Donald Trump o la democracia a la carta
Joe Biden es el presidente electo de los Estados Unidos, aunque su opositor en las urnas no quiera reconocerlo. Este triunfo hizo buenas las encuestas que predecían la derrota de Donald Trump, pero no con la holgura anunciada. Nada nuevo puesto que, en las elecciones que le dieron la presidencia de los Estados Unidos a Donald Trump, todas las encuestas le otorgaban el triunfo a Hillary Clinton. Los demócratas recuperan la presidencia del país en una elección marcada por el más alto índice de participación en una contienda electoral del vecino país del norte.
Hoy Donald Trump parece una anécdota, un accidente de cuatro años al que solo le resta patalear por la indigestión que le ha causado la derrota en las urnas, y que no quiere reconocer al tener la intención de judicializar el proceso electoral. Las reglas que aceptó para participar en la contienda política son las mismas que ahora rechaza. Él vive las instituciones públicas a modo de menú, donde él elige el plato a consumir. Democracia a la carta y en la que Trump quiere decidir por todo un país.
Derrotado, pero sin quererse sentir como tal, lo innegable es que, como ocurrió hace cuatro años, Donald Trump ha contado con un soporte más extendido del reflejado en las encuestas. Un hecho que hizo dar por cierto el triunfo de Joe Biden mucho antes que se produjera desde muchas plumas norteamericanas, pero también en la opinión de otros analistas internacionales. Los deseos no se convierten en certeza y más si no se toma en cuenta el numeroso apoyo popular a la candidatura de Trump.
Perfilar al sinnúmero de votantes del candidato republicano resulta tan complicado como compleja es la sociedad estadounidense. Especialistas en temas electorales tendrán mucho trabajo en las próximas fechas para analizar todos los datos, pero algunas generalidades parecen claras. Una, y principal, es que el voto rural se ha decantado por Donald Trump. El Estados Unidos profundo, blanco, ha encontrado en las políticas proteccionistas y el discurso ultranacionalista el reconocimiento de un sentir muy poco ideológico, y aún menos preocupado por lo que ocurre más allá de sus fronteras.
Otra certeza parece ser que el denominado voto latino no se ha decantado de manera mayoritaria por el candidato demócrata, por el contrario, ha optado por la beligerancia discursiva de Trump hacia todo lo que suene extranjero, y más si son personas en territorio americano. Son conocidas las fanáticas posturas contra aquello que parezca de “izquierdas” entre ciertos votantes latinos: los cubanos anticastristas y, más recientemente, los venezolanos contrarios al régimen heredero del mandato de Hugo Chávez. Para cualquier latinoamericano, e incluso europeo, decir que los demócratas estadounidenses son de izquierda parece un chiste de mal gusto, pero hay que entender el radicalismo de las posturas de los disidentes de los regímenes de Cuba y Venezuela en el exilio. Pero dicho esto, lo que resulta sorprendente es que otros inmigrantes, o descendientes de ellos, se hayan inclinado por un discurso que criminaliza el propio hecho migratorio.
La asunción del nacionalismo en la tierra de acogida por las segundas y terceras generaciones de inmigrantes ha sido estudiada y repetida, aunque en un mundo cada vez más leído como transnacional esa deriva electoral debe tener muchos aspectos para analizar y, entre ellos, no hay que olvidar la competencia laboral que pueden representar nuevos inmigrantes en tiempos de crisis. Un hecho al que hay que añadir la poca empatía entre los colectivos de negros y latinos; etiqueta clasificatoria que, en lo personal, sigue pareciéndome una de las mayores expresiones de segregación de la sociedad estadounidense. En fin, muchas serán las interpretaciones de los resultados electorales en los próximos meses, no cabe duda, pero en lo personal no deja de preocuparme el efecto Trump más allá de los Estados Unidos.
Su forma de gobernar y de construir los discursos, con la mentira como bandera, y el carácter maniqueo de los mismos para confrontar la sociedad no son ajenos a la esencia de la política, y parecen eficaces en momentos marcados por crisis económicas y el deterioro de credibilidad de las democracias liberales. Esos discursos, ahora denominados populistas, retrotraen a momentos muy oscuros de la humanidad. Más que en el personaje Donald Trump, habrá que estar pendientes de su trascendencia en la construcción de imaginarios y discursos que polarizan todo lo que tocan. En el momento histórico en el que estamos no parece el mejor camino para solucionar los actuales y futuros retos, en forma de crecientes problemas económicos y sociales, y que se agudizarán tras salir de la pandemia.
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