El páramo electoral
El proceso político que subyace a las elecciones intermedias ha transitado entre diferencias con el árbitro, el presidente y algunos actores de la política. No obstante, todo parece transcurrir por las vías institucionales, aunque la inseguridad y la violencia ya ha cobrado la vida de algunos candidatos locales. La relevancia de estas elecciones no solamente está en la gran cantidad de cargos en disputa; en cierta forma, será o bien un respaldo al presidente y las acciones que hasta ahora ha emprendido en su autodenominada 4T, o quizás un rechazo si es que no logran Morena y sus aliados refrendar lo que alcanzaron en las elecciones del 2018, es decir, borrar a la oposición a través de una mayoría de diputados en el Congreso.
En la primera semana de junio los ciudadanos habremos de acudir a las urnas con el fin de elegir a 500 diputados federales y un número superior a los 2 mil funcionarios para distintos cargos en la escala subnacional. En este escenario, resulta casi natural que se eleve el tono de las disputas al interior de los partidos, en los medios de comunicación y entre algunos actores involucrados en el debate político.
Todos o la mayoría de los partidos echaron a andar su maquinaria propagandística y, frente al embate presidencial que no les deja espacio alguno a través del cual puedan reposicionarse, varios de ellos convocaron a sus mejores elementos con el propósito de incrementar la presión hacia el ejecutivo, al mismo tiempo en que estimulan las inconformidades ciudadanas elevando el costo político de los errores del gobierno, en el entendido que dicha estrategia acaso podría redituarles algún tipo de respaldo en las urnas.
El líder nacional de Movimiento Ciudadano en sus cartas al presidente que ya se han hecho frecuentes, ha reiterado que AMLO construye el camino hacia el poder absoluto y lo conmina a detener semejante empresa, cosa en la que insiste cada vez que ofrece una conferencia de prensa afirmando que el proceso electoral venidero volverá a ganar el presidente y sus aliados. Las convocatorias al presidente a fin de rectificar el tipo de conducta y decisiones que se presuponen incorrectas o impropias, se descalifican en automático cuando el partido del líder de Movimiento Ciudadano postula candidatos con perfiles francamente decepcionantes. Por ejemplo, registra como candidato a la gubernatura de Nuevo León al ínclito senador, Samuel García, quien ha dado muestras de su más supina ignorancia (cosa que no le importa, desde luego), además de lucir esplendorosamente el orgullo de su machismo cada vez que esgrime algún concepto.
Buscando atraer el voto popular a través de algunos distinguidos miembros del ambiente de la farándula, el MC labra un hipotético sendero hacia el éxito en abierto desafío a las responsabilidades que suponen los cargos a los que aspiran. Ficha a la popular cantante veracruzana, Francisca Viveros Barradas, mejor conocida como Paquita la del barrio, cuya sinceridad es tan brutal al ignorar casi por completo el territorio que habrá de transitar si es que el voto popular finalmente la favorece. Con todo, pese a su desconocimiento del campo no se amilana y ofrece aprender de forma expedita asesorándose con el fin de tener un desempeño aceptable.
Las Redes Sociales Progresistas (la propuesta del clan Gordillo para mantenerse vigente en el campo político, pero sobre todo dentro del presupuesto público) no se quedan atrás en el mercado de los fichajes de distinguidos personajes del medio del espectáculo. Si la política es ante todo presencia escénica, los gerentes de la franquicia denominada RSP se aventuran en la contratación de, Alfredo Adame, el insigne actor de telenovelas del canal de la estrellas fundidas, quien está envuelto en un escándalo por dinero, pero quizás el carácter diáfano de sus pensamientos son los que resultan escalofriantemente cínicos puesto que, con arrojo, acepta y esparce a los cuatro vientos que no tiene necesidad ensuciarse los zapatos y desordenar sus horarios para tomar sus alimentos.
El PAN, a través de su dirigente nacional, Marko Cortés, plantea una estrategia electoral francamente temeraria. Con el fin de entusiasmar al electorado adolescente recurren a jovenazos y polémicos militantes de prosapia conservadora, como el histriónico jefe Diego Fernández de Ceballos, quien a sus escasos 84 años todavía se jacta al lanzar proclamas para despertar simpatías juveniles en las redes sociales, de que ha llegado el momento de defender a la patria como nunca lo han hecho sus propios correligionarios, ni el partido al cual pertenece.
Mientras tanto, Ricardo Anaya, candidato panista a la presidencia en el 2018, ha iniciado el “camino hacia Damasco” buscando la iluminación que le permita comprender los males de la república, toda vez que apenas acaba de darse cuenta que en el país existen muchos pobres. La amnesia que padece en estos tiempos electorales no parece haberle afectado mientras era actor privilegiado del Pacto por México y se beneficiaba de sus relaciones con el gobierno del expresidente, Enrique Peña Nieto, régimen que terminó por enlodar a buena parte de la clase política y mostró públicamente la urgente necesidad de renovación que los políticos manchados se niegan a aceptar.
Por su parte, el gobernador panista de Chihuahua, Javier Corral, fiel a la tradición política que implica la intervención directa del gobernante en la definición del candidato de su partido que habrá de reemplazarlo, no pudo imponerse en el nombramiento y posible sucesor en el cargo, desatando un mini crisis en su gobierno.
El PRI que siempre fue una suerte de redes de intereses profesionales, familiares, ideológicas y de paisanaje, perece en el cuadro de depredadores que aun quedan en ese partido. El reparto de candidaturas obedece a los principios de lealtad a los parientes, los compañeros de trabajo, los famosísimos sectores o los amigos. Su descrédito ante la población es de tal magnitud que ni desapareciéndolo podrían recuperar algo de la credibilidad perdida, aunque eso poco les importe.
Por su parte, el PRD, convertido auténticamente en un guiñapo regenteado por el grupo conocido como los chuchos, no aspira más que a sobrevivir de las migajas que el sistema de partidos y electoral deja para este tipo de expresiones decadentes. Desde que nació, su tribalismo fue el elemento fundacional de la diáspora de militantes. La alianza diabólica que decidieron firmar sus dirigentes con el anterior gobierno pavimentó su camino hacia la ignominia y, vacío de contenidos ideológicos, venden la franquicia al mejor postor convirtiéndose en una especie en peligro de extinción.
En este escenario, Morena hasta se ha dado el lujo de seleccionar candidatos impresentables, quizás asumiendo que la ciudadanía no tendrá más remedio que votar por sus candidatos porque el resto está peor. Se enorgullecen incluso de perder con tal de mantener redes clientelares de apoyo y en una de esas ganan teniendo en un escenario tan pobre y degradado. Hasta podrían jactarse de poner de candidato a cualquiera y esperar una cantidad nada despreciable de sufragios.
Mientras no exista una genuina oposición, en Morena pueden dormir tranquilos ya que no habrá quien pueda desafiar el poder que ahora tienen. No importa que la ciudadanía pueda o no estar de acuerdo con sus candidatos, puesto que calculan que al no haber opciones se terminará por aceptarlos. Sin embargo, ya se han llevado sorpresas, las elecciones de Coahuila e Hidalgo fueron ese mensaje que parecen no estar leyendo adecuadamente. Parecen seguir la tesis de que en tierra yerma solamente puede crecer la mala hierva y están dispuestos a correr ese riesgo. No importa tener a los mejores sino a los más obedientes y leales seguidores. El tiempo nos dirá cuál será nuestros destino para los próximos años.
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