Cartas para enamorarse
Eloísa estaba buscando información en la internet, el sonido del viento y la algarabía de las gallinas en el patio hicieron que se asomara por la ventana. El clima estaba frío, el sol alumbraba de vez en vez y las ramas de los árboles se mecían al ritmo del viento. Abrió la ventana y sintió el soplo gélido en el rostro. Regresó a su actividad.
En el incesante mundo de información que suele hallarse en la red, Eloísa buscaba datos que ampliaran sus referencias sobre el patrimonio tangible e intangible de las culturas precolombinas de México. Llamó particularmente su atención el papel que, posterior a esa época, tuvieron las cartas para describirlo.
Hizo una pausa. Se quedó pensando en las cartas, ese medio de comunicación tan usado hace algunas décadas y del que ella también había sido partícipe. Ahora, un medio, olvidado ante la vorágine tecnológica. Su memoria se remontó a las tantas cartas que solía escribir a sus amistades locales, de otros estados, países y las cartas que también recibía como respuesta.
Lo que más motivaba a Eloísa para escribir las cartas eran las historias que contaba a través de las líneas. En cada carta trataba de ser lo más descriptiva sobre lo que narraba. Además, solía hacer una decoración especial a las hojas. Escribía con dedicación y usando sus colores favoritos en las tintas con las que redactaba cada texto. Los sobres solían ir no tan ligeros, porque regularmente escribía un par de hojas completas, de ambos lados. Papel le hacía falta, pero el sobre ya no podría dar cabida a más hojas. Eso pensaba. Cuando le era posible adjuntaba alguna postal, separador o algún detalle que complementara el mensaje de la carta.
Recordó las veces que recibía cada carta, la emoción le embargaba. Cuando la otra parte le decía que ya había enviado la carta, vía telefónica o a través de algún familiar o persona conocida, comenzaba para ella la cuanta regresiva de los días en que llegaría a sus manos el texto. Una vez que la recibía, la leía con avidez. Repetía la lectura. Era una especie de estar conversando con la persona que le escribía, en cada momento que leía las líneas. Además de lo anterior, Eloísa gustaba observar las letras, alcanzaba a percibir también ciertos elementos del estado de ánimo con que las habían escrito. Ese intercambio de historias era algo mágico, un poco tardado por el tiempo en que las cartas solían ser recibidas, pero valía la pena una vez que llegaban a su destino.
En cada carta recibida se había enamorado de lugares, de sabores, de paisajes, de historias compartidas, de películas comentadas, de canciones, libros leídos, aventuras o travesías. Había conocido diversos rincones a través de una carta . La escritura y la lectura se conjuntaban haciendo un intercambio sin igual. Para Eloísa las cartas más significativas en su vida eran una especie de tesoros que aún conservaba y solía leer cada que las hallaba.
––Los tiempos han cambiado, ahora las cartas son un medio en desuso, en su lugar se intercambian audio cartas o video cartas, cada una con sus encantos. Sin embargo, ese toque especial de las cartas para enamorarse se las llevan las cartas escritas –– señaló para sí Eloísa.
El barullo de las gallinas la hizo volver a su tarea que aún no terminaba.
Sin comentarios aún.