El libro: factor de identidad latinoamericana/caribeña
A la memoria de José Antonio Aparicio, el antropólogo/Ricardo Bogran, el poeta. Amigo, salvadoreño y compañero de luchas.
Nota Introductoria: el texto que a continuación presento fue escrito como conferencia para inaugurar la Feria del Libro de El Salvador, en San Salvador, y pronunciada en línea el día 1 de diciembre de 2020. Mi agradecimiento a la Red de Editoriales Académicas-Científicas de El Salvador por su invitación a través de su Coordinadora General, Norma Estela Hernández y de Ana Lillian Ramírez, a quienes expreso mi agradecimiento por su cortesía y el honor con el que me distinguieron.
El término Latinoamérica contiene una referencia alusiva al colonialismo que pretendió desconocer la pluralidad cultural de estas tierras nuestras llamadas “el Nuevo Mundo”. Sin embargo, los pueblos mismos reivindicaron el término dándole el significado de una macro comunidad política, reconociéndonos con él como hermanos y hermanas de tierra, en coherencia con los ideales de Simón Bolívar y José Martí que llamó a nuestra cuna común Nuestra América.
En ese proceso de reivindicación del término Latinoamérica, el libro ha sido un factor de primera importancia. A través del libro, se ha difundido y se difunde la pluralidad cultural de una Tierra que exhibe en ello su mayor riqueza y fortaleza. Esa pluralidad cultural es la que sostiene la esperanza de, algún día, desterrar la mayor pobreza de Latinoamérica que es la desigualdad social. El libro contribuye a fortalecer esa identidad común que nos otorga una Historia compartida y alienta la marcha por un mundo mejor. Congruente con lo planteado me refiero a un antiguo poema, publicado en Colombia en los días coloniales por Juan de Castellanos, titulado “Elegías de varones ilustres de Indias” (1522). En ese poema, Juan de Castellanos logra una de las primeras descripciones del Nuevo Mundo, detallando la imposición del régimen colonial en El Caribe y los territorios que actualmente forman parte de Colombia y Venezuela. El texto de Castellanos es muy importante al contener, quizá, la primera descripción del avance del colonialismo, de la fundación de las primeras ciudades que modelarían los iniciales rostros urbanos de lo que es hoy América Latina. Pero no sólo eso: Juan de Castellanos relata su asombro ante la riqueza de la nueva tierra y lo hace combinando vocablos y nombres en castellano y en las lenguas originarias. Más todavía, Juan de Castellanos fue capaz de combinar géneros literarios como la elegía, la novela pastoril, la épica, el romance con la prosa poética. Al lector interesado le sugiero la edición de la Fundación El Libro Total, de Colombia.
En esta remembranza de los primeros libros en los que se trazaba la identidad de lo que sería Latinoamérica y El Caribe, la identidad de Nuestra América, no olvidamos a Bernal Díaz del Castillo, que combinó la añeja costumbre castellana de la conversación con la escritura, logrando un texto básico: La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, misma que el autor fue dictando a varios escribanos en la ciudad de La Antigua, en Guatemala. El libro de este soldado-cronista que fue Bernal Díaz del Castillo es una fuente indispensable para entender las primeras campañas militares colonialistas y al mismo tiempo, entender cómo se forjaron los ámbitos regionales de lo que vendría a constituirse en ámbitos nacionales dando lugar a los Estados Nacionales de América Latina y El Caribe. Muchos libros más se produjeron en el período colonial en el que se forjó Nuestra América, varios de ellos recordando a los libros de caballerías cuya culminación en castellano logró Miguel de Cervantes Saavedra con el imprescindible Don Quijote de La Mancha.
Pero no son sólo los libros que los invasores europeos trajeron al Nuevo Mundo los únicos a mencionar. No debemos olvidar que el colonialismo trató de borrar a las culturas originarias, cometiendo actos de barbarie como el protagonizado por el Obispo Diego de Landa en tierras del actual estado de Yucatán, al enviar a la hoguera a los libros vernáculos, los códices mayas, con el argumento de que eran obras del demonio. El mismo Landa dice que “encontró unos libros de hojas plegadas” que no solo guardaban sino que difundían el conocimiento alcanzado por aquellos pueblos que descubrieron el cero, dos cientos años antes que en Europa. Esos libros eran también los sellos de identidad de aquellos pueblos. El Obispo Diego de Landa, llevado de la mano del fanatismo, quemó bibliotecas enteras en tierras mayas. Uno de los religiosos que lamentó esos hechos fue el dominico Fray Bartolomé de las Casas, que en libro célebre denunció la destrucción de las Indias. En los libros de Fray Bartolomé localizamos una visión de conjunto del Nuevo Mundo además de los orígenes del pensamiento crítico hacia el colonialismo, que hoy enaltece a las ciencias sociales de Nuestra América. Como un testimonio permanente del estropicio, el libro escrito por el mismísimo Obispo Diego de Landa, Relación de las Cosas de Yucatán recupera una buena parte de la historia maya además de haber sido básico para que el lingüista soviético Yuri Norozov descifrara los fundamentos de la escritura de aquellos pueblos. Así que el libro de Landa es parte de los fundamentos culturales de los pueblos originarios de Nuestra América.
En el siglo XIX las luchas independentistas recorrieron Nuestra América. Los libros estuvieron presentes como difusores de ideas y planteamientos. Además, existió una prensa importante y textos distribuidos en hojas que se fijaban en las paredes. La lectura acompañó y estimuló la reflexión colectiva además de alentar a las luchas populares. Así, el estilo barroco dominó en la literatura producida en lo que es hoy América Latina y El Caribe. Citemos los textos de Sor Juana Inés de la Cruz, Juan Espinosa Medrano, Juan Ruiz de Alarcón. No obvio mencionar a las corrientes del Romanticismo que proclamaron la libertad creativa y defendieron un sentido popular en la escritura. El Romanticismo tiene un autor relevante en el argentino Esteban Echeverría cuyo libro Elvira o la Novia del Platasigue siendo una lectura de lo más interesante. No olvidar que los libros, y en especial, la narrativa y la poesía, fueron los principales factores para consolidar las configuraciones de identidad que hoy reconocemos como latinoamericanas y caribeñas, o de Nuestra América. El libro adquirió una importancia mayor para identificar los ámbitos, que ya para finales del siglo XIX, eran claramente los articuladores culturales de Nuestra América.
Con el advenimiento de los Estados Nacionales, los libros adquirieron mayor importancia como difusores de estilos de pensar y de las pluralidades culturales que configuran, dentro de la variedad, a esa Casa Común martiana que es Nuestra América. Las corrientes literarias se vieron acompañadas de los análisis sociales en libros como el del mexicano Andrés Molina Enriquez, Los Grandes Problemas Nacionales o los textos del jalisciense-también mexicano-Mariano Otero quien no solo habla de la Nación y su configuración, sino que menciona a las clases sociales para comprender las estructuras de las nacientes sociedades nacionales. Las identidades plurales de las nuevas naciones latinoamericanas y caribeñas se expresaban a través de los libros.
En el siglo XX se habla ya de la “Nueva Literatura Latinoamericana” que daría paso a lo que fue reconocida como una de las literaturas identitarias más importantes del mundo. He aquí que los libros de Alejo Carpentier y Nicolás Guillén (Cuba), Miguel Ángel Asturias (Guatemala), Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges (Argentina), Juan Rulfo y Juan José Arreola (México), Juan Carlos Onetti (Uruguay), Roque Dalton (El Salvador), Pablo Neruda (Chile), Joaquín Gutiérrez (Costa Rica), Rosario Castellanos (México), (Julio Cortázar (Argentina), Salvador Salazar Arrué, “Salarrué” (El Salvador), Gabriel García Márquez (Colombia), Gabriela Mistral (Chile) entre muchos otros y muchas otras, a la vez que expresan los rasgos de identidad de sus tierras natales, llevan en sus páginas a la identidad mayor: la de Nuestra América. Así, por ejemplo, en El Salvador, la poesía de Ricardo Bogran (seudónimo del antropólogo José Antonio Aparicio), nos transporta a momentos críticos de la historia salvadoreña y también expresa el dolor y la nostalgia del destierro. En el caso de Belice, la escritora Zee Edgelldescribe los escenarios nacionales en libros autobiográficos como Beka Lam o In times like this en los que la sociología plural de Belice encuentra una narrativa histórica además de describir el colonialismo inglés. En Brasil, los libros de Rubem Fonseca exploran las raíces culturales de ese inmenso país plural, crisol de culturas y escenario de dramas políticos que han conmovido a Latinoamérica. En Chile, los libros de Gabriela Mistral, quien llamó a El Salvador “El Pulgarcito de América” son una referencia para indagar en la cultura del país al lado de una voz poética, la de Pablo Neruda, que abrazó los lenguajes del mundo al lado del alma popular chilena y por chilena, Latinoamericana. Y qué decir de los intelectuales paraguayos que han contribuido a consolidar la latinoamericanidad además de destacar la presencia Guaraní como fundamento de la Nación. Debemos leer en estos tiempos de luchas de las mujeres latinoamericanas a Josefina Pla que hacia 1934 escribió El precio de los sueños, libro precursor de las luchas por la igualdad de la mujer en nuestras sociedades patriarcales. Todavía en 1982, Josefina Pla publicó Voces femeninas en la poesía paraguaya, libro que muestra el talento de las mujeres de Paraguay en una antología que hoy recobra actualidad. Y entre los tantos intelectuales paraguayos, no dejo de mencionar a Augusto Roa Bastos, uno de los más importantes narradores de Latinoamérica. Me parece que su libro Yo, El Supremo (1974), es una lectura indispensable para quienes somos latinoamericanos/caribeños. En Nicaragua, la poesía de Gioconda Belli es un remanso pleno de inteligencia; los libros de Sergio Ramírez son tribunas del pensamiento centroamericano, tan latinoamericano, tan de Nuestra América. En Perú, José María Arguedas, como antropólogo y como narrador, expresó los dilemas de la identidad en los ámbitos de la pluralidad cultural en libros como Todas las Sangres, El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, lecturas imprescindibles para entender, de una vez por todas, que somos habitantes de una inmensa tierra en la que florecen multitud de culturas sobre las que se basan nuestros mejores caminos, nuestras puertas abiertas hacia la esperanza por un mundo plenamente humano.
En Ecuador, Jorge Icaza nos legó un gran libro, Huasipungo, denuncia humanista de la inaceptable situación de los pueblos indígenas que hoy, configuran los movimientos más dinámicos en Latinoamérica, junto con las masivas movilizaciones de las mujeres latinoamericanas. Adela Zamudio, en Bolivia, es una fuente primigenia de la literatura andina y por andina, Latinoamericana. Es Adela Zamudio pionera en las luchas de la mujer de Nuestra América cuando aún no despuntaba el siglo XX. Hacia 1877 publicó sus Ensayos Políticos y en 1911, en medio de una situación social en extremo difícil, fundó la primera Escuela de Pintura para mujeres, además de ser pionera en la fundación de escuelas laicas en Bolivia. Y quien no relaciona el nombre de Andrés Bello y sus libros con Venezuela, tierra también de Teresa de la Parra, Andrés Eloy Blanco o Antonio Arraiz, cuyos libros pertenecen también a esos trazos de identidad que articulan a Nuestra América.
En Panamá, los libros de Ricardo Miró (1870-1914), son piedras iniciales en el gran edificio de las letras panameñas, que anteceden a Gumercinda Páez, intensa en su actividad política como intensa fue su producción bibliográfica. Tristán Solarte, el seudónimo de Guillermo Sánchez, es uno de los mayores escritores panameños situado en las corrientes del realismo latinoamericano. Debemos leer sus novelas como El Ahogado (1962), que describe la vida del pueblo a través de narrar las peripecias de un adolescente. No puedo dejar de mencionar en el escenario bibliográfico de Panamá a Elsie Alvarado (1928-2005), quien fuera Directora de la Academia de la Lengua, además de una destacad
No es posible mencionar a una larga lista de talentos de Nuestra América en el marco de una conferencia. Sirva la brevedad anterior para estimularnos a abrevar en los libros escritos por latinoamericanas/latinoamericanos/caribeños y caribeñas. No sólo en el campo literario han sido los libros en Nuestra América un factor destacado en articular una macro identidad política que traspasa las fronteras de nuestros Estados Nacionales. También en las ciencias sociales, en el ensayo, en la producción intelectual en general, los libros son vehículos para identificarnos, para conocernos, para saber o imaginar los caminos, los destinos, que nos unen. Macondo somos todos los pueblos de Nuestra América, indígenas originarios, afrodescendientes, mestizos, europeodescendientes, asiaticodescendientes, en una palabra, el universo plural que configura el mayor mosaico cultural del planeta. Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, todos, y en ese orden, Premios Nobel de Literatura, expresan a través de sus libros lo que somos, lo diverso del pensamiento, la compleja problemática subrayada por la desigualdad social de nuestros países; pero eso es lo que somos y los libros lo transportan, lo revelan, nos sitúan en nuestra identidad común, tejida a siglos, a golpes de dolor, pero también con sus trazos de talento y variedad cultural. Tan latinoamercano/caribeño es Vicente Huidobro, con su impresionante Altazor, nacido en un extremo de Nuestra América, en la Provincia de Santiago, en Chile, como lo es Rosario Castellanos, la inmensa escritora de Chiapas, México, en el otro extremo latinoamericano. Hoy, en estos días que corren, una corriente de gran fuerza de jóvenes escritores / escritoras, productores / productoras de libros, recorre las veredas de Nuestra América, esos caminos que Salvador Salazar Arrué, “Salarrué”, el gigante salvadoreño de las letras, contribuyó a consolidar.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 19 de diciembre, 2020.
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