Ser joven en la UNACH
Ser joven en el siglo XX no ha sido fácil. Ninguneados en términos sociales, a las juventudes nunca se les dio la mayoría de edad y, por supuesto, no hablo del tiempo genético, sino del cultural: los jóvenes no pueden hablar porque “no entienden”, aun no “maduran” ideas, son escasos en todo sentido. Son mujeres y hombres, ciudadanos a medias.
Se les permite todo en su etapa de “locuras” inmaduras, pero cuando llegan a la etapa adulta, cuando se casan, son madres-padres, cuando tienen trabajo, se cortan el cabello y esconden los tatuajes, ahora sí, decir y hacer lo que quieran con la complacencia de las buenas conciencias que aplauden sin cesar el doblegamiento de las mentes. Cuando “asienten cabeza” pueden ser… antes, no.
Sigue siendo un lugar común -porque así se ha dicho de las juventudes durante mucho tiempo-, pero se supone que esas ideas habían terminado. Si hacemos un recuento histórico inmediato, hubo avances considerables en la forma de observarles, cuando en los sesenta, en Latinoamérica y en el mundo entero, salieron a las calles y expresaron su sentir. Pero parece que no bastó, porque el camino de las conquistas sociales siempre ha sido largo. Hay luchas que continúan en su esencia y sus potenciales alcances.
En nuestros contextos geográficos de aquellos tiempos, muchas de las mejores mentes juveniles y universitarias cayeron en las selvas cuando fueron guerrilleros; se les persiguió y desapareció. Lo obvio se normalizó: no juegues con los poderes niños-que no son niños-pero tampoco-adultos. El poder, cuando se encabrona, así actúa. Asesina y pervierte, la historia lo demuestra.
Lo más interesante es saber por qué este tipo de inmolación juvenil a costa de sus propias vidas. Si saben que no se puede joder al poder, entonces, ¿por qué hacerlo? Así emerge (no nace, siempre ha estado ahí latente, palpitante, poderosa) esta condición brava, contestaria, rebelde, de la cual abrevan las juventudes cuando se dan cuenta de lo que sirve y lo que no. Decía el clásico que ser joven es sinónimo de rebeldía, y es verdad. Todos lo fuimos. Y lo que somos ahora tiene que ver con esa forma de potencializar nuestros desacuerdos, siempre en una convivencia que, en más de las veces –quizá nunca-, no se procura de manera cordial. Las luchas forman parte de la condición juvenil, no nos espantemos ni rasguemos vestiduras ni nuestras mentalidades.
De hecho, es bastante simple. Las juventudes son sujetos pensantes, quizá los más, porque distinguen perfectamente los cambios generacionales y saben calcular muy bien los culturales; además, forman parte de quienes los realizan y producen. Toda generación tiene en su impronta la marca cultural a la que se adhiere.
Las y los jóvenes son una entidad y un espacio; son una realidad y un espacio. No son el futuro de nada. Son un universo que se debe contemplar en toda su magnitud cultural y social. Por eso siempre buscan tenazmente las explicaciones que den con la fórmula, elemental e imperfecta, pero súper lógica por donde quiera que se le vea, de cómo deben ser incluidos sin ser minimizados, sin dejarlos fuera de la jugada, que no los nombren como debe ser.
¿Futuro? ¿Cuál? Eso lo somos todos, nadie queda exento de esa responsabilidad.
En la comodidad discursiva, hace un tiempo la académica y politóloga Denise Dresser minimizó un debate con Gibrán Ramírez, politólogo, simplemente por ser joven. En una entrevista televisiva el abogado Javier Coello disminuyó una discusión jurídica llamando “jovenzuelo” a Santiago Nieto, jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera. Y así. Adjetivando los discursos, se cierran los diálogos.
A las y los jóvenes se le insiste en todo tipo de exigencia y calificación con respecto a su forma de comportarse; se les demanda, ahora y en futuro, más de la cuenta. Habría que preguntarnos por qué exactamente a este colectivo social y no a otros. El relevo generacional es el signo de la pugna entre los universos adulto-joven, se sabe. Pero, ¿tanto temor a los cambios?
Pese a todo, se repite el mismo argumento: las “fuerzas obscuras” que manipulan sus conciencias. ¿Cuáles serán, de dónde provienen, quién las dota? Hay que recordar que las dos guerras mundiales –eventos donde murieron millones de jóvenes- se llevaron a cabo por ciudadanos maduros, lo cual indicaría que esa maldita obscuridad (la de los millones de cuerpos jóvenes masacrados en los campos de batalla) no fue obra de nadie sino de adultos “bien portados” y con muchísima conciencia sobre cómo se gobierna para los pueblos, pero de espaldas a ellos.
En México así se dijo del movimiento del 68, con el atroz resultado que sólo en nuestro país se asesinó a estudiantes en las revueltas que a nivel mundial se llevaron a cabo pacíficamente.
En Chiapas, por increíble que parezca, el movimiento que encabezan las feministas en la UNACH también se ha dicho manipulado por esa “obscuridad”, entre otras cosas. Y se lee sorprendente porque algo debemos hacer bien los profesores de la UNACH cuando hemos formado a estudiantes inconformes, críticos y con la “conciencia de servir”. Suponemos que la universidad pública fomenta ese pensamiento y actitud, la que debe incentivar la no complacencia ante cualquier realidad antagónica a esa filosofía. De eso se trata la labor de una universidad de prestigio como la UNACH. Nuestra Alma Mater debe sentirse engrandecida por tener estudiantes con ese talante.
Puede gustar o no, habrá mil maneras de alzar la voz, pero esta forma de manifestarse indica y reafirma algo. Debemos leerlo desde un punto de vista distinto al que estábamos acostumbrados; una nueva perspectiva puede estar en ciernes y las y los estudiantes la están pidiendo a gritos. Hay muchas cosas por nombrar pero, en general, lo que sobresale son las nuevas formas de pactar el vinculo institución-estudiantes, en formatos distintos a lo que pensábamos era la normalidad de antes. Si este movimiento reivindica algo, es que nadie, en la universidad pública, debe quedar exento de participación en la toma de decisiones, mucho menos sus propios jóvenes, actores decisivos de nuestra institución.
Es una látima que en sus pàginas no se comente la larga huelga que vive la UNACH. Por primera vez, desde años, un paro de tal magnitud sacude a la Unach, más de un mes de paro en pleno confinamiento, ni una sola línea que hable de como es ser joven en la Unach en el siglo 21 !