El vestido del mundo

Casa de citas/ 524

El vestido del mundo

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo, entretenido, Leyendas medievales (Janes Editores, 1987), del escritor alemán y Premio Nobel de Literatura 1946, Hermann Hesse.

Las historias son antiguas y aluden, simplifico, a Dios y el diablo en la vida de la gente. Está dividido en tres partes porque las leyendas son tomadas de tres textos antiguos: Del “Dialogus miraculorum”, escrito (p. 63) “alrededor de 1122”; de la “Gesta romanorum”, que (p. 183) “es de origen inglés y pertenece al año 1342”; y “De las narraciones de Leo Greiner de antiguos poemas alemanes”.

Me llamó la atención encontrar aquí, en las historias de la “Gesta romanorum”, una narración, “Apollonius”, de donde tomó, punto por punto, William Shakespeare su obra de teatro Pericles, príncipe de Tiro, que es de sus obras “problemáticas” como la llama Harold Bloom, porque roza lo absurdo, porque hay demasiados hechos sorprendentes, increíbles, y no termina de ser ni tragedia ni comedia.

Gran decisión de Shakespeare al tomar como suyo este asunto, porque de veras la historia es una locura: un rey, Antíoco, es amante de su hija y condena a muerte a todos sus pretendientes. Apollonios de Tiro pretende a la muchacha y, obvio, es condenado a muerte. Todo cambia cuando padre e hija son muertos, se supone que en castigo divino, ¡por un rayo!

Apollonius se casa y pierde a mujer e hija. Su mujer muere, pero luego ¡revive!; su hija es vendida como esclava, pero un hombre bueno paga para que nadie le quite la virginidad. La conserva hasta conseguir un buen partido. Padre, madre e hija se hallan al final y son felices. ¡Albricias!

Leer “Apollonius” y Pericles, príncipe de Tiro, la de ese desconocido autor medieval y la del maravilloso Shakespeare, pone a prueba nuestra capacidad de creer en lo inverosímil, en lo increíble.

Ilustración: Juventino Sánchez

***

 

Los médicos dictaminan el estado de todo el cuerpo

con solo examinar lo que sale por detrás

Jonathan Swift,

en “Cuento de un tonel”

 

Mi querido amigo Roger Octavio Gómez Espinosa, me consiguió en pdf (Freeditorial) “Cuento de un tonel”, de Jonathan Swift (1667-1745), que Harold Bloom recomienda tanto.

Dice Bloom en Novelas y novelistas. El canon de la novela (Páginas de Espuma-Colofón, 2012: 31): “Dos veces al año, desde hace mucho tiempo ya, releo el ‘Cuento de un tonel’ de Swift, no sólo porque me parece la obra en prosa más potente de nuestro idioma (y lo es), sino porque me hace bien, más allá de que en el libro hay tantas cosas que me disgustan como cosas que admiro”.

Swift es también autor del celebérrimo libro Los viajes de Gulliver, y dice en este “Cuento del tonel”, en tono zumbón, que hay mucha gente con ingenio a quien le da por criticar al gobierno o a la iglesia y que hay que entretenerlos en otra cosa para que no lo hagan. Refiere que los marineros, cuando ven a una ballena que puede causar tropiezos a la embarcación, le arrojan uno o varios barriles vacíos para que no se ocupe más que de jugar con ellos. Esa es la idea de este relato.

Escribe para sus lectores, a los que divide en una de sus digresiones en superficiales, ignorantes y cultos (p. 8): “La sabiduría es como una gallina, cuyo cacareo debemos saber valorar y considerar, pues es acompañado por un huevo; en fin, es como una nuez, que, de no ser elegida con juicio, puede costarte un diente y dispensarte nada menos que un gusano”.

En la historia hay una secta que adora a un ganso y que cree que el universo es un conjunto de ropas que todo lo visten (p. 12): “Al mirar al globo terráqueo se comprobaría que está ataviado con un vestido completo y elegante. ¿Qué era eso que algunos llaman Tierra sino un hermoso abrigo verde? O el mar, ¿qué sino un chaleco de atigradas aguas? Y al fijarse en tantas otras obras de la Creación uno comprobaría hasta qué punto la naturaleza ha sido una oficiala minuciosa en el arreglo de las bellezas vegetales; obsérvese qué refulgente peluca adorna la copa de un haya, y qué fino doblete de blanco satén luce el abedul”.

También viste al cuerpo (p. 13): “Por no citar más ejemplos, ¿no es la religión una capa, la honradez un par de zapatos gastados, el egoísmo un sobretodo, la vanidad una camisa y la conciencia un par de calzones, que, aunque cubran la lascivia y la porquería, se pueden bajar fácilmente para servir a ambas?”.

El texto, que es constantemente digresivo, tiene como engañoso eje central la vida de tres hermanos (Pedro, Martín y Juan), que nacieron juntos; al morir su padre les heredó tres casacas y les dejó instrucciones en el testamento de cómo debían asearlas y usarlas, so pena de un castigo que sería tan grande que era mejor no escribir.  El hermano que se proclama mayor, don Pedro, logra hacerse mediante artimañas de una finca que no era suya y hasta ella lleva a vivir a sus hermanos, a quienes exige un trato reverencial. Pedro se vuelve loco de poder y los expulsa.

Hay, después, una ruptura entre Martín y Juan, y éste último, que rompe su casaca, se vuelve loco y da origen a la secta de los eólicos, adoradores del viento (p. 47): “Las palabras no son sino viento, y las ciencias no son sino palabras, ergo, la ciencia no es nada más que viento”. Los sacerdotes del viento, de él tomaban la sabiduría y la daban a los discípulos a través de eructos y de pedos.

Juan no sólo decía y hacía barbaridades, también (p. 65) “solía decir que un hombre sabio es su propia linterna”.

Este cuento atenta contra todos los cánones usuales de la escritura y sus digresiones constantes tocan, como el viento, muchas costas: Las enfermedades que provoca la retención del semen, la historia de las orejas, la relación entre las estaciones del año y la publicación de un libro, sin temer el solaz por los temas sexuales, excrementicios, escatológicos.

Al final, se desinteresa por la historia de los hermanos y la concluye como sea. Ya ha terminado, pero quiere ser un escritor moderno y continúa escribiendo (p. 73): “Y ahora voy a intentar un experimento muy frecuente entre los autores modernos, que es el de escribir sobre nada. Cuando el tema de la obra está agotado, hay que dejar que la pluma se siga moviendo: lo que algunos llaman el fantasma del ingenio, que se deleita en seguir caminando cuando su cuerpo ha muerto”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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