Espíritu aventurero
Previo al abordaje en el autobús Violeta respiró profundamente, era su primer viaje fuera de su estado después de la contingencia sanitaria por la COVID-19. Se aseguró de tener bien colocado el cubrebocas y se puso la careta.
Una vez en el camión buscó su número de asiento, había elegido ventanilla. Se sentó y por dentro, rogaba que pudiera ir sola en el viaje. El recorrido no era tan largo, sin embargo se sentiría más tranquila al tener más distancia entre los pasajeros. Su petición no fue atendida por el universo. Mientras se abrochaba el cinturón de seguridad escuchó que una voz la saludaba. Alzó la vista y observó a un tipo de aproximadamente 1.90 de estatura, con el cabello recogido en una coleta y que portaba un cubrebocas con tela de paliacate en tono rojo. Ella respondió el saludo, mientras que intentaba tranquilizarse. El viaje estaría bien y no había por qué preocuparse.
Violeta corrió la cortina de la ventanilla para observar el paisaje. Su compañero de asiento comenzó la conversación preguntando si iba de viaje por trabajo, visita familiar o paseo. Ella volvió la vista y pensó un instante antes de responder, tenía poca ganas de platicar. Sin embargo, le pareció que sería descortés si lo ignoraba.
Ambos se dirigían a San Luis Potosí, a diferentes lugares. Ella iba por motivos familiares, para cuidar a una tía enferma que no tenía quién estuviera con ella un par de semanas. Él era activista e iba a apoyar algunas labores con el pueblo Wixarika.
Sin darse cuenta Violeta fue hallando interesante la conversación y se sintió en confianza, hablaron de una diversidad de temas, de las luchas de los pueblos, de las resistencias, de la terrible situación que estaba viviéndose en países latinoamericanos como Colombia ante la represión de los gobiernos. Llegaron a un tema que a ella le causaba interés desde pequeña, las culturas prehispánicas en México. Se detuvieron en las culturas mexica y maya.
Mientras conversaban sobre las culturas Violeta vio cómo su compañero de asiento buscaba algo en la mochila que él llevaba y cuando por fin lo halló se lo mostró. Era una pequeña flauta tubular de bambú, le explicó que le gustaba tocar música prehispánica en ceremonias rituales. Violeta tomó la flauta con cuidado, la observó y se la devolvió. Después ambos voltearon la vista hacia la ventana, justo estaba la puesta del sol. Ella tomó rápidamente su celular para capturar una imagen del paisaje. Él sonrió.
–¡Me encantan los atardeceres!— Dijo ella.
—También a mí, pero a veces, me parece que la mejor fotografía es la que queda en la memoria— señaló él.
El conductor del autobús anunció la llegada al primero de los tres destinos de la ruta. El compañero de asiento dijo a Violeta que le daba gusto haber conversado con ella, apretó el puño de su mano izquierda para despedirse, a la usanza de la nueva normalidad. Violeta respondió la despedida deseándole buen camino.
Revisó su reloj, a ella le faltaba alrededor de una hora para arribar a su destino. Se quedó pensando que ni ella ni su compañero de viaje se habían presentado, pero por el intercambio que habían tenido para ella quedaría en su mente como un espíritu aventurero.
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