Universidad-Encrucijada
Las universidades están en una encrucijada histórica. Están en medio del cruce de varios caminos con diferentes direcciones. Los miembros de las comunidades universitarias y, sobre todo, sus autoridades tienen ante sí algunas posibilidades de actuación y al escoger una de ellas podrían estar lejos de resolver los problemas estructurales que modulan las situaciones complejas, difíciles o comprometidas en que se encuentran aquí y ahora.
Las universidades están en una encrucijada que espejea la propia encrucijada de cambios de la sociedad en su conjunto. Ambas, universidad y sociedad, son espejos una de la otra y tienen que reflexionar en medio del cruce de caminos sobre cómo lidiar con la precarización galopante y sus transformaciones inconclusas o parciales. La encrucijada es un trance de cambios, una negociación entre una institucionalidad subdesarrollada que se acelera con sus obsoletas formas y un horizonte de novedades que emerge compulsivamente de la mano de las configuraciones críticas de los actores universitarios.
El debate sobre la situación de nuestras universidades no es ni más ni menos que un debate sobre su decadencia cultural. Lo que está en entredicho es, en el fondo trabado de las cosas, la vigencia sociocultural de determinados modelos de universidad a partir de su imbricación conflictiva en la dinámica de lo social. La legitimidad cultural de las universidades se ha redefinido a lo largo de la historia en virtud de su lugar en las luchas sociales por destacar valores, prácticas y concepciones revolucionarias del orden social en su conjunto, por su contribución a modelar culturalmente la sociedad y la constitución de identidades intelectuales, profesionales, sociales, locales, regionales y nacionales. Sin embargo, hoy las universidades marchan por detrás de las sociedades y de las propias comunidades universitarias. En pocas palabras, la universidad se ha mimetizado con el mercado y se ha olvidado de la sociedad mientras se ha usado a las comunidades internas y externas como comodines de conveniencias.
La discusión pública sobre el sentido social y cultural de la universidad en la actualidad pone en jaque las prácticas universitarias de actores o fuerzas internas responsables de los bloqueos y las contradicciones del quehacer en lasAlma Mater. Al tiempo que se constata una rica pluralidad constitutiva de la universidad, se evidencia una extrema fragmentación y desarticulación en torno al proyecto universitario. Los desencuentros, las desconfianzas y las malas prácticas son resultados de modelos centralistas, autoritarios y disciplinantes. De ahí que la configuración cultural universitaria se rija por estructuras jurídicas que reflejan más los arbitrios de poder de las autoridades de distintas épocas que discusiones teóricas, consensos fruto de trabajos colegiados y grados de desarrollo académico —que, dicho sea de paso, son medidos por indicadores cuantitativos plagados de simulaciones y lejanos de lecturas cualitativas sobre la potencialidad y la creatividad de los y las universitarias— y, finalmente, modos internos de articulación basados en relaciones y ejercicios de poder donde las lealtades se miden en favores-contrafavores, consanguinidad o parentesco y subordinaciones humillantes. A estas articulaciones internas, se tienen que sumar las externas con otras estructuras sociales de poder y redes de distinción o prestigio que complejizan los ensambles con la sociedad en general.
Hoy se impulsa la renovación de las culturas universitarias para que sean capaces de asumir lo que está en juego en las políticas de educación superior como terrenos para la transformación del país. Los principios de universalización, masificación, gratuidad, obligatoriedad y territorialización presentes en las últimas reformas legislativas plantean retos de gran calado. No se trata solo de administrar instituciones en crisis o la redistribución de recursos, bienes o servicios educativos, se trata de los principios de organización de la vida y la cultura universitarias para actualizar la identidad misma de las instituciones de educación superior. Está en juego algo interno correspondiente al espacio de producción del sentido de ser, a la constitución sociopolítica del reconocimiento social de las universidades, su reconocimiento mutuo con la sociedad.
Más allá de las visiones instrumentales de “los buscadores de poder”,[1] que procuran el control de las instituciones para su propia reproducción oligárquica, nos enfrentamos a ambigüedades políticas que descolocan las salidas del poder a la crisis actual. Tras el grave problema de la burocratización de las universidades, traducido, por ejemplo, en el crecimiento desproporcionado de sus plantillas de trabajadores administrativos, está el problema de la representación, es decir, que quienes dicen actuar a nombre y cuenta de los y las universitarias realmente respondan a los intereses comunes y, en consecuencia, respeten y escuchen las voluntades colectivas de los representados, de las comunidades universitarias. Dicho de otra manera, es central la cuestión de la democratización de las universidades reconstruyendo las vías y los modos de participación en la toma de decisiones en todas las escalas y la rendición honesta y permanente de cuentas. Solo mayor participación activa, no formal, bajo un nuevo paradigma de gestión y administración, permitiría actualizar continuamente los objetivos de la universidad. La democracia universitaria tiene algo que ver con la forma de hacer política universitaria. La democratización es un proceso que remite a otro modelo de política, a otro estilo, distante del hegemónico, de promoción de nuevas formas de socialidad, de interacción y relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria tanto el personal académico y administrativo como el estudiantado, el personal de apoyo externo (pero interno) y las autoridades universitarias.
Lejos de ese proceso ideal, en nuestros modos de pensar y relacionarnos se instaló el derrotismo y la desconfianza en poder cambiar el orden indeseado de las cosas en las casas de estudio. De esa forma la universidad perdió densidad cultural y sus miembros perdimos sentido de estar, de compartir, de ser universitarios y universitarias. Los simulacros de democracia interna, la falta de deliberación crítica entre universitarios, la imposición de arbitrios con el apoyo de manos levantadas bajo chantajes o presiones y contra favores personales, el temor a represalias, las relaciones verticales y jerarquizadas, desgastaron todas las formas de socialización universitaria y, por ejemplo, redujeron la socialización académica a actos formales en las aulas y los auditorios, los eventos académicos o la formulación de planes y programas educativos. El miedo, las simulaciones y las inercias han ido calando en el espíritu universitario con el derrotismo y el conformismo, la pérdida de seguridad laboral y el deterioro de ambientes de trabajo cada vez más tensionados por los conflictos y menos creativos y comprometidos institucionalmente.
Por esas razones la emergencia de conflictos no se salva con cambios cosméticos. Los conflictos universitarios no deben ser utilizados para fragmentar más a las comunidades universitarias, ni dividirlas o enfrentarlas para vencer pírricamente a un movimiento “peligroso” o “desastibilizador”, y mucho menos para atacar a sus presuntos líderes como operación retrograda del poder que busca individualizar para criminalizar y aislar el problema. Las cuestiones son de fondo y remiten a los problemas estructurales de las universidades, a los problemas de sus complejos entramados de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales.
Marisa Ruiz Trejo ha descrito en su columna en Chiapas Paralelo cómo la revolución púrpura que recorre nuestras universidades y nuestras sociedades tiene una fuerza reveladora.[2] Sin duda, está obligando a cambiar el lugar de las preguntas y de las respuestas posibles como muchos movimientos estudiantiles con sus luchas históricas. El movimiento de mujeres universitarias rebasa las lógicas de poder instituidas y va más allá del poder instituido. Sencillamente lo rebaza porque denuncia la profunda desazón cultural de las universidades, su desenganche con el curso de los tiempos y los cortocircuitos de las relaciones de poder autoritarias, centralistas, sexistas y patriarcales. Muestran que la asimetría de esas relaciones es variable y que, siendo las más vulnerables ante los abusos, los atropellos y las violaciones, hay que actuar para mover la correlación de fuerzas y alterar el orden de las cosas. La historicidad de estos conflictos es muy profunda. Al denunciar el orden y el pacto patriarcal al interior de las universidades, denuncian estructuras de poder más complejas y amplias que han estado agotando a las universidades y, como a muchas otras instituciones del orden del pasado, poniéndolas al borde del colapso. Al luchar por un lugar en la historia del presente, des-cubren una normalidad y un desorden naturalizado donde reinan las jerarquías y los estatus de poder en nombre de los cuales se les acosa, abusa, violenta y relega a espacios invisibles a pesar de ser mayoría por la tendencia significativa a la feminización de la educación superior.
Las universitarias y no pocos universitarios denuncian abusos y hostigamientos sexuales, escolares y laborales como expresiones del ejercicio del poder en las relaciones entre universitarios en distintos espacios. La naturalización de esas relaciones de poder subordinadas tiene mecanismos de institucionalización de larga data. Una institucionalidad marcada por voluntades de poder e intereses de perpetuarse, controlar y disciplinar a las comunidades universitarias. Por eso tras los reclamos enérgicos y legítimos ante violencias individuales o colectivas e institucionales o institucionalizadas, hay fuertes críticas a las relaciones de poder que en su conjunto se reproducen al interior de las instituciones educativas.
Las mujeres universitarias están construyendo un espacio estratégico para pensar las contradicciones y complementariedades que dinamizan la universidad. Invitan a hacernos y deshacernos, primero, reconociendo su situación como sujetas sometidas a relaciones jerárquicas y, segundo, asumiendo los retos cambiantes de estos tiempos donde las características conflictivas de las relaciones sociales nos llevan a nuevas formas de reconocimiento. Su desafío radical al orden universitario es una invitación a pensar demandas concretas y demandas estructurales de reforma integral de las instituciones, a imaginar otras normalidades y formas de intermediación de la vida universitaria. Siguiendo a Rita Segato,[3] podemos advertir la politicidad de sus actos, acciones y reivindicaciones feministas en pro de cambios sociales, y alejándonos de todos los maniqueísmos que despolitizan y desarraigan, reconocer plenamente el protagonismo social de las mujeres, su ética feminista para gestionar y preservar la vida, y razonar en conjunto los procesos de la política real y de la posible. Solo así, renunciando a los privilegios, nos abriríamos a “las formas de la esperanza” que ellas representan con su estilo de gestión política y a la modificación de actitudes y relaciones al interior de las universidades. El llamado “problema de las mujeres” es un problema de todos, no es particular de ellas. La pulsión de estos desplazamientos es la del reconocimiento de que las mujeres cuentan, son contadas y tienen que ser tenidas en cuenta.
Esta hora de cuestionamientos, es la hora de debilitar, desmontar y, sí es posible, romper con los dispositivos de poder que, como diría Michel Foucault, han “vampirizado” a las instituciones, normalizado un funcionamiento del poder actuando con secrecías y pactos en lo oscuro. Lo que le pasa a las universitarias y los universitarios es fundamental para la democracia universitaria. Todos los síntomas y síndromes que padecemos ilustran la dramática pérdida de fuerza vinculante de los marcos de referencia vigentes, las crisis de liderazgos y la falta de horizontes compartidos. Esta es una cuestión central para entender las claves de los disensos.
Entonces, ¿cómo encontrar un camino en medio de esta encrucijada? No solo se trata de administrar la crisis con fugas fáciles del presente. Las salidas tecnocráticas no diluyen el conflicto político, solo enmarcan reorganizaciones cosméticas del sistema. Para encontrar el camino se debe andar (apelando a la razón poética), se tiene que actuar (como indica la razón política) y, por consiguiente, decidir y elegir respetando la libertad, los derechos y la actitud de todas las personas. Es imprescindible el reconocimiento de la situación desde las reflexiones de los sujetos universitarios y el reconocimiento de todas las mediaciones, los lugares, las articulaciones y las temporalidades de las que emanan las constricciones de la tan cuestionada configuración vigente. Si se reconoce la historia de los problemas más allá de la coyuntura crítica, con las opacidades y ambigüedades, se dará un importante paso en el reconocimiento de las resistencias a los cambios.
La construcción de espacios seguros, igualitarios e incluyentes exige mucha innovación. Sin duda, adoptar protocolos y lineamientos discutidos en el seno de las comunidades es de tanta importancia como contar con los mecanismos y dispositivos cuyos efectos de poder traduzcan en prácticas cotidianas las acciones preventivas, de atención-contención-acompañamiento y las sanciones ejemplares. Sin embargo, no basta un orden legal más centrado en el disciplinamiento, la vigilancia, el espionaje y los regímenes punitivos que en políticas de prevención de las malas prácticas, los códigos de integridad y la detención y atención de situaciones y casos de acoso, hostigamiento y violencias de género y laborales tan asociadas muchas veces. La situación exige respuestas enérgicas y compromisos firmes que demuestren las rupturas con el mandato de masculinidad. Se trata de acciones expresivas frente a la dominación y la lealtad masculina que afronten todas las formas de violencia y, sobre todo, las profanaciones del cuerpo de las mujeres a través de acosos, hostigamientos y violencias sexuales. Llama poderosamente la atención que, a pesar de la negociación entre personas que están bajo el mismo orden político patriarcal, aún no se cuente oficialmente con un movimiento·#YoSíteCreo y con una política de tolerancia cero frente a la violencia de género y la violencia contra las personas en el trabajo, actuando decisivamente ante el acoso y todas las formas de discriminación.
En síntesis, la perspectiva que he querido situar en este espacio promueve una corriente de inteligibilidad donde seamos capaces de leer lo nuevo que emerge construyendo una nueva cultura universitaria. Esa cultura nueva exige romper con la invisibilidad de situaciones que someten al sujeto universitario bajo la mirada de la burocracia centralista. Esa mirada instituida que define a los sujetos reduciéndoles a meras estadísticas e indicadores, constituye el dispositivo privilegiado de un poder con ojos coloniales, racistas y androcéntricos que individualiza y excluye a las mujeres universitarias y a muchos otros/as/es que expresan sus autodeterminaciones de identidades sociales, étnicas, raciales, sexuales y de género en el seno de las comunidades universitarias. Estas comunidades tienen mucho trabajo por hacer para reelaborar teóricamente las ideas que subyacen en las leyes, estatutos y normativas universitarias, así como para volver a ser referentes para la vida pública. Ya no se pueden esperar “golpes de genios”. Sabemos bien que este orden normativo es una simplificación de las cuestiones del poder al interior de las instituciones por lo que hay que ir más allá de las fuentes legales de ese poder y remover sus fuentes sociológicas y antropológicas, los obstáculos e ilusiones que impiden dar un nuevo espesor sociocultural a las universidades a la altura de las contradicciones de sus sujetos históricos en pleno siglo XXI. Los universitarios y las universitarias debemos y podemos centrarnos en la transformación necesaria.
La encrucijada espacio-temporal de las universidades en la actualidad plantea distintos caminos y senderos que se bifurcan. Se trata de grandes desafíos trazados en torno a los ejes axiales y laterales de la burocratización y la democratización, la comercialización y la territorialización, la elitización y la universalización. Pensar la transformación de la universidad supone atender a la totalidad de la cultura universitaria. En momentos de tensión sólo se suele mirar lo parcial, pero, por muy importante y crucial que ello sea, se desvirtúa la lectura integral de los fenómenos y trivializan los análisis restándoles complejidad. La universidad que emerge con los movimientos estudiantiles y sindicales alude a un trabajo colectivo y urgente que ya está en marcha: las reformas universitarias. Tenemos que ser cada vez más reflexivos sobre las cargas que llevamos en las espaldas, cargas del pasado que son residuales hoy mismo, mientras emergen alternativas, retoños de esperanzas, a las que hay que darles espacio hoy mismo. Mañana puede ser demasiado tarde.
Referencias
[1] Andrés Fábregas Puig, Marcos institucionales de la antropología en Chiapas a finales del segundo milenio. Tuxtla Gutiérrez: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, 2015. <http://repositorio.cesmeca.mx/handle/11595/784>
[2] Marisa Ruiz Trejo, “Revoluciones purpuras en universidades chiapanecas,” Chiapas Paralelo, 18 de febrero de 2021. <https://www.chiapasparalelo.com/opinion/2021/02/revoluciones-purpuras-en-las-universidades-en-chiapas/>. “Los feminismos como referentes críticos en las universidades”, Chiapas Paralelo, 27 de febrero de 2021. <https://www.chiapasparalelo.com/opinion/2021/02/los-feminismos-como-referentes-criticos-en-las-universidades/>
[3] Rita Segato, “Refundar el feminismo para refundar la política.” Cuerpos, despojos, territorios: vida amenazada. Actas. Congreso Internacional. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2018. <https://www.uasb.edu.ec/documents/2005605/2879782/SEGATO+RITA.+Refundar+el+feminismo+para+refundar+la+pol%C3%ADtica.pdf/d2c1b240-c94f-43a8-bb61-ba334c433c7e>
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