El Diego

Dedicado a Daniel, Facundo, Luis y Marcelo.

Apasionados, locos, hermanos y, por supuesto, argentinos

 

La escena transcurre en algún lugar de Colombia. Sombrillas, penumbra y cerveza. En un lado, todo el combo argentino (cuatro sujetos venidos de quién sabe qué tortuosa vereda espiritual) y otros amigos más. Del otro, el resto de nosotros. Allá, mucho ruido y aspavientos; se oyen muchas voces al mismo tiempo y uno que otro adjetivo altisonante para una noche cálida que cobija los llanos colombianos: ¡Boludo¡ ¡Pelotudo¡

 

De pronto viene Rolo hacia nosotros, todo “mamado” (hastiado en idioma colombiano), sediento de una chela más, pide otra ronda al mismo tiempo que dice: “Ahora están con los brasileros viendo quién es mejor, si Pelé o Maradona”. Uff y llevaban casi dos horas discutiendo en ese murmullo cada vez más ruidoso.

 

Eso hacía Diego Armando Maradona con mis colegas argentinos. Hablar de él los desborda, los trastorna, los posiciona como pocos personajes sociales habrá, y en deporte menos, y en el futbol, es total su omnipresencia cuando se trata de hablar del 10.

 

Pero no solo a ellos.

Maradona / 2014. Foto: Ariel Silva

Otra escena. En la Xalapa húmeda y fría, capital de Veracruz, bebiendo cualquier bebida espirituosa con Raciel y Homero, académicos, amantes del deporte y futboleros a decir basta; brillantes y broders sin concesiones, conocedores de las culturas pop que han moldeado nuestro entorno cultural y donde el Diego está siempre ahí. Afanados en lo nuestro, tercos en el verbo total que significa hablar etílicamente de Maradona, concluimos: es difícil entender el culto al Pelusa, nosotros en México y en el futbol, no tenemos un ídolo así. No podemos dimensionar los grados de mesianismo por los cuales traspasa su figura y lo eleva en un pedestal intocable, inmaculado, pese a todos los escándalos en los que se vio envuelta su vida pública. No entendemos por qué se le venera y no se le idolatra. Lo nuestro es la balada, José Alfredo, Juan Gabriel y José José, pero en deporte no tenemos alguien que nos represente y nos revuelva el tuétano nacional.

 

Es simple: Maradona le metió dos goles a Inglaterra, el país con el que Argentina estuvo en guerra por las Malvinas. Simple y llano como eso. La venganza histórica refrendada en que uno de ellos, el segundo, es considerado como el mejor gol de toda la historia. Y a Inglaterra. El otro, con la mano, con una trampa latinoamericana que el arbitro y el mundo validó como “la mano de Dios”. Otra revancha. Europa tiene armas y afanes imperiales, nosotros cualquier cosa, incluso meter goles con la mano. Por eso tenemos al Diego.

 

El paisaje, ahora, va hacia Argentina.  En una escala hacia Bolivia, tuvimos que estar en Buenos Aires 9 horas. Milena, colombiana, Dani, español canario, y yo, sin dudarlo quisimos ir a donde estaba hospitalizado Maradona, en una de sus tantas visitas de emergencia para encuadrarlo de nuevo, hacerle hojalatería y pintura a un cuerpo minimizado por los excesos y la fama. No sabíamos, pero a las 8 de la mañana, nadie de los hinchas estaba haciendo guardia, tan solo una pared gigante llena de papeles y pegotes varios aludiendo al 10 y dándole ánimos. Cada uno de nosotros, latinoamericanos y fans del futbol, le debíamos algo a ese chaparrito que ahora estaba postrado en algún lugar de ese frío edificio. Firmamos nuestros respectivos papeles y los pegamos ahí, justo cuando una oleada de periodistas se nos acercó y nos preguntaron en cascada buscando la nota. Me tiré un rollo sobre los motivos de nuestra visita y dije algo que me recordó el legado del futbolista y siempre defendí después, que era el hecho de que Diego Armando Maradona no era patrimonio de un país, Argentina, sino de todo un continente, de todo un pueblo y una identidad normada por alguien que se atrevió a discutir con los poderosos del futbol y les dijo sus verdades. Años después, a la FIFA se le encontraron corruptos desfalcos millonarios y quedó en entredicho. El Diego salió del hospital y siguió tan campante.

 

Irreverente, grosero, adicto, naco, absurdo de sí mismo, genio loco, incondicional de la antinorma, izquierdoso, bocón, todas las formas posibles de vivir en el límite. Sin embargo, único, héroe maldito y pregonero de las causas nobles de la gente. Grande Diego. Y dijera el clásico, ojalá nunca descanses en paz, nunca reposes, nunca dejes de ser memoria, para seguir hablando de vos, de tu obra futbolística y de tu honorabilidad como político de las barriadas.

 

 

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