Nubígero, Juntanubes
Casa de citas/ 523
Nubígero, Juntanubes
Héctor Cortés Mandujano
Mi amigo Luis Antonio Rincón me obsequió dos de sus más recientes publicaciones: Tras la pista de Azul, que ganó el Premio Bellas Artes de Obra de Teatro para Niñas, Niñas y Jóvenes Perla Szuchmacher 2019, y La magia de Sawa Oko, que fue finalista, en 2017, del Concurso Internacional de Literatura Infantil Julio C. Coba-Libresa.
Los leí muy complacido, pues en ambos se nota la mano diestra de este narrador chiapaneco quien cada vez gana más y más premios. Qué maravilla. Felicidades, querido Luis.
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Leo Textos cautivos (Alianza Editorial, 1998), de Jorge Luis Borges. Los cientos de estos breves escritos se publicaron en la revista El Hogar, entre 1936 y 1939, y no era raro, se ha dicho, que al lado de un texto de Borges hubiera un comercial de lavadoras.
El libro conserva los títulos de las secciones originales de la revista: Ensayos, Biografías sintéticas, Reseñas y De la vida literaria. En cada línea se desliza, por supuesto, la inteligencia, el humor, la sapiencia borgeana. De ellas, te comparto las siguientes:
La vida de Eugene O’Neill fue espantosa (la he contado en algún lado) y se cuela a sus obras de teatro. Borges lo dice bien (p. 14): “Ante un drama de O’Neill, como ante las novelas de William Faulkner, uno no sabe a veces lo que sucede, pero uno sabe que lo que sucede es terrible”.
Escribe sobre la obra cumbre y la obra confusa y final (Finnegans Wake) de Joyce (p. 16): “James Joyce, en 1922, publica el Ulises, que puede equivaler a toda una compleja literatura que abarcara muchos siglos y muchas obras; ahora publica unos retruécanos que, sin duda, equivalen al más absoluto silencio”.
Borges admiraba a Kipling. De él dice (p. 37): “En su vida no hubo pasión como la pasión de la técnica”.
James Matthew Barrie es el autor de Peter Pan; su propia personalidad se trasmina a su popular personaje; lo cita Borges (p. 138): “El horror de mi infancia es que yo sabía que se acercaba el tiempo que debería renunciar a mis juegos, y eso me parecía intolerable. Resolví seguir jugando, en secreto”.
Dice Borges en la biografía sintética de Lawrence de Arabia (p. 150): “En la vida intensa de Lawrence no hubo amistades íntimas, así como tampoco hubo amores. Lawrence era increíblemente celoso de su independencia: negaba el sueño y la comida a su cuerpo y las blanduras del afecto a su alma varonil”.
Cita Enjoyment of Laughter, de Max Eastman, que es un libro divertido. Dos ejemplos, uno que cita a Laurence Sterne (p. 216): “Mi tío era un hombre tan concienzudo que cada vez que necesitaba afeitarse, no vacilaba en ir personalmente a la barbería”; y un diálogo:
“—¿No nos hemos visto ya en Cincinati?
“—Yo nunca he estado en Cincinati.
“—Yo tampoco. Deben haber sido otros dos.”
Borges se mete con los clásicos, con la autoridad del conocimiento minucioso (p. 250): “Siempre fueron motivo de discusión los epítetos homéricos. Lugones habla del nubígero Zeus, el doctor Rouse de Júpiter Juntanubes; Lugones, del raudo Aquiles, Rouse de Aquiles Piesligeros; Lugones, del flechador Apolo, Rouse de Apolo Tiralejos”.
Murasaki, mujer de hace mil años, escribió la gran novela oriental La historia de Genyi, que se ha comparado con El Quijote. Dice Borges (p. 261): “No afirmo que Murasaki Shikibu tuviera el talento de Cervantes, afirmo que la escuchaba un público más sutil”.
Apunta (p. 281): “Ya Schopenhauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden era vivir, y hojearlas, soñar”.
No es raro que en este libro apenas se hable de autores que escriban castellano. De su cincuentena de biografías, sólo una trata de un español, Jorge Santayana, que ni siquiera es, pienso, de los imprescindibles.
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En los Cuadernos Americanos 2 (marzo-abril, 1979), revista célebre, escribe Olga E. de Nagel un ensayo de largo título: “El concepto de la verdad en Lawrence Sterne y en Jorge Luis Borges: sus deudas con Cervantes” en el que dice de Borges (p. 101): “Su ‘cosmopolitismo’ ha originado controversias en la crítica, que lo encuentra universal y a la vez ajeno a la cultura hispanoamericana. Se ha apuntado, y lo confirman las referencias directas de Borges, su predilección por la literatura inglesa”.
En esta misma publicación hay un ensayo sobre el Santayana, filósofo, del que hace una biografía Borges. Se llama “Santayana y la autonomía de lo estético”; lo escribe Raimundo Lida. Hay dos ideas que me llamaron la atención. La primera es la interpretación de lo dicho por Platón, en la República, donde pide expulsar de ella a los poetas. Pero no a todos dice Lida que dice Santayana (p. 124): “Platón predica justamente una cruzada contra la poesía y la mitología fósiles”, aquella que sólo trascribe lo antiguo: “La poesía que de ordinario consume la gente es poesía trillada que se dedica a propagar, en imágenes convencionales, ideas establecidas desde hace mucho tiempo”. Es decir, pide expulsar a los poetas que no crean nuevas ideas, nuevos temas, que sólo repiten lo ya dicho.
La otra, discutible, me gustó como línea bien hecha (p. 129): “Desde cierto punto de vista –bien los sabían los antiguos– la vida entera es un arte”.
En el ensayo “Miguel Hernández, poeta de cárceles”, de Arturo P. Pérez, hay dos versos desesperados de Hernández que te comparto lector, lectora (p. 188): “No se por qué, no sé por qué ni cómo/ me perdono la vida cada día”.
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Veo The Bird of Cool: La historia de Miles Davis y su música (2019), documental escrito y dirigido por Stanley Nelson. Me gusta mucho. Miles es un músico al que siento cercano, porque ha acompañado muchas horas de mi vida. Aquí me entero de cosas que ignoraba sobre su sentir y su pensar.
En su primer viaje a París, Davis conoce a la actriz Juliette Gréco y comienza un romance con ella. Sartre, el novelista-filósofo, le pregunta (eso cuenta Juliette): “¿Por qué no te casas con Gracó?, y Miles contesta con las razones por las que se supone la gente se casa: “Porque estoy enamorado de ella. La amo”.
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