La segunda dosis
El pasado 16 de marzo recibí la primera dosis de la vacuna Sinovak (China) para prevenir la enfermedad llamada COVID-19. La desorganización privó ese día. En primer lugar, supimos de la vacuna justo la noche antes de aquel martes 16 de marzo. No se precisaba con exactitud en dónde sería el lugar de la aplicación. Se comentaba que sería en el malecón del Lago de Chapala en Ajijic. La hora que se difundía era de 8 a.m. a 16 p.m. El día señalado, llegamos con mi esposa a las 7:45 y la “cola” ya era kilométrica, bajo un sol radiante, feliz, calentón. Había gentes con paraguas, nunca mejor nombrados sombrillas. Otros lucían sombreros o gorras beisboleras. La cola fue creciendo, creciendo, de tal manera que se extendió a lo largo de todo el malecón. Se hacían grupos de conversadores que en rueda, hablaban de cómo les iba con la pandemia. Dado que Ajijic es un pueblo en el que se hablan varios idiomas, aquella cola recordaba los pasajes bíblicos de la Torre de Babel. Predominaban el inglés y el castellano. Hacia las 10 a.m. un rumor recorrió a la multitud: la Guardia Nacional había llegado con las vacunas. Sólo era cuestión de minutos para que la cola se moviera hacia adelante. Como surgidos de las baldosas del muelle, de pronto, un joven inició el reparto de botellas de agua, que fueron consumidas rápidamente. Le siguió otro, con tortas, que la multitud devoró sin más. “Son los Siervos de la Nación” gritó alguien. Una mujer norteamericana también se unió al reparto de donas y panes, vociferando que así agradecía a México su hospitalidad. Todo ello evitó que la multitud notara que ¡la cola no se movía! Y eran ya las 11 a.m. En ese momento un grupo de supuestos Totonacas inició el ritual del Palo Volador y la multitud tuvo otro motivo más para estar distraída. Así pasaron las horas. Llegó el mariachi: “Pero sigo siendo el Rey”; “Por mujeres como tú, hay hombres como yo”; “Guadalajara, Guadalajara, Guadalajara, Tierra Mojada”. El cansancio era insoportable. La cola empezó a moverse lentamente ante los ruegos de desesperación de aquella multitud anciana. Por suerte, mi esposa y yo, contábamos con la ayuda de una de nuestras hijas que nos proveyó de sillas, agua, comida, además de atender los constantes avisos de la burocracia que anunciaba los papeles necesarios de exhibir, con tres copias cada uno, y sin los cuales era imposible vacunarse. De vez en vez, pasaban quienes anunciaban otro documento más y en dónde se podían hacer las fotocopias. La multitud rumoraba, se agitaba, no perdía la esperanza. Entraba la noche. Por fin, alcanzamos a llegar al área de vacunación: 11 horas.
Bajo inmensas carpas, sentados, esperamos la vacuna. Al frente era posible distinguir una mesa con hieleras de las que se extraían las jeringas preparadas, se le daban a una enfermera y esta se trasladaba hasta el lugar en donde estábamos sentados para aplicar la vacuna. Eran solo dos enfermeras que caminaron kilómetros. Iban y venían. Recibimos la preciada vacuna a las 19:30. Se nos dijo que permaneciéramos sentados media hora para comprobar que no había reacción alguna que atender. Con terror, escuchamos el anuncio: “No se puede beber alcohol en 20 días”. Un escalofrío recorrió a los vacunados. No faltó el que preguntó: “Qué pasa si bebo”. Respuesta del médico: “Es como si no se hubiera vacunado”. ¿Sería chiapaneco el preguntón?, pensé. Por último, increíble, al final nos obligaron a hacer otra cola para informar de qué enfermedades padecíamos, ¡cuando ya habíamos sido vacunados!. Salimos a las 9 de la noche. 11 horas para recibir una vacuna.
La segunda dosis.
El día de la primera dosis, el médico informó que a más tardar, en 35 días recibiríamos la segunda dosis y advirtió que no se podían mezclar las vacunas. Tendríamos que vacunarnos de nuevo con Sinovak. Pasaron los 35 días y nada. Dimes y diretes entre el gobierno estatal y el gobierno federal. A principios de mayo se iniciaron los rumores: ya vienen las vacunas a Chapala. “Mentira” decía el Presidente Municipal a través de videos que circulaban en las “benditas redes sociales”. “Las vacunas no llegan porque el gobierno federal no surte” decían los funcionarios del Estado. El Municipio: “nosotros no tenemos nada que ver en esto de las vacunas. Son los Siervos de la Nación los encargados”. Los Siervos de la Nación: “Sean pacientes. Ya llegarán las vacunas”. Y así pasaron los días. Finalmente el miércoles 12 de mayo pasado, se anunció oficialmente a través de la Secretaria del Bienestar: “Se vacunará a los adultos mayores que necesitan la segunda dosis. En Chapala todo el municipio debe acudir al Parque de La Cristianía para vacunarse.” La vacuna se administrará por orden alfabético del primer apellido. Jueves, Viernes, Sábado y Lunes. Me tocaba el viernes 14 y a mi esposa el sábado 15. El jueves, impelido por mi instinto de etnógrafo, fuimos al lugar señalado para la vacunación que está en la ciudad de Chapala, cabecera municipal a la que pertenece Ajijic. Nuestro propósito era observar el lugar para planear la estrategia de acceso al mismo los días en que tocaba vacunarnos. Llegamos despuntando la mañana: un caos. Una multitud. La cola, imposible de concebir: kilométrica. Gritos y sombrerazos. Un notable grupo de robustas mujeres policías imponían el orden. Observamos que las puertas del parque estaban cerradas y a la multitud se la agrupaba frente a las mismas. Había tres carpas con sillas, con capacidad para 100 personas cada una. Un grupo bastante numeroso de personas en sillas de ruedas, con sus respectivos acompañantes, se formaba en el extremo opuesto al de las carpas. Era tal el amontonamiento y el desorden que incluso llamó la atención de los noticieros televisivos, que no desaprovechan ocasión alguna para arremeter en contra del Gobierno Federal. Ante el panorama observado, mi esposa y yo comentamos que lo que se imponía era llegar por la madrugada para alcanzar lugar en alguna de las 3 carpas dispuestas con sillas. Convenimos que iríamos juntos, aunque a uno le tocaba un día distinto al del otro. Repasamos la documentación solicitada, incluyendo el certificado de la primera dosis, más todo el papeleo que exigían. Hicimos bonches de fotocopias por aquello de alimentar el apetito burocrático. El jueves por la noche, ampliaron la lista de apellidos que se vacunarían el viernes y el sábado, anunciando que ya no vacunarían el lunes. Pasamos la noche en vela y al filo de las primeras horas de la madrugada, nos enfilamos al Parque de La Cristianía. Nos felicitamos por el esfuerzo porque fuimos las personas 60 y 61 en llegar. Nos tocó lugar en la primera carpa, con silla y todo. Advertimos que mi esposa iba de acompañante porque le tocaba al día siguiente. Pasaban los minutos y las personas seguían llegando. Hacia las 6 a.m. escuchamos una frase emitida por una mujer: “Los que no traigan documentos, O NO ESTÉN PRESENTES, no serán vacunados”. ¿Cómo se puede vacunar a los ausentes? A las 7:15, la misma mujer, con otro anuncio inesperado: “Vale madres el alfabeto. SE VACUNARAN TODOS los que estén sentados”. Nos miramos con mi esposa porque aquel anuncio nos convenía. Nos ahorraba la desvelada del día siguiente y las angustias asociadas. Por supuesto, había una multitud que no estaba sentada, sencillamente porque no había sillas suficientes para miles de personas. Concluimos que el anuncio se refería a que conforme pasaran los que estaban en las carpas al área de vacunación, las mismas serían ocupadas por las personas que se encontraban haciendo cola fuera de ellas. Hacia las 7 de la mañana, además, hicieron su arribo unas camionetas de color amarillo. Alguien cerca de nosotros gritó: “Llegaron las amarillas. Son los del municipio que cambian vacunas por votos. No los dejen entrar”. Por supuesto, la multitud se agitó y hubo un conato de avance a montones. Por fortuna, las mujeres policías, que ya habían aprendido del día anterior, controlaron la situación, además de anunciar, a gritos: “Son las personas que ayer se quedaron sin vacuna porque se acabaron las dosis. Pasaran primero y sólo los que tengan fichas”. Eso calmó los ánimos. Una de estas mujeres policías se paró cerca de mí, y aproveché para cruzar palabras. “Ayer fue muy difícil” me dijo. Pero aprendimos. Hoy está calmado. No tardaran en pasar ustedes”. Y en efecto, a las 8:30 la cola se movió: nos introdujeron al Parque y el cambio era notable: personal suficiente conduciendo a las personas hasta unas carpas numeradas, equipadas con sillas. La recepción fue amable. Una vez sentados, pasaron muchachas a preguntarnos si sufríamos de alguna enfermedad, alergias, etcétera y de una vez nos extendían el certificado de segunda dosis, con la advertencia de cuidarlo porque de hoy en adelante es un documento de la importancia del pasaporte o de la credencial para votar. No tardó un equipo de enfermeras y para médicos en pasar con las dosis transportadas en hieleras, lo que hizo rápido el procedimiento. Un contraste notable con la experiencia de la primera dosis. A las 10 de la mañana, sin aún creerlo, mi esposa y yo, abandonamos el lugar habiendo recibido la segunda dosis de la preciada vacuna. Afuera del Parque, la multitud seguía creciendo y supusimos que se había difundido la noticia de que “valía madres” el alfabeto y que había que acudir a vacunarse cuanto antes.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 16 de mayo, 2021.
P.D. Hace algunos años, en los días del Instituto Chiapaneco de Cultura, conversamos con Saúl López de la Torre acerca de las características de nuestras sociedades. En aquella conversación nos preguntamos, ¿será posible que no sabemos cómo resolver nuestros problemas? ¿existirá el concepto de respeto a los ciudadanos por parte de la administración pública? ¿qué nos pasa, como decía un cómico mexicano? Esas preguntas siguen en el aire.
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