Habitar el olvido
Con cariño para las compañeras del Cerss 5, SCLC
Alba despertó deseando que la mañana dibujara un paisaje soleado, tenía muchas ganas de sentirse acariciada por los rayos del sol. Habían pasado varios días nublados que poco ayudaban a su estado de ánimo. Desde que había recaído de la enfermedad que padecía, su entusiasmo había mermado. Sin embargo, tenía la certeza que todo estaría bien, era necesario seguir las indicaciones médicas. De ahí la necesidad que tenían su corazón y espíritu porque el sol saliera con todo su resplandor.
Su deseo fue cumplido, los rayos del sol alumbraron con tal intensidad que la invitaban a tomar un baño de luz para recargarse de energía. Así lo hizo. Salió al patio de su casa, se situó cerca de los árboles, cerró los ojos y alzó el rostro al cielo, permitiéndose sentir el resplandor matutino.
Permaneció así unos instantes. Sintió cómo su cuerpo agradecía ese gesto; animada se dispuso a realizar las labores correspondientes en el jardín, ésa era una de las actividades que tenía para ese día. Al momento de ir cortando la maleza lo fue haciendo con sumo cuidado y atención, para ella era poco grato que invadiera el espacio donde tenía sus flores. Sin embargo, se percató que si no tenía cuidado al hacerlo podría dañar sus flores. De alguna manera, agradeció que la maleza estuviera ahí, de lo contrario no se habría dado espacio para el cuidado de sus plantas.
En eso estaba cuando comenzó a reflexionar que la maleza era como las cosas desagradables que suceden en la vida, no se podían obviar y había que aprender a convivir con ellas, aprender a habitar el olvido. Ir afrontando cada situación difícil era un gran reto, no tenía la receta secreta, pero estaba segura que una herramienta importante era estar bien desde el interior, escuchar al cuerpo, a la mente, al corazón y poner atención a todo lo que sucedía alrededor.
Terminó su labor muy contenta, cortó algunas flores para colocar en el jarrón que tenía en la sala. Hecho esto jaló una silla, se sentó frente a la ventana y contempló cómo el sol alumbraba el día. Al tiempo que pensaba que, indudablemente, la vida era así, como los paisajes de cada día, podrían aparecer algunos grises y nublados, incitando a hacer pausas en el andar, voluntaria o involuntariamente. Había que aceptarlos, era parte de la tarea, pero siempre debía mantenerse la esperanza y tener la certeza que los días soleados llegan y hay que estar preparados para eso.
Estamos rodeados de un jardín de vida y lo que se nos viene a la mente es una especie de olvido habitado por malezas autófagas que hay que podar para cederle el espacio a unas florecitas que terminan en un jarrón.
Perdón, la última frase yo la reescribiría de esta forma: …… pero siempre debía mantenerse la esperanza y tener la certeza que los días soleados llegan y hay que estar preparados para el sexo.
Digo, yo nomás digo ….