A 110 años de la Revolución Mexicana
El pasado 20 de noviembre se celebró el 110 aniversario de la iniciación de la Revolución Mexicana en el año de 1910. Todavía en 1911, el General Porfirio Díaz fundaba la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, a instancias del antropólogo Franz Boas y el historiador Alfredo Chavero, fundación que antecede a la Escuela de Antropología en el Departamento de Biología del Instituto Politécnico Nacional fundada en 1938 antes de pasar al Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1942. Fue de las últimas fundaciones institucionales que ocurrieron en el Porfiriato-apelativo debido a Don Daniel Cosío Villegas- antes del estallido de la Revolución. La Mexicana fue la Revolución con la que se abrió el Siglo XX, antecediendo a la Revolución de Octubre liderada por Lenin en 1917 y que resultó en la fundación de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) que años después, el Dictados José Stalin echó abajo hasta que se disolvió en aquellos tiempos de la glasnost y la perestroika de Mijaíl Gorbachov y surgió la actual República de Rusia gobernada por Putin y que dio lugar a más de 20 Estados Nacionales. Recordemos también que fue por esos años, el 9 de noviembre de 1989, que cayó el Muro de Berlín, cerrándose por fin una época.
La Revolución Mexicana iniciada el año de 1910 fue el gran suceso que antecedió a la Revolución Rusa, las dos guerras mundiales, la guerra de España, la llamada Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín entre los sucesos más sobresalientes del siglo XX, tan convulso. El movimiento armado mexicano no fue uniforme. En verdad, la revisión de un suceso de tal importancia requiere un enfoque regional para comprender no sólo como se articularon diferentes movimientos regionales sino aún las rencillas y conflictos entre ellos antes de estabilizarse el gobierno hasta la llegada del General Lázaro Cárdenas del Río en 1934. En principio, se distinguen en la Revolución Mexicana dos amplios movimientos regionales: el liderado por Francisco Villa en el Norte del país y el que encabezó Emiliano Zapata en el Sur, que no en el Sureste, abarcando sobre todo una parte del estado de México, el estado de Morelos y el estado de Guerrero, aunque con repercusiones en otras partes del país. Precisamente en la región que Guillermo Bonfil bautizó como “Chalco-Amecameca” y que abarcaba hasta la ciudad de Cuautla, Morelos, me tocó hacer lo que los antropólogos llamamos “trabajo de campo” en calidad de ayudante de investigación del destacado antropólogo mexicano. Corría el año de 1967. Una noche, acudimos a invitación de Don Miguel Salomón, un anciano campesino que vivía en Amecameca de Juárez, estado de México, a cenar a su casa. Bonfil tenía un gran interés en este personaje debido a que había sido soldado de Emiliano Zapata, según nos habían afirmado varios campesinos de la región. En el poblado en que viví en aquellos años, Tlayacapan, en el estado de Morelos, conocí a varios campesinos que habían peleado al lado del General de los Ejércitos del Sur y recuerdo la emoción tan especial que me surgía al conversar con ellos y tener delante a soldados que estuvieron bajo el mando de tan legendario líder de la Revolución Mexicana. Llegados al domicilio de Don Miguel Salomón, y una vez que tocamos a la puerta, nos abrió aquel soldado de la Revolución. “Pasen ustedes” dijo, abriendo totalmente la puerta, “pasen hasta la cocina”. Situada al fondo de la morada, en la cocina lucía el fogón (tlecuil, en náhuatl) con una olla hirviente de frijoles. Nos sentamos alrededor de una humilde mesa, en la que ya estaban colocadas las tortillas, con ese olor de maíz tan agradable y penetrante. La esposa de Don Miguel, una anciana de mirada profunda, nos saludó y sirvió los frijoles y las tortillas, alejándose para dejarnos solos con su esposo. Don Miguel Salomón se animó ante las preguntas que le hizo Guillermo Bonfil, un antropólogo que tuvo una gran facilidad para tratar con la gente, irradiando simpatía y cordialidad que era muy bien recibida por los interlocutores en turno. Yo, callado, escuchaba sorprendido la conversación. Don Miguel narraba lo mucho que apreció al General Zapata, lo mucho que lo respetaban los campesinos que lo habían escogido como su líder para conducir la lucha por la tierra. “Nuestro General nunca murió” –dijo Don Miguel- “Porque si así hubiera sido, su propio pueblo no hubiera vencido”. Moviendo la cabeza, Don Miguel Salomón afirmó mientras nos miraba fijamente: “El General Zapata se aparece a veces, repentinamente, por las noches, allá en la Sierra, montando su caballo blanco”. Después de una pausa, Don Miguel Salomón nos sorprendió al decirnos: “Yo seguía a mi General a todos lados, con mi guitarra, porque era yo su cantor”. “Le gustaban mucho las canciones”-dijo Don Miguel- “mientras cenaba o comía”. Y nos hizo otra revelación que nos sobresaltó: “Conservo el libro con las letras de las canciones que le canté”. Acto seguido, Don Miguel se levantó para volver con el libro en sus manos. Se lo extendió a Guillermo Bonfil diciéndole: “Se lo regalo Profesor, es para Usted”. Con una emoción que no pudo ocultar, con la voz quebrada, Bonfil le agradeció aquel inusitado gesto al campesino, al soldado cantor de Emiliano Zapata, aquel regalo de valor inestimable. Las páginas de aquel libro contenían las letras de las canciones preferidas del Caudillo del Sur. No recuerdo ni como salimos de aquella casa. Pero lo que si recuerdo es que Guillermo le pidió a Don Miguel Salomón que trajese su guitarra y cantara. Cantara como le cantó a Zapata. Pero aquel campesino viejo, surcado el rostro por las líneas de la vida, nos miró para decirnos: “No puedo, perdí mi guitarra”. Al interrogarlo cómo había sucedido semejante tragedia, Don Salomón señaló con un movimiento de cabeza a su esposa anciana, que venía entrando a la cocina, y dijo “Ella me la puso de collar una noche que llegué muy tarde”. Así finalizó Don Miguel Salomón su oficio de soldado-cantor, de fiel acompañante del General Zapata.
Por cierto, Guillermo Bonfil no se quedó con aquel libro. Lo donó a la Biblioteca del CIESAS que lleva el nombre de Ángel Palerm. Así, aquella joya está a la disposición de quien quiera consultarla. Después de 53 años de los sucesos relatados, Guillermo Bonfil y Don Miguel Salomón ya no están entre nosotros. Tampoco es posible o muy difícil, encontrar hoy día a los campesinos que combatieron al lado del General campesino Emiliano Zapata, muerto a traición, como tantos líderes sociales en América Latina. Pero lo que puedo afirmar es que existe una memoria profunda entre los campesinos de Morelos y el General Zapata cabalga en esas memorias alentando con su presencia las luchas populares. En innumerables ocasiones, sentado a la mesa en alguna de las casas de estos campesinos, he escuchado las historias alrededor de las hazañas del Caudillo del Sur. Siempre pienso en cómo se desvirtuó la primera gran Revolución Social que abrió el siglo XX y me pregunto por qué. ¿Qué sucederá con el futuro del país actual? La pregunta, como la esperanza, está abierta.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 22 de noviembre de 2020.
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