El primer árbol del bosque
Casa de citas/512
El primer árbol del bosque
Héctor Cortés Mandujano*
Hay cuatro vertientes claras en la escritura de los trece relatos que conforman Amores de otros (Editorial Grupo Azul, 2020), de Julio César López. La primera es la oralidad, la búsqueda de que los textos puedan sentirse como una charla, como una plática entre amigos, y la segunda es el periodismo, la aplicación de un método periodístico –que Julio conoce bien, no en vano fue reportero durante muchos años–, que consiste en el retrato del personaje, la descripción del contexto y la puntualización de hechos, fechas, circunstancias.
Uno de los relatos donde es más clara la filiación de reportaje es “Tatuado en el corazón”, donde el narrador, enamorado de una argentina, es pródigo en detalles. Dice, por ejemplo (p. 21): “Habíamos caminado casi 300 metros dentro del mar, y el agua nos seguía dando en el pecho. A escasos 30 metros, estaba el muelle de madera del Hotel Mía, donde nos hospedamos la víspera”; y más adelante nos informa, en obvia referencia al reportaje (p. 22): “Eva y su novio me enseñaron La Casa Rosada y la Pirámide de Mayo, un obelisco que data de 1811 y que fue el primer monumento que tuvo Buenos Aires. Ella me habló de los Kichner y de su obsesión por el poder presidencial, que ese mismo año tendrían que ceder al derechista Mauricio Macri”.
La oralidad es evidente en, por ejemplo, “Pakal, el poeta enamorado, como puede notarse en su arranque (p. 33): “Morena, bajita; sin grandes atributos físicos –sin cintura visible, poca nalga, tetas pequeñas, como limones– es Imelda Cabrera. Sin gracia, dicen unos, pero alguna debe de tener porque “el artista” –su actual novio– la encuentra más que atractiva, bella. Le encanta; lo tiene ido, como antes tuvo a mi amigo Ricardo Ortiz.”
Sin embargo, es evidente que hay muchos momentos en que los relatos dejan la cadena de fuerza del periodismo y la frescura de la oralidad, y saltan, brincan, juegan a ser literatura; es, decir invención, redondez en la formulación de la frase, en el encuentro afortunado de la palabra exacta.
La tercera característica de estos relatos es que la mayoría tiene su génesis y desarrollo en un lugar muy caro al corazón del autor: Yajalón. Pero el poblado, aunque muy querido, es retratado con visos de crítica acerba. Dice, por ejemplo, en “La odisea de María Copetona”, sobre el pueblo (p. 41): “Yajalón, ese pueblito chiapaneco sumido en un hoyo; rodeado de verdes montañas y lleno de gente buena, cuyo peor defecto, o el más notable, es poner apodos a todos sus habitantes –absolutamente nadie se escapa– y, a quienes se dejan, intenta además volverlos locos”.
Además de María Copetona, una viejecita a quien hacen creer que está enamorado de ella un piloto joven, el pueblo hace perder la cordura a un muchacho indígena, como nos cuenta Julio en “Ismael Cruz, el príncipe de la canción” (p. 55): “Fue en esa misma cafetería donde mis primas –casi todos en el pueblo éramos familia– comenzaron a vender besos al José José indígena, olvidando su racismo ancestral que invariablemente les llevaba a llamar “pinches indios” a los originarios de estas tierras. A cada beso, José José correspondía con un billete que sacaba por manojos de una u otra bolsa de la camisa o pantalón y, generoso, se lo daba en la mano a la ofertante que, en más de una ocasión, vendía por mayoreo los roces de sus labios en ambas mejillas del impostor”.
Aunque el título dice explícitamente que los relatos se refieren a otros, hay varios donde es notoria la experiencia directa del autor, y ésta sería la cuarta vertiente, como en “Las andanzas del abuelo Chus”, donde dice (p. 85): “Mi abuelo paterno, Jesús López Pérez, fue un albañil analfabeto venido a más. Con los alemanes de la finca El Triunfo aprendió del cultivo del café, y ahí conoció a mi abuela, Brígida Trujillo Cañas, una mujer muy trabajadora, originaria de Tumbalá, que, hasta donde recuerdo, se dedicó a la compra-venta de cerdos. Ya casado, se vino a vivir a Yajalón, donde hizo una fortuna que le permitió construir el primer hotel del lugar –el Hotel López– y comprar para sí varios ranchos, entre ellos La Esperanza, San Juan Agua Fría y su anexo Chipoctic, Campo Grande, Tenojib y El Carmen Chaquilá”.
Uno de los textos más personales se llama “El que a hierro mata, en agua muere”, cuyo inicio no deja lugar a dudas (p. 91): “El muerto me cayó encima, justo cuando le boleaba los zapatos. Era el 25 de mayo de 1974 –un sábado–, en Yajalón, Chiapas, y yo era un niño de 9 años con ocho meses y 15 días de edad. […] Básicamente, tiene que ver con mis vivencias, tras la separación y divorcio de mis padres, Antonio López Trujillo y Blanca Arévalo Abadía”.
Son también personales, es decir, referidos a su familia, “Delirium Tremens” y “Las tres veces que Eusebio me quiso matar”.
Tuve la suerte de conocer los relatos antes de que se constituyeran en este libro, que tiene el buen hacer característico del Grupo Azul, con imagen en la portada del gran fotógrafo y queridísimo amigo Raúl Ortega. Escribí en la cuarta de forros un breve texto: “Julio César López ha tenido una notable actividad como periodista y ahora, en Amores de otros, se lanza a la escritura literaria, a la invención y reformulación de anécdotas y sucesos que, extraídos de la realidad, toman el otro vuelo que supone cortar las amarras con la verdad convencional que reclama el periodismo.
“Amores de otros está constituido por 13 narraciones donde no siempre el amor es el protagonista. Hay en estos relatos, además de pasiones eróticas, un asesinato a sangre fría, varios engaños colectivos que hacen a una persona normal volverse otra e historias familiares del autor, que recorren su genealogía.
“Aunque este es el debut literario de Julio César López, en realidad es sólo un anuncio de lo que vendrá, porque siempre el primer libro supone el germen de otro, de otros. Amores de otros es el primer árbol del bosque.”
Uno vez que el libro ha salido, he tenido el gusto de sentir la alegría de Julio, quien me ha enviado la narración en propia voz del protagonista de “La flaca enmascarada” y me ha dicho que llevó a mi compadre Raúl Ortega a Yajalón para presentar el libro y para que, tal vez, inmortalice con sus imágenes fotográficas alguno de los paisajes maravillosos de aquel lugar.
Amores de otros no es, pues, un libro nacido de la ficción, de la imaginación que da concreción al aire, sino de la decantación de experiencias vitales. Quienes lo lean, no tocarán necesariamente universos soñados, sino la vida de un ser humano contada por otro. Felicidades, querido Julio.
*Texto leído en la presentación de Amores de otros, de Julio César López, el viernes 11 de diciembre de 2020, en La resistencia, galería-bar de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Contactos: hectocortesm@gmail.com
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