Revoluciones púrpuras en las universidades en Chiapas
En los últimos días, hemos visto cómo algunas colectivas feministas universitarias se han manifestado para exigir justicia por Mariana Sánchez Dávalos, estudiante de la facultad de medicina de la UNACH, presuntamente asesinada. Las estudiantes se han movilizado con dolor, rabia e ira porque el caso aún no se ha esclarecido; ni se ha sancionado a quienes cometieron omisiones en el caso del acoso que Mariana sufrió y denunció en la Secretaría de Salud de la entidad, ni se ha detenido al presunto agresor.
Durante varios años, algunas profesoras, estudiantes y trabajadoras de las universidades en Chiapas y en México, nos hemos ocupado intensamente en visibilizar que la violencia de género y otras agresiones múltiples no son algo normal. Hemos exigido que las universidades se conviertan en espacios seguros y en un ejemplo para la sociedad.
En ocasiones, he escuchado decir que el feminismo es una moda, pero yo quisiera que no fuera considerado así. En vez de eso, quisiera que se conocieran sus luchas históricas, y que de una vez por todas termináramos con el acoso, el hostigamiento, el racismo, la homofobia y los feminicidios, y pudiéramos caminar tranquilas por las escuelas, los trabajos, las casas y las calles. Me gustaría que no hubiera víctimas de violencia sexual y que no tuvieran que exponer sus casos frente a funcionarios, que saben mucho sobre otras áreas de la vida universitaria, pero no sobre cómo acompañar sin dañar la autoestima de las mujeres y de las disidencias sexuales.
Después de todos los eventos, diálogos, reuniones, diagnósticos y testimonios que he escuchado a lo largo de mi formación académica y de mi trabajo como docente, no me queda duda de que difícilmente nos va a alcanzar la justicia ordinaria para reparar tantos agravios. Mientras que en las universidades no nos comprometamos en formar, capacitar y sensibilizar a profesorxs, estudiantes y trabajadorxs con una perspectiva de género feminista, será difícil seguir adelante.
Podremos seguir creando los mejores protocolos de atención al acoso y al hostigamiento y programas para erradicar las violencias, pero no cambiará nada mientras los casos denunciados y las demandas estudiantiles sigan siendo recibidos y resueltos por varones y por personas que no saben que las víctimas deben de ser tratadas con respeto y poner su integridad y su dignidad en primer lugar, ya que sus testimonios deberán prevalecer, ante todo.
Es importante saber que cuando una víctima denuncia, lo hace en un contexto de mucha inseguridad y miedo. Seguramente ha tomado mucho valor y ha sido todo un proceso para poder llegar a las instancias oficiales para denunciar la violencia que vive o ha vivido. Posiblemente, la víctima se enfrente a un proceso traumático, por lo que es necesario que las autoridades universitarias y los funcionarios que las atienden tengan una actitud de escucha asertiva, de empatía y de sensibilidad. Será necesario que, sin importar lo que la víctima nos cuente, confiemos en su honestidad y creamos en su historia.
Decir “yo sí te creo” puede ser un primer paso en la reparación del daño. Será necesario hacerle saber que no la juzgamos y, sobre todo, que su testimonio sea tratado con confidencialidad. Además, desde el primer momento, las instancias universitarias correspondientes deben brindar el apoyo de personal capacitado en perspectiva de género feminista y de la comunidad LGTB+ (desde psicoterapeutas, abogadas, hasta personal para el acompañamiento legal con perspectiva feminista), que ponga en primer lugar la dignidad y la vida de las mujeres y de todas las personas.
Las colectivas feministas saben que para que los distintos tipos de violencia se puedan erradicar se requiere de un compromiso político, para que no dejemos de creer en la denuncia como una posibilidad y para que los esfuerzos institucionales no sean una simulación, sino un verdadero cambio en la vida pública. Las revoluciones púrpuras saben que los procesos de denuncia revictimizan a las personas, y por eso, recurren a otro tipo de expresiones porque la justicia ordinaria no es suficiente. Necesitamos reparar los daños y, sobre todo, que estos hechos no se vuelvan a repetir. Las revoluciones púrpuras quieren una transformación de la justicia ordinaria que verdaderamente sirva a las víctimas para sanar sus cuerpos, sus mentes y sus corazones.
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