“Nunca pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”
La conocida frase de Groucho Marx parece que la pronunció cuando el Friars Club of Beverly Hills lo invitó a ser su miembro. Un contrasentido si se toma en cuenta que, también al parecer, fue el propio Groucho quien había solicitado entrar a ese Club. La leyenda urbana atribuye la negativa inicial al apellido del comediante estadounidense. Cabe recordar que el club al que se quería incorporar organizaba espectáculos privados y estuvo conformado por distinguidos comediantes de mediados del siglo pasado.
Dejando de lado la anécdota, aunque tenga resonancias al periodo del macartismo en los Estados Unidos, no cabe la menor duda que la frase expresada por el más conocido de los hermanos Marx, reyes del humor del absurdo, ha quedado como un referente para quienes nos cuesta ser miembros de muchas asociaciones o, al menos, de alguna. Llámese escepticismo o un resabio de misantropía, pero lo evidente es que no todos tenemos la capacidad y el bagaje de formar parte de algún tipo de asociación política o civil.
Los ejemplos personales pueden ser tan anecdóticos como la frase pronunciada por Groucho Marx, seguramente sin tanto ingenio, pero la aversión o la desazón por el asociacionismo también refiere una carencia en nuestra formación como miembros de una sociedad. En los Estados modernos, complejos territorios normalmente muy poblados, la existencia de muchas asociaciones, de cualquier naturaleza pero, en especial, las creadas con fines políticos y sociales, han sido y lo siguen siendo fundamentales para presionar y contrarrestar las decisiones de los poderes económicos y políticos.
La diversidad de objetivos y tendencias ideológicas de las asociaciones, por lo tanto, muestra la complejidad de las sociedades. Variedad que no puede ser nunca un problema sino que refleja la propia multiplicidad de formas de pensar de los seres humanos. Una diversidad que es bandera de la libertad individual y a la que no debe temerse. Esta complejidad de nuestras sociedades queda perfectamente representada por las múltiples asociaciones civiles y la participación en ellas. Pertenecer a alguna es un compromiso y requiere de un aprendizaje previo, aquel que enseña sobre la participación como ciudadano activo de su sociedad.
Sociedades con un vivo asociacionismo tienen una ciudadanía más comprometida con su realidad social, al mismo tiempo que ahuyentan cualquier tentación de servilismo personal y sumisión a los poderes en turno, aquellos a los que les molesta cualquier contestación a sus acciones. Así, mi devoción por la frase de Groucho Marx, idéntica a la que siento por las películas de la familia Marx, tiene que ver con su ingenio y mi experiencia personal, más que con lo que representa el asociacionismo.
Es difícil que cambie mi actitud, pero ello no significa reconocer lo que han representado y representan muchas asociaciones en la sociedad en la que vivimos o, al menos, a la que aspiramos que sea gracias a una mayor participación de sus ciudadanos.
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