Pragmatismo suicida
¿Qué tienen en común el PAN, el PRI y el PRD o, también, Morena, el Partido Verde y el PES? Como los programas que les ofrecen sentido ideológico a estas formaciones partidistas, ni sus propios dirigentes toman en cuenta, es de necios invocarlos aunque ahí podrían acaso localizarle las diferencias entre ellos. Sin embargo, por economía de esfuerzos, no hay razones para dedicar demasiado tiempo a las evidentes muestras de pragmatismo brutal que ahora muestran con su política de alianza a cualquier costo.
Bajo esa lógica, lo mejor sería su extinción, no solamente porque se ahorrarían gastos de financiamiento sino porque, además, la unificación ocasional entre ellos se finca en su abierta oposición al régimen de la 4T y, más concretamente, hacia el presidente de la república. Pero hay algo más todavía, es una muestra inequívoca que la ciudadanía que incluso puede simpatizar con ellos no cuenta o valen solamente en tanto que se cuantifican en sufragios para acceder al poder que tanto anhelan.
Una derecha confesional como la que imponen liderazgos con el suficiente poder para controlar al panismo, se identifica con los valores más tradicionales de la iglesia católica. Por lo tanto, hay un rechazo militante al aborto, a la diversidad sexual y las sociedades de convivencia, la única religión posible es la católica y, la joya de la corona conservadora, las mujeres no tienen otra misión en la vida que como reproductoras de la especie. Un presidente de triste memoria llegó a considerar a las mujeres como lavadoras de dos patas y la frivolidad que caracterizó a su gobierno hizo trizas las expectativas de cambio ofertadas en campaña.
Otro presidente de estirpe panista llegó al poder en elecciones muy competidas, pero poco claras en términos de sus resultados. Entre la carga de la ilegitimidad y la irresponsabilidad del primer gobierno panista, el segundo presidente de ese partido inventó una guerra contra las redes criminales del narco; pero dejó un saldo de muertos convirtiendo al país en un cementerio. Con una participación más activa del Ejército en labores de seguridad pública, lo que a menudo ocurrió fue que se aplicó un uso desmedido de la fuerza, detenciones ilegales y asesinatos a mansalva.
El PRI, por su parte, durante muchos años impuso en la sociedad sus siglas como única vía de cambio, mimetizando a la nación con sus colores e ideología. Con el paso del tiempo y las transformaciones de la sociedad mexicana se venían presentando, esa vía de representación de intereses dejó fuera a crecientes expresiones de descontento y aspiraciones democráticas que no se sentían integradas en dicho partido. Contaminados por la corrupción sistemática y el autoritarismo, el PRI terminó echado del poder a golpe de votos y no como se jactaba el sempiterno líder sindical, Fidel Velázquez, que solamente dejarían de gobernar el día que de armaran los balazos. En algún sentido no se equivocó el viejo dirigente sindical, ya que el entorno que dejaron fue de una creciente descomposición social motivada por la pobreza y la violencia de las organizaciones criminales, situación que ha tenido un alto costo en términos de vidas humanas sacrificadas.
La pseudo izquierda que caracteriza al PRD, aunque ha enarbolado causas progresistas, la simulación de sus dirigentes, la separación de sus bases y la incapacidad para procesar democráticamente los relevos de sus liderazgos, convirtieron al partido en una red de intereses alejada del escrutinio público. Con el tiempo, dejaron de tener relevancia las causas, mientras una burocracia partidista secuestraba los órganos de control del partido y la representación política. Peor aún, varios de sus líderes terminaron siendo exhibidos en actos de corrupción y los gobiernos que ejercen el poder bajo sus siglas han terminado siendo más de lo mismo. El gobierno de Amalia García en Zacatecas, por ejemplo, terminó siendo acusado de nepotismo y corrupción. El gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital del país, se concentró más en la sucesión presidencial del año 2000 que en gobernar. La sucedió en el cargo, Rosario Robles, pero todo lo bueno qué haya hecho termina por ser irrelevante frente a los actos de corrupción que la mantienen en prisión. El PRD, sin duda, abrió puertas para la participación política de amplios sectores de la sociedad, pero las burocracias partidistas que lo controlan ayudaron a provocar el estado de descomposición en que se encuentra.
Visto así, es poco lo que puede rescatarse de los gobiernos que han llegado al poder a través de estos signos u opciones partidistas. Lo que podemos trágicamente reconocer es que hemos sido gobernados por políticos cuyas ansias de poder no tiene medida.
Torpemente no se dan cuenta que la ciudadanía lleva un registro de sus acciones. Es más, en su fuero interno y en sus discursos no hacen otra cosa que mostrar que la ciudadanía les importa muy poco o solamente en términos de votos, pero mucho menos sus problemas y demandas.
Morena no se ha quedado en la retaguardia en la política de alianzas a toda costa. Su pragmatismo no solamente se ha materializado a través de un recurrente vínculo con el Partido Verde sino, además, con un partido confesional como lo es el Partido Encuentro Social. La única diferencia con el resto de las fuerzas políticas que ahora se unen en contra de Morena, es que este partido llevó a su candidato a la presidencia de la república y está dando la batalla en contra de la corrupción y los privilegios en el gobierno, como aquellos nunca lo hicieron (PRI, PAN y PRD) mientras tuvieron la oportunidad de conducir al país.
Que existen distintas expresiones aliancistas en el mundo no es ninguna novedad. Tampoco es ilegítimo que organizaciones políticas de diversos orígenes se unan cuando sienten que son avasalladas por una fuerza superior que los supera individualmente. Y, sin embargo, aunque esto es perfectamente válido, no es lo más conveniente enviar el mensaje que solamente se relacionan por el deseo de estar en contra de algo o de alguien. Resulta indispensable un mayor esfuerzo que permita hacer evidente lo que los diferencia, cuáles son los temas que defienden y, sobre todo, cuál es la práctica política distintiva por la que merecen ser tomados en cuenta por la ciudadanía. Hasta ahora, ni PRI, ni PAN, ni PRD, que ya han tenido oportunidades de ser gobierno, nos muestran realmente una cara distinta de la política; antes al contrario, se empeñan en ofrecer más de lo mismo sin el mayor recato y parece no importarles que los ciudadanos hayan rechazado en reiteradas ocasiones el perfil de esos políticos y las propuestas que enarbolan.
Sí hemos dejado de tener partidos políticos con una clara y diferenciada oferta ideológica a la ciudadanía, lo que impera es una lucha descarnada por el poder. No se necesita un doctorado en ciencias políticas para percibir que eso es lo que sostiene la alianza contra natura entre el PRI, el PAN y el PRD, o lo que queda de ellos. Ganar a toda costa podría ser el único motivo que los unifica.
Mientras estos partidos no hagan una suerte de análisis introspectivo y hagan público un esfuerzo autocrítico, el camino estará pavimentado para el triunfo de Morena. El partido del presidente podrá no ser la mejor oferta política, pero es el que garantiza al menos una oportunidad distinta a los brutales fracasos ya vistos
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