La quietud del cristal

Casa de citas/ 518

La quietud del cristal

Héctor Cortés Mandujano

 

Apague la luz… y escuche (ISSSTE, 1999), de Pável Granados, toma su título de un célebre y antiguo programa de radio, y es una sabrosa crónica sobre las y los que con sus voces llenaron de magia los corazones de los escuchas.

Uno de los personajes que atraviesa las páginas es Agustín Lara. Dice Granados (p. 40): “Lara regalaba sus canciones a sus intérpretes y amantes  –a veces la misma persona– y les decía: ‘Esta canción la hice para ti’, aunque tales canciones tuvieran 20 años de escritas”.

[En Rolling Thunder Reuve, documental dirigido por Martin Scorsese, en 2019, sobre la célebre gira que hizo Bob Dylan con una pléyade de músicos importantes, la actriz Sharon Stone (quien aparece en las imágenes como una hermosa jovencita) nos cuenta, ahora, que un día Dylan le dijo que le había escrito una canción. La letra dice, cito de memoria: “Hace el amor como una mujer, pero después llora como niña”. Sharon dice que estalló en lágrimas cuando se la oyó a Bob en un concierto, pero luego cuenta, y explota en una carcajada, que alguien del staff le dijo que esa canción Dylan la había compuesto desde hacía diez años.]

Granados cita varias letras de canciones de Lara; este fragmento me asombró por su complejidad, si se la compara con las insulsas ideas de mucha canción popular. Escribió Agustín (p. 85):

 

Sólo la campana con su voz lejana

matiza de bronce la tarde otoñal.

Y hay reflejos de luna,

quietudes que sólo conoce el cristal.

 

Lara provocaba pasiones (p. 88): “Alguna de sus admiradoras se suicidó. Una radioescucha mandó una foto de ella completamente desnuda con una dedicatoria ‘indecible’. La posdata lo prevenía: dudaba de su hombría si no era correspondida”.

 

***

 

Orinar es la mayor obra de ingeniería

Por lo que a drenajes toca

Ricardo Castillo,

en El pobrecito señor X

(citado por José Joaquín

Ilustración: Juventino Sánchez

Blanco)

 

Publicado por el Departamento de Investigaciones Históricas del INAH, en 1982, Crónica de la literatura reciente (1950-1980), del novelista, ensayista y poeta José Joaquín Blanco, es una amena narración (no exenta de gritos y sombrerazos) sobre los libros y los autores que en esas tres décadas fueron, desde el punto de vista del autor, los más conspicuos.

Cito la última cuarteta del soneto de Salvador Novo, en Sátira (1970), que habla sobre el oficio de escribir (p. 18):

 

            Un escritor genial, un gran poeta…

Desde los tiempos del señor Madero,

Es tanto como hacerse la puñeta.

 

Otro de los poetas citados es Pellicer, quien, ya viejo, seguía, dice Blanco, con el mismo ímpetu de cuando joven. Escribe a los 74 (p. 21): “Soy el árbol a solas; pero llegan los pájaros”; y a los 79: “Un nuevo amor, a solas, tan celeste,/ Tan lirio, tan jardín y tan agreste,/ Prorrumpe entre las ruinas”.

José Joaquín Blanco juzga a dos grandes novelistas, en función de su posición ideológica (pp. 24-25): “Yáñez, como Secretario de Educación en 1968, precisamente la autoridad a la que correspondía directamente el “problema” estudiantil, y Revueltas como el principal preso por las arbitrariedades y depredaciones oficiales de entonces, marcaron los extremos de la novela mexicana de esos años”.

Cuando habla de Jaime Sabines dice algo que se me hizo simpático, por su visión de lo chiapaneco (p. 48): “en otras líneas, chiapaneco al fin y al cabo, se agarra del machismo como supervivencia en un país nada civilizado y llama putos a los soldados”.

Enrique Serna dio con el feliz término de “escritores y periodistas paraestatales” para hablar de aquellos, cuya producción existe gracias al dinero que les da el gobierno. Dice José Joaquín (p. 61): “En México todos los intelectuales, de un modo o de otro, siempre más de un modo directo que de un modo independiente y mediado, trabajan para el gobierno”.

Hace una apología de la persona y la obra de Elena Poniatowska (p. 81): “Sólo Poniatowska y Revueltas han logrado que la clase trabajadora, sin mediatizarse o echarse a perder durante el tránsito a la página, viva en las novelas mexicanas”.

 

***

 

¿No quiere gozar de la presencia de Dios?

No todavía. Él es eterno y me puede esperar.

Diálogo entre un sacerdote y Víctor Hugo Rascón Banda

 

A Víctor Hugo Rascón Banda, célebre dramaturgo mexicano (1948-2008), en una revisión de rutina, en 1994, le fue hallado un cáncer (leucemia linfocítica crónica) y comenzó su peregrinaje. Decidió escribir un libro: ¿Por qué a mí? Diario de un condenado (Random House Mondadori, 2006) en el que incluye lecturas, conversaciones, reflexiones, lo que vivió a partir de su condena a vivir enfermo, a morir en fecha cercana…

El libro deja fuera el drama e incluso tiene páginas muy divertidas. Dice Rascón (p. 28): “Es un privilegio ser escritor y estar enfermo, porque con esos dos ingredientes nunca voy a sentir la tortura de la página en blanco”.

Recibió muchas transfusiones (p. 35): “Ahora llevo sangre de muchas personas, de distintas profesiones, de diferentes caracteres, de variados sentimientos. ¿Cambiará mi forma de ser, de sentir y ver el mundo? Soy un poco de todos”.

Una enfermera lo baña (p. 159): “Levante las alitas, mi amor. […] Ahora vamos al nidito, mi amor, dice. Ya sabrán cuál es el nidito. Hábilmente, sin pudor alguno, como si bañara una muñeca, me enjabona ahí donde les conté, me toma la cosa que es sólo un pedazo flácido y triste, la enjabona y echa agua sobre el nidito y su habitante”.

Para el 2006, luego de estar internado durante tanto tiempo, a veces con su mano y a veces dictando, ya llevaba escritas (p. 175) “cinco obras de teatro, dos guiones de cine y un libro de cuentos”.

Estar enfermo le costaba 120 mil pesos mensuales. Vendió todo cuanto tenía (p. 228): “Desde ahora viviré para trabajar y para pagar mis medicamentos. ¿Pero por cuánto tiempo?”. Murió en 2008.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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