La hora de la ciencia

A un año y medio de que el mundo ha contenido el aliento ante la pandemia del COVID, han pasado tantas y tantas cosas. Gran parte del desasosiego general predominante en estos tiempos, es la incierta espera de las respuestas, las que nos ayuden a entender cómo podemos sobrevivir con el virus pero, sobre todas las cosas, cómo podemos detenerlo.

 

La pandemia del COVID golpeó en el punto nodal de nuestra humanidad: la posibilidad, real y precisa, de ser vulnerables como especie. No es menor el dato, porque lleva consigo la soberbia con la que hemos evolucionado a tal grado de sentirnos finitos y dueños de todos los entornos que nos rodean. Ya se había previsto en estos últimos tiempos, los de los desagravios ecológicos, cuando el mundo se enfrentaba, poco a poco, hacia el riesgo de ver truncado su triunfal camino hacia la perfección como seres vivos. Y apareció el virus, y con él todas las predicciones posibles de las catástrofes anunciadas por los expertos en el tema.

 

Evidentemente, como era de esperarse, el COVID trajo consigo muchas cosas, aparte del condicionamiento sanitario. Los primeros meses de su aparición y el contagio masivo de la población, al agarrarnos desprevenidos y no saber a ciencia cierta de qué se trataba esta nueva peste contemporánea, llegó a tocar las más escondidas fibras solidarias de un capitalismo que, herido de muerte por un enemigo invisible, produjo respuestas inusitadas. Cómo olvidar que la plataforma digital Zoom regaló tiempo para que los profesores del mundo pudiesen tener clases; supermercados no subieron por un tiempo sus precios, es más, en algunos casos los bajaron en algunos productos. La vida política se solidarizó con quien se debe, la gente, y por un tiempo desaparecieron los enconos y las diatribas tan comunes en ese campo. Nos recluimos muchos para que la gente trabajadora pudiese salir y ganarse la vida; cooperamos para que muchos centros médicos pudiesen tener lo esencial. Parecía que el mundo, tan de pronto, había aprendido la lección. Un manto de bondad cubría el orbe.

 

Pero pasó un mes y chao. Todo volvió a la normalidad y lo supuestamente aprendido, se revirtió en nuevas disputas y guerras en torno a quién acumula más el dinero.

 

Después de fallidos discursos políticos, de no saber cómo controlar socialmente la pandemia y la acumulación de casos mortales en todas partes del planeta, llegó el turno de la ciencia. Como si de pronto, el campo de conocimiento científico diera un golpe de timón en el curso de la vida ciudadana y dejara de lado lo que hemos visto no ha servido para el control de la pandemia. La ciencia ha dejado claro el único camino posible a seguir en la lucha contra ésta que, a la vez, se convierte en la única esperanza humana inmediata en esta batalla, como es la producción de conocimiento en torno a la vacuna.

 

En tiempo record, los centros científicos biogenéticos del mundo han tratado de producir un antídoto para mermar la mortalidad planetaria. Es contra reloj. Realmente es conmovedores los esfuerzos por ganarle el terreno al virus, no obstante que, propia de su esencia, en esta fase capitalista ante el COVID han aparecido nuevas guerras en la acumulación de capital y poder.

 

Este año, vaticinado por todos científicos sanitarios del orbe, los rebrotes del Corona Virus llegaron violentamente. En parte por los climas fríos (que, según, propicia más la vida ambiental del virus), o por el relajamiento que tuvo la gente después de la primera ola y, sobre todo, por las cercanías de la gente en las celebraciones de fin de año en muchas partes del mundo. El caso es que, aunado a este nuevo confinamiento forzoso, viene también lo que se había percibido desde hace algunos meses, con la aparición de la noticia de las vacunas contra la pandemia, el inicio de una nueva guerra a escala mundial en ver, por un lado, quién produce primero y quién tiene la primicia de ser de los principales proveedores de tan ansiado producto. Pero también, ante todas las cosas, los principales países productores, es decir los ricos, deben de otorgar la vacuna a sus ciudadanos, solo a ellos y después el resto.

 

El es síndrome del Titanic: al hundirse el barco, no hay lanchas salvavidas para todos. Están acaparadas, tienen nombre y apellido de quiénes pueden usarla. El desabasto de las vacunas en el mundo obedece a la primitiva lógica capitalista de acumulación y de gandallismo político, pero tiene un nuevo tinte de incertidumbre en las crisis financieras que ya están desde hace un año y con la guerra de las vacunas ha de agudizarse. Los mercados colapsarán si no hay vacunas. Y si las hay, el nuevo orden pos-COVID tenderá a ser de los mismos de siempre, a costa de la muerte de la mitad del planeta. En la hora de la ciencia, es necesario no olvidar sus propósitos y ojalá vivamos para contarlo.

 

 

 

 

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