Reflexión de un antropólogo en torno a su tierra natal, primera de tres partes
Me parece que en estos inicios del año 2021, es propicio expresar una reflexión acerca de los rasgos culturales que definen a Chiapas y hacerlo en un medio de amplia difusión como los es Chiapas Paralelo, que marcó y marca un nuevo tipo de periodismos en el Sur de México. Gracias a sus editores, a su equipo, a Sarelly Martínez, por esta tan importante aportación a la sociedad de Chiapas.
En esta ocasión no repetiré lo que escribí en tres libros acerca de la variedad cultural chiapaneca. En efecto, el primero de esos libros llevó por título Pueblos y Culturas de Chiapas (1992), el segundo se tituló Chiapas: Culturas en Movimiento (2008) y el tercero se titula El Mosaico Chiapaneco (2012). Esta trilogía ha sido reseñada ampliamente por el Dr. Carlos Gutiérrez Alfonzo, investigador chiapaneco de reconocido prestigio, a quien agradezco las consideraciones que ha vertido sobre mis libros.
Lo que pensé para este texto preparado para publicarse en Chiapas Paralelo es exponer algunos planteamientos acerca del movimiento histórico de las culturas de Chiapas, enfatizando los contextos amplios que lo han enmarcado. Me baso en los datos que aportan los arqueólogos, los etnohistoriadores, los historiadores y mis colegas antropólogos, además de mi propia investigación. Los lectores notarán que no me detengo gran cosa en la cronología porque lo que me interesa destacar son los ámbitos culturales y su dinámica. Me propongo, además, ilustrar cómo funcionan las herramientas con las que cuenta un antropólogo para analizar la cultura y con ello, invitar a los lectores a leer más antropología, sobre todo en un estado como el de Chiapas que por años ha sido una suerte de “territorio antropológico” sobre el que se han escrito cientos de páginas y se siguen escribiendo. Al respecto, y consciente de pecar de inmodesto, sugiero leer mi libro Marcos Institucionales de la Antropología en Chiapas a finales del segundo milenio, publicado por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas a través del CESMECA en 2015.
Debo advertir algo importante: los científicos sociales, como todos los científicos en general, nos formamos leyendo, escuchando, aprendiendo, de quienes han sido nuestros maestros, científicos al igual que nosotros. En mi caso, como antropólogo, tuve el privilegio de formarme al lado de Guillermo Bonfil Batalla, y con los republicanos españoles-paisanos y colegas políticos de mi padre, el profesor Andrés Fábregas Roca-que menciono a continuación: Ángel Palerm, Pedro Armillas y Pedro Carrasco. A estos maestros, agrego dos más: el Arqueólogo norteamericano Phil Weigand y el antropólogo, también norteamericano, Lawrence Krader. Además, tuve el privilegio de conversar a fondo con Claudi Esteva-Fabregat, antropólogo catalán, que vivió un periodo de su vida en México y que recién murió a los 99 años de edad en su natal Barcelona, en Cataluña, España. No menos importante fueron las lecciones de Carlos Navarrete aprendidas tanto en las aulas de la ENAH como en los recorridos de campo que él encabezó. Como es ampliamente conocido, Carlos Navarrete es uno de los arqueólogos más importantes que han trabajado y trabajan Chiapas, siendo sus textos de obligada consulta. Así mismo, el diálogo con Pedro Tomé ha sido muy importante y el establecido con mis colegas del Seminario Permanente de Estudios de la Gran Chichimeca, que, por cierto, estamos de luto por la muerte del historiador Alberto Carrillo Cázares ocurrida recientemente. También reconozco la importancia en mi vida académica de la conversación con mis colegas de Chiapas, hombres y mujeres, nunca interrumpida y siempre recordada.
Pero debo advertir también y lo enfatizo, que todo empezó en Tuxtla Gutiérrez, en las aulas de lo que fue la Escuela Prevocacional de Enseñanzas Especiales Número 19, conocida como “La Prevo”. Allí se me despertó la imaginación y el interés por la Historia, debido a la clase que dictaba el maestro Fernando Castañón Gamboa, a la que acudía con alegría y con las ganas de que no terminara. Aprendí mucho. Por eso, dediqué mi primer texto publicado al maestro Fernando Castañón, quien, además de escribir y enseñar historia, fundó el Archivo Histórico de Chiapas y fue el Primer Premio Chiapas. Antes de finalizar la secundaria, mis padres decidieron que debía pasar al ICACH, el legendario Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, en cuyas aulas enseñaba lo más granado de la intelectualidad radicada en Tuxtla Gutiérrez. Fue una verdadera fiesta el escuchar a Eduardo Javier Albores, Alberto Chanona, Eliseo Mellanes, Agripino Gutiérrez, y por supuesto, a mi padre, el profesor Andrés Fábregas Roca.
Finalmente pero también muy importante, es reconocer a los estudiantes que preguntan, cuestionan, discuten, y de quienes no puedo mencionar su nombre, porque son legión, a lo largo de mi medio siglo de profesor. No menor es la influencia que ejerció en mí, la población de aquella Tuxtla Gutiérrez que viví, con su halo zoque y mestizo, los compañeros y compañeras en la escuela, los personajes de aquella Tuxtla de los años 1950, la casa familiar, la vida cotidiana. Al respecto escribí el libro Trazos de Memoria (2018). Con todo ello, quiero reafirmar que un científico social no sale de la nada, sino que se forja a través del medio ambiente cultural, educativo, social, político, que le tocó y le toca vivir.
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