, sino pensamientos”.
Bernard Shaw es citado a propósito de Lady Macbeth (p. 127): “Si ustedes quieren saber la verdad sobre el carácter de Lady Macbeth, es que no lo tiene. Tal persona no ha existido jamás. Ella dice cosas que hacen trabajar la imaginación de la gente, si las dice en forma correcta; eso es todo. Yo lo sé muy bien: hago lo mismo”.
Susan Strasberg puntualiza las dos grandes enseñanzas, una de las primeras y una de las últimas, de Stanislavski (p. 369): en “La memoria emocional”, que es cuando el actor tiene o puede recurrir al arsenal de sus propias emociones para enfrentar en escena una similar, y “Las acciones físicas”. Édgar Ceballos sintetiza bien el péndulo de su enseñanza en el prólogo (p. 9): “El actor no tiene que preguntarse ‘¿qué tengo que sentir?, sino ¿qué tengo que hacer?”.
Stanislavski planteó enseñanzas que luego fue cambiando, porque, dijo dos años antes de su muerte (p. 399), en 1938, a los 73 años, “la naturaleza orgánico-creadora […] no permanece estática”.
En entrevista, Vera Soloviova declara (p. 449): “Stanislavski decía continuamente: ‘el arte no es una fotografía, debe ser un óleo o una acuarela, tiene que ser tamizado a través de la imaginación creadora del actor’. Los sentimientos personales hacen perder el sentido de lo teatral. Mientras más talento tiene el actor, más colores hay en su paleta”.
Jerzy Grotowski lo dice bien (p. 492): “Si su búsqueda se detuvo en el Método de acciones físicas, esto no fue porque hubiese encontrado la verdad máxima de la profesión, sino porque la muerte interrumpió su búsqueda posterior”.
Lee Strasberg dice en “El sentido de la verdad” (pp. 381-382): “El problema básico al actuar es aprender a ser íntimo en público”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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