Los movimientos estudiantiles de la pandemia

Los movimientos sociales responden a coyunturas muy específicas, generalmente locales y dirigidos para cambiar algo, pero también forman parte un contexto mayor, de un “ambiente” propicio. En los tiempos de la pandemia, en la reclusión a fuerza por la cual llevamos ya un año, se pensó que la gente no podía reunirse en las calles por temor al contagio. Los movimientos se pararon un tiempo y perdieron el interés ganado el año antepasado, como ocurrió con el feminista, aquel del “pañuelo verde”.

 

Pero los movimientos sociales, precisamente, se mueven y nunca son estáticos, se acomodan y se reconvierten en muchas cosas más, aun cuando sus demandas son las mismas. Lo que cambian son las estrategias en cómo protestar, plantear y mostrar los discursos.

 

Por ejemplo, es en el uso de las tecnologías de información donde se proveen las luchas de amplios sectores de la población, en los que están incluidas las juventudes. Estas generaciones juveniles son las más capacitadas para la difusión y gestión de las nuevas luchas. El espacio cibernético es clave para entender las formas de innovar la protesta. Si bien antes era un apoyo fundamental para movilizarse (como pasó con la Primavera Árabe y el Me Too), ahora es el campo por excelencia donde los jóvenes también exigen cosas. El intercambio de información y los espacios digitales de ocio también se usan para organizarse.

Foto: Andrés Domínguez

Es verdad que, a mediados del año pasado, después del primer confinamiento general, muchos jóvenes salieron a las calles en forma espontánea, pero desde luego propiciado por las redes sociales, como ocurrió en Estados Unidos, antes del Black Lives Matter. Muchos sin cubrebocas y sin guardar la distancia sanitaria necesaria, se les vio enfurecidos en los canales televisivos, quizá buscando una alternativa al encierro de los meses anteriores, o para seguir en la línea que ni una pandemia puede detener, que es la lucha social propia de una generación a la que se le arrebató el futuro, por lo menos en lo que ha durado el confinamiento.

 

Estos son ejemplos para demostrar que los/as jóvenes se movilizan, pese a todo. En el caso de los estudiantes de la UNACH, lejos de no estar conscientes de lo que sucede a su alrededor, han parado las clases en protesta por el asesinato de una compañera suya, el caso de Mariana Sánchez Dávalos. Han utilizado intensamente las redes sociales para dar a conocer su sentir, su enfado ante un estado de cosas que les parece injustos (y no solo a ellos). Lo que importa es que, siendo estudiantes y al estar en un contexto de muchas reservas por la emergencia sanitaria, no obsta para que tengan sentido de cuerpo como parte de una universidad pública que, entre otras cosas, les forma para ser ciudadanos críticos y sensibles a lo que sucedes en sus realidades.

 

Porque en esa región, la del municipio de Ocosingo, ha pasado de todo: recordemos a los ciclistas europeos que habían recorrido medio mundo y en Chiapas, y en esa zona, lo asesinaron sin que nadie se hubiese escandalizado. El mundo en dos ruedas terminó en el estado que nos toca vivir y presenciar todo tipo de noticias relacionadas con la impunidad. Todo el mundo sabe de lo peligroso que es andar por ahí, y nadie se conmueve. Por supuesto que hablo de las autoridades que deben de velar porque no ocurra nada, y sin embargo, sucede.

 

Aún en la pandemia, la comunidad estudiantil se ha manifestado e innovado sus lenguajes de protesta; han utilizado las redes cibernéticas para plantear sus demandas; se han posicionado como estudiantes y ciudadanos, y casi que si no hubiese sido por ellos, el caso de Mariana sería una estadística más en los sinnúmeros de casos sin resolver, en un estado convulso por su falta de soluciones a tantos conflictos y por la propia idiosincrasia de una región, la de Chiapas, olvidada de tantas cosas, entre ellas la equidad y la justicia. Los/as estudiantes se han encargado de recordarnos que la “conciencia de la necesidad de servir” es una tarea permanente, sin tregua, y con una vocación profunda del bienestar público. Son ellos, estos jóvenes enfadados, los que nos devuelven dramáticamente a nuestra lacerante realidad.

 

 

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